Artículos de investigación

  

 

Malitzin/Doña Marina: la construcción de un personaje histórico en la ensayística de Teresa de la Parra y Mirta Aguirre

Malitzin/Doña Marina: The Making of a Historical Character in the Essays of Teresa de la Parra and Mirta Aguirre


Resumen

El propósito de este trabajo es hacer un análisis de la configuración del personaje histórico de Malitzin/Doña Marina en dos ensayos de identidad de la primera mitad del siglo XX, cuya especificidad es que articulan la historia continental a la luz del accionar de las mujeres: “Influencia de las mujeres en la formación del alma americana” (1930), de la escritora venezolana Teresa de la Parra e “Influencia de la mujer en Iberoamérica” (1947) de la ensayista cubana Mirta Aguirre. En ambos ensayos, la interpretación histórica del personaje Malitzin difiere de las representaciones usuales del canon hispanoamericano, por lo que deben leerse como una construcción dialógica.

Palabras clave: 

Ensayo hispanoamericano del siglo XX; identidad; historia; mujeres; ensayística femenina hispanoamericana.

Abstract

This article analyzes the making of the historical character of Malitzin/Doña Marina in two identity essays of the first half of the twentieth century that articulate continental history in light of the actions of women. In both “Influencia de las mujeres en la formación del alma americana” (The influence of women in the formation of the American soul) (1930), by the Venezuelan writer Teresa de la Parra and “Influencia de la mujer en Iberoamérica” (The influence of women in Spanish America) (1947), by the Cuban essayist Mirta Aguirre, the historical interpretation of Malitzin differs from the usual representations of the Latin American canon. As a result, these essays should be read as dialogical constructions.

Keywords: 

Essay; identity; history; women; Spanish American women essayists; twentieth-century Latin American essay.


 

 

A la memoria de Aralia López González, fundadora de la crítica literaria feminista continental, ejercicio que fusionó siempre con su ferviente latinoamericanismo.

“A lo largo de la historia (la historia es el archivo de los hechos cumplidos por el hombre, y todo lo que quede fuera de él pertenece al reino de la conjetura, de la fábula, de la leyenda, de la mentira) la mujer ha sido, más que un fenómeno de la naturaleza, más que un componente de la sociedad, más que una criatura humana, un mito.”

-Rosario Castellanos, Mujer que sabe latín

La reconstitución de una historia que llene la oquedad impuesta por la historia oficial y disciplinar a las mujeres es uno de los temas más importantes de la ensayística femenina de la primera mitad del siglo XX en Hispanoamérica. Dicha oquedad las excluyó del espacio nacional, de su consecución y proyecto y, por tanto, de su representación identitaria y legal como sujetos históricos. Negado o no reconocido el lugar de las mujeres en la historia, cualquier reflexión que pretenda hacerse sobre la sociedad, la identidad y la cultura-temas caros al ensayo hispanoamericano-se topa con una ausencia que, a su vez, incide en el sujeto enunciante: la mujer. Reflexionar en torno a las estrategias que siguen estas ensayistas para articular esa presencia y llenar ese vacío bajo las posibilidades de un género, el ensayo, cuyo canon ha sido la identidad y, con ella, la historia nacional y continental, es el propósito de este trabajo. Inevitablemente, los cuestionamientos generados por estos discursos, si bien se ubican en los márgenes de la historia como disciplina, concluyen por sugerir necesarios giros epistemológicos para la comprensión de la sociedad y la cultura hispanoamericana.

La historia no es solo un tema, un asunto, datos o documentos; es una estructura de conocimiento, por tanto, implica otros problemas, como los de orden metodológico. El ensayo, como género idóneo para otra elaboración histórica por su carácter abierto, enfrenta al ensayista al problema de su articulación; es decir, qué y cómo articular esa historia, lo cual conlleva a un entendimiento acerca de la misma. ¿Qué es la historia?, ¿cuál es su objeto de análisis?, ¿qué es lo trascendente a nivel colectivo o a nivel de la nación?, ¿qué es lo digno de permanecer en la memoria?, ¿qué suceso o tipo de suceso puede considerarse determinante a nivel colectivo? Es decir, en cada una de las respuestas a estas preguntas se expresa una postura. Ahí se asienta la base metodológica e interpretativa que puede ser o no explícitamente conceptualizada, pero que es el principio de su articulación.

Para el caso de las mujeres, dada su omisión como sujetos históricos del compendio de valores y estructura de la disciplina, la voluntad de historicidad ilumina el quehacer ensayístico y se proyecta a otros ejes temáticos como parte de la recuperación de su existencia histórica. Esta voluntad de historicidad es determinante y no debe vincularse a un tema, el de la historia, sino a una perspectiva que permite configurar la imagen de las mujeres en la sociedad, en la historia, en la ideología, en la economía, en la cultura, etc. Por ello, el reconocimiento de esa voluntad es fundamental para la comprensión del corpus ensayístico como un espacio donde se debaten ideas y no donde se cuentan experiencias, individuales o colectivas.

El asunto de las ideas es central a la hora de tratar este corpus, que ha sido visto como un espacio donde las mujeres hablan de sus problemas, es decir, de lo particular, como si existieran al margen de la sociedad y la historia, y no fueran parte y expresión de la misma. Esto, cuando se les ha mencionado; en general este tipo de producción se ha desconocido u omitido. De ahí la necesidad de revelar cómo este corpus se estructura como un debate, explícita o implícitamente, no solo en cuanto a las concepciones de la disciplina (historia) o el género (ensayo), sino con las ideas, los juicios, las creencias, así como con esa literatura de presunciones científicas sobre las mujeres que tan bien floreció en el siglo XIX. Estos debates aún no han sido trabajados a profundidad por la crítica, que se ha centrado de preferencia en el aspecto temático y menos en la reconstrucción de un diálogo generalmente implícito.

Volviendo a la historia como eje fundamental, en la ensayística femenina de la primera mitad y mediados del siglo XX hay cuatro ensayos yo diría clásicos, que construyen una historia de las mujeres: “Influencia de las mujeres en la formación del alma americana” (conocida como las conferencias de Bogotá de 1930), de la escritora venezolana Teresa de la Parra (1889-1936)1; “Feminismo” (conferencia en la Institución Hispano Cubana de Cultura en 1939), de la ensayista dominicana Camila Henríquez Ureña (1894-1973)2; “Influencia de la mujer en Iberoamérica” (Primer Premio de los Juegos Florales Iberoamericanos, 1947), de la ensayista cubana Mirta Aguirre Carreras (1912-1980)3 y “Declaración de fe” (circa 1952-59), de la escritora mexicana Rosario Castellanos (1925-1974)4. Dos de los ensayos construyen una historia continental; el de Henríquez Ureña estructura una historia de las mujeres desde su lugar en la antigua Grecia a través de la legalidad, es decir, su condición de propiedad y las leyes que regulan su existencia-lo que muestra cómo la historia puede ser sujeta a perspectivas diferentes; la de Castellanos es una lectura de la mujer en los diferentes estadios de la historia mexicana desde el mundo prehispánico, como sucesivas relaciones causa-efecto que explican su inexistencia en la configuración nacional.

No me parece casual que los textos más cercanos al canon del ensayo hispanoamericano sean los dedicados a reconstruir esa historia que, inevitablemente, remite al caro problema de la identidad. La relectura de la historia y, a su propósito, de la identidad y la problemática sociopolítica, cultural, etc., ha sido tema privilegiado y preocupación recurrente de la ensayística hispanoamericana, y constituye uno de sus ejes canónicos. Pero las mujeres no han sido tema de preocupación en esas relecturas, que dan por hecho la casi nula, ocasional o extraordinaria participación de las mismas no solo en lo que llamamos “historia”, sino en la sociedad, la economía, el conocimiento, la cultura, etc.

A propósito del discurso de las mujeres, en su introducción a Sin falsas imágenes, sin falsos espejos. Narradoras mexicanas del siglo XX, Aralia López señala, en primer lugar, la importancia de la aparición del discurso femenino como la posibilidad de “filosofar” de las mujeres, “que surge como autoconciencia del género femenino, sujeto plural, […] en la medida que conforma un nosotras, que es la condición de posibilidad y legitimación de un discurso social y cultural desde la perspectiva de un sujeto […], que al posicionarse como valioso, asume la categoría de género como uno de los ejes de análisis crítico para pensarse y pensar la sociedad y la cultura en su conjunto, contradiciendo su supresión histórica” (“Justificación teórica”, 22, énfasis en el original). Este trabajo centrará su análisis de manera comparativa en las dos articulaciones de las mujeres en la historia continental, como parte de la configuración de un discurso femenino/ feminista que justo pretende contradecir la negación de la existencia histórica de las mujeres: la de Teresa de la Parra y la de Mirta Aguirre, ensayistas no solo de generaciones diferentes sino también de opuestas posturas ideológicas. A lo que habría que añadir el señalamiento, también de Aralia López, acerca del ensayo latinoamericano surgente, al igual que el femenino/ feminista, como un territorio textual dialógico y liberador:

Ambos pensamientos surgieron marcados por la situación de opresión y bajo la referencia de la racionalidad y de los discursos de los dominadores. En ambos se expresó la urgencia de sujetos plurales colonizados o subordinados por diferenciarse, autodefinirse, pero valorándose frente a una sistemática degradación histórica; urgencia de la que nació un pensamiento y una acción liberadores. (López González, “El ensayo” 141)

Esa dialogicidad, ese carácter liberador operará de manera compleja en ambos ejes de reflexión y configuración del continente como un espacio de pertenencia, lo que puede apreciarse en la omisión de uno de ellos del canon. Dado el alcance y la complejidad de estos ensayos y con el ánimo de profundizar un poco más en el análisis, voy a centrarme en un ejemplo, el de cómo ambas ensayistas construyen históricamente a Malitzin/ Doña Marina y cómo, al construirla, intentan resolver una serie de problemas metodológicos en relación con la historia. Antes, y en cada caso por separado, voy a referirme a la estructura general de los ensayos a manera de ofrecer un mínimo contexto.

Influencia de las mujeres en la formación del alma americana: “A través de lo poco que se dice, se adivina lo mucho que no se cuenta”.

Al tomar el reto de articular una historia de la influencia de las mujeres en la formación de la identidad americana-haciendo un aprovechamiento inteligente del público convocado-, la escritora venezolana Teresa de la Parra demostraba la aguda conciencia de la necesidad y la pertinencia de una relectura del proceso histórico continental a la luz de la acción las mujeres. Aunque la estructura de su ensayo/conferencia sigue las etapas históricas clásicas: la conquista, la colonia y la independencia, enfrenta al público/lector con una apertura en la noción misma de historia, reconfigurando los paradigmas que la han constituido a partir de dos aspectos: la anonimia y la paz , y es desde esta bifurcación que comienza a tejer su relato. La historia, ligada en la modernidad a la formación del sentido de lo nacional, no se puede pensar sin una noción de identidad y de pertenencia. La formación sociocultural constituye el espacio más rico de incidencia de las mujeres, sin que se excluya su participación en la lucha por la nación misma. Pero llegar a la nación requiere un proceso que se inicia para la historia continental con la conquista, y ahí comienza su relato:

Contemporáneas del Padre Las Casas otras en silencio predicaron la clemencia y la paz. Fueron las mujeres de la conquista. Obscuras Sabinas, obreras anónimas de la concordia, verdaderas fundadoras de las ciudades por el asiento de la casa, su obra más efectiva a través de las generaciones en su empresa silenciosa de fusión y amor. (145; énfasis mío)

Aquí ya se revelan los núcleos semánticos rectores de los sentidos del ensayo. Esa apertura hacia la paz, estado social que parece oponerse a la Historia, opera un desplazamiento en la concepción fundacional hispanoamericana que remite a los padres, los padres conquistadores y vencedores, fundadores de las ciudades, a la vez que establece nuevos vínculos entre fundación y concordia, concordia y vida, vida y ciudad, ciudad y casas, casas y familia, familia y reproducción, etc., red marcada por la acción creadora/ creativa de lo femenino. Y esa apertura se construye mediante un paralelismo con el Padre Las Casas, que es el referente histórico reconocido: “otras en silencio”, frente a la palabra predicadora y la escritura, ambas públicas. Predicar, igual a la acción de Las Casas, pero en silencio: oxímoron histórico de las mujeres. Ausencia de sonido que se reitera en “empresa silenciosa” y complementa la prédica; siguiendo la lógica histórica, “empresa” remite a otro tipo de acción, no femenina, regida por emprender: “Determinarse a tratar y hacer alguna cosa ardua y dificultosa: como una facción militar, una conquista, etc. La raíz deste verbo sale del Latino Apprehendere, porque el que resuelve executar algún negocio y empresa de consecuencia, antecedentemente la considera y dispone, para lograr su intento” (Diccionario de Autoridades, s.v.).

Vale señalar que la casa a la que alude Teresa de la Parra, no es el espacio privado burgués, sino uno que se proyecta y construye el exterior: la ciudad colonial. La conciencia histórica de ese espacio, construido entre las culturas indígenas y la lógica de un mundo colonial medieval, fractura la ideología de la casa y de la separación de lo público y lo privado entronizada por la ideología burguesa5.

En esta rica y breve síntesis, como medio de tender puentes hacia un universo cultural reconocible, se refiere también a esas mujeres de la conquista como “obscuras Sabinas”, no las de la mitología representadas una y otra vez en la pintura europea que, víctimas de un rapto, terminaron mediando en una guerra entre maridos y padres; sino obscuras, obreras anónimas, desconocidas, pertenecientes a un mundo no mitificado, pero cumplidoras de la misma función en colectivo. En Teresa de la Parra lo colectivo aparece siempre vinculado a lo anónimo. El uso de obreras es interesante porque, aunque la palabra es antigua, opera quizás sobre un juego de actualizaciones de significados al momento de la enunciación de la conferencia: los o las que obran-pero sin autoría, sin reconocimiento-una labor marginalizada, la clase inferiorizada del capitalismo6. La otra referencia mitológica es a “las indias, tropicales Nausícaas7, [que] preparan junto con la cena del recién llegado el advenimiento de la época colonial” (147). Preparar con una cena (hospitalidad) y no con una guerra el advenimiento de una época. Nótese cómo usa De la Parra los mitos en tanto factor de interpretación y universalización cultural, que le permiten historizar lo cotidiano.

La idea de la condición de fundadoras se repite a propósito de la reina Isabel la Católica, quien auspicia el descubrimiento y la conquista, perspectiva desde la que se focaliza a las otras, las indias veladas y omitidas de los relatos y la historia, en un juego de luz y sombras, de lo nominado a lo anónimo, que va del nacimiento de la conquista (“De una mujer, Isabel la Católica, nació la epopeya de la conquista”, dice la ensayista), a la fundación americana (en tanto fundación de ciudades, en tanto fusión cultural y trasmisión de saberes):

Frente a Isabel la Católica del lado acá del mar, vemos pasar discretas y veladas por los relatos de los Cronistas de Indias, la dulce teoría de las primitivas fundadoras. Sus vidas humildes llenas de sufrimiento y amor no se relatan. Apenas se adivinan. Casi todas son indias y están bautizadas con nombres castellanos. […] Se llaman las más ilustres doña Marina, doña Catalina, doña Luisa, doña Isabel la guaiquerí, madre de Fajardo, el conquistador de Caracas, la otra -doña Isabel mater dolorosa del Inca Garcilaso- y otras pobres esclavas o herederas de cacicazgos que comparten con sus maridos blancos el gobierno de sus tierras y junto con el don de mando les enseñan a usar los zaragüelles de algodón, la sandalia de henequén y el sombrero de palma. (146)

“La dulce teoría de las primitivas fundadoras” ¿acaso nos remite, en cierto paralelismo epocal, a las místicas fundadoras de conventos? Acción constante, humildad, amor, pero también sufrimiento, que no son relatados, quedando fuera de la escritura guardadora de la memoria. Ahora bien, no es que las mujeres sean el origen de la fundación continental, sino las indias, las nombradas y las otras. Conquista no es igual a fundación. Esta última supone fusión y cultura. Así, entre las actividades que desempeñan ilustres y esclavas se encuentran transmitir saberes de ese mundo, compartir gobierno, y enseñar el don de mando al hombre blanco. Interesante estrategia, inversora de la mirada, que lleva a cabo con la acción de adivinar, término que cobra una función metodológica en la que se asienta el acto de recepción de las crónicas. Y que la conduce hacia una interpretación positiva del accionar de las mujeres en la historia como proyección hacia el futuro.

Blanca López de Mariscal, en su análisis de la mujer en las crónicas de la conquista, llama la atención sobre cómo:

Las doncellas donadas durante los primeros meses a los conquistadores se convierten en instrumento eficaz para llevar a cabo la conquista; significan para ellos la posibilidad de sobrevivir, ya que son las mujeres quienes conocen los secretos de la tierra, poseen información sobre rutas y reinos, saben del procesamiento de las especies comestibles y medicinales, entienden de usos y costumbres, y tienen, desde luego, la capacidad de descifrar los códigos informativos del Nuevo Mundo. Sin ellas, seguramente la conquista habría tomado otro derrotero. (López de Mariscal 65)

Lo que significa que ya en 1930, la escritora venezolana Teresa de la Parra exploraba y detectaba con gran agudeza y sensibilidad las potencialidades de estos textos como fuentes históricas que debían ser leídas activamente, lo que la autora llama en parte ‘adivinar’. A propósito de las crónicas, Blanca López de Mariscal además comenta que:

[ese] discurso narrativo está construido con voces masculinas que refieren los actos, las posturas y las iniciativas de las mujeres con las que se encuentran a lo largo de sus viajes de dominación. Por lo general las mujeres no hablan, no se les pregunta, no se les oye directamente, así que será necesario leer su conducta como una acción comunicativa, aun cuando la referencia que tenemos de esa conducta ha pasado por el tamiz del narrador. A través de las voces de los narradores iremos descubriendo las características de las relaciones de género. […] Se intenta con esta lectura apuntar un camino de acercamiento a las mujeres que participaron en la conquista, un camino que nos permite observar, en uno de los pocos vestigios que de ellas han quedado, su comportamiento complejo y rico en matices; descubrir en su heterogeneidad su gran riqueza, y no solamente verlas como personajes de conducta insignificante y anodina que han sido irremisiblemente marcadas por el abuso de poder que los varones ejercen sobre ellas. (López de Mariscal 26-7)

Otro aspecto que vale señalar es la insistencia en relaciones de carácter amoroso afectivo entre las indígenas y los conquistadores, que De la Parra sintetiza en el epíteto ‘obscuras Sabinas’, pero que proyecta al referir la historia de Gonzalo Guerrero y al recurrir a los datos del Padre Las Casas acerca de la belleza de las indias y las sesenta que cuenta casadas con españoles (146). De lo afectivo me importaría señalar 1) la relevancia histórica en la evolución de la sociedad, la cultura y las relaciones de los hombres con las mujeres8, y 2) el uso político dirigido hacia una voluntad de conciliación y construcción de una identidad positiva y no desgarrada, que permita caminar hacia un futuro colectivo, propuesta que también veremos en el ensayo de Mirta Aguirre.

Con esas estrategias orientadoras de la perspectiva de su público o de sus lectores, De la Parra va preparando el rescate histórico de Malitzin/ Doña Marina:

Las mujeres que figuran en la formación de nuestra sociedad americana imprimiéndole su sello suave y hondo son innumerables, son todas. Creo que puede dividirse en tres vastos grupos. Las de la conquista: son las dolorosas crucificadas por el choque de las razas. Las de la colonia: son las místicas y las soñadoras. Las de la independencia: son las inspiradoras y las realizadoras. En Méjico, en Bogotá, en Lima, en Quito, en Caracas, en Buenos Aires, en La Habana, siguen idéntica evolución. Parecen moverse en la misma ciudad, son vecinas del mismo barrio, son hermanas. Si Colombia, Venezuela, Argentina, Chile, Ecuador, guardan su largo martirologio de heroínas realizadoras y amantes, las grandes de la Independencia; es a Méjico y al Perú donde he venido a buscar hoy dos humildes flores indígenas como prototipo de las primitivas dolorosas. Junto a la Malinche mejicana doña Marina glorificada y feliz al fin de su vida, la melancólica ñusta doña Isabel, nieta del monarca peruano Túpac Yupanqui y madre del primer escritor americano, el tierno Garcilaso de la Vega. (148; énfasis mío)

La participación de las mujeres en la formación de la sociedad americana se construye como una acción colectiva, de carácter histórico, que abarca todos los aspectos de la vida y la experiencia social. Con esta proyección de un “sello suave y hondo”, que no impacta brutal y radicalmente, pero que tiene un alcance profundo, se evade la lógica de un discurso histórico que ha señalado la participación de las mujeres como un suceso extraordinario, hijo de una personalidad excepcional. Para lograrlo, establece una dialéctica entre lo general y lo particular, en un flujo donde lo nominado, simbolizado en figuras representativas, tiene como paisaje de fondo, lo innominado o anónimo. Esas innumerables atraviesan todas las épocas históricas, que son clasificadas por un tipo de acción representativa: crucifixión y dolor; mística y sueño; inspiración y realización. Su acción está, además, caracterizada por la sororidad, como modo de relación continental/ universal (vecinas, misma ciudad, mismo barrio, reconocimiento).

Doña Marina pertenece a las dolorosas y crucificadas por la conquista. De la Parra acude a una imagen estética característica de la poética oral: “dos humildes flores indígenas” que, siguiendo la dialéctica de lo general y lo particular, estarían entre otras flores. La lógica sencilla del mundo indígena, simbolizada en las flores silvestres, expresa la anonimia que se singularizará en Doña Marina y la ñusta Isabel, fina articulación que nos remite al estado social de ese mundo y sus relaciones con la naturaleza. No solo la imagen es anti-épica, sino que la narración las construye al otro lado de esas acciones, a su sombra u oscurecidas por ellas.

A esa visión de sororidad que articula De la Parra desde las mujeres indígenas, habría que destacar, a los intereses de este trabajo, la precisión que hace de Doña Marina, esa figura tan vapuleada de la historia mexicana, precisión que es corrección histórica al decir que llegó “glorificada y feliz al fin de su vida”. Con esta afirmación entra sutilmente a discutir el mito de su traición forjado por las élites decimonónicas de México9 y desarrollado en la ensayística del siglo XX, con su expresión más acabada en El laberinto de la soledad (1950) de Octavio Paz, ensayo posterior a los que nos ocupan en este artículo. Quizás valga precisar que ninguna de las dos ensayistas es mexicana, lo que acaso marque la perspectiva continental desde la que se construyen ambos ensayos y se modelan a sus personajes.

Teresa de la Parra rebatirá estos mitos con la afirmación y construcción de la personalidad humana e histórica de Malitzin:

Se ha hablado siempre con admiración del genio político de Hernán Cortés, de su sagacidad extraordinaria para tratar y pactar con los indios. Yo creo señores, que esa sagacidad misteriosa de Cortés se llama exclusivamente doña Marina. En las diversas crónicas sobre la Conquista de la Nueva España, […] se le atribuye a doña Marina un papel importante en cuanto a intérprete y mediadora; dando consejos acertados o descubriendo conjuraciones, como la de Cholula, en la que se tramaba la muerte de Cortés y de toda la expedición. A través de lo poco que se dice se adivina lo mucho que no se cuenta. Es absolutamente seguro que la influencia de doña Marina en la conquista de Méjico fue más importante, su mediación y sus consejos mucho más frecuentes y sutiles de lo reconocido por los historiadores aun por el mismo Bernal Díaz quien con tanto cariño la trata. Se dejan de contar porque los ahoga el tumulto de las acciones militares. Son cuentecillos que no convienen a la pompa oficial de la historia cuyo campo de acción se extiende con preferencia sobre escenas de destrucción y muerte. (148-49; énfasis mío)

En este fragmento se compendian varios aspectos que resumen el estado de la cuestión enfrentado por De la Parra, al que opone su inquisidor espíritu intelectual. El genio político de Cortés es de lo que se ha hablado siempre y ella corrige; corrige a partir de las crónicas de la conquista en las que encuentra el reconocimiento de la figura de doña Marina como intérprete y mediadora. Estos son sus documentos primarios. Su aporte, sin embargo, es, a su juicio, más importante de lo reconocido por los historiadores, incluyendo a Bernal que es su fuente principal, pues queda oculto tras las acciones épicas. Aquí De la Parra establece el principio que le permite reconstruir la participación de Malitzin/ Doña Marina: “A través de lo poco que se dice se adivina lo mucho que no se cuenta.” Ya antes había comentado acerca de las dos flores indígenas, cuyas vidas “llenas de sufrimiento y amor no se relatan. Apenas se adivinan.” Las crónicas son un reservorio documental que le permiten la puesta en escrutinio del documento histórico, una desconfianza del mismo, a la vez que un reconocimiento de su potencialidad, una necesidad de leerlo con suspicacia, en sus oquedades, y una apuesta a la imaginación histórica, a la intuición adivinatoria para corregirlo y ajustarlo, ya que su existencia como documento obedece a un proceso de selección en el que prevalecen determinados intereses. No solo De la Parra utiliza las crónicas contra la historia oficial generada por las nuevas repúblicas, sino que estas crónicas fueron escritas contra la crónica oficial de la conquista10.

Aquí comienza la construcción de la personalidad histórica de doña Marina. Para ello vuelve a su fuente primaria, La verdadera historia de la conquista de la Nueva España, para hacer una imprescindible precisión histórica, que “unos caciques del pueblo de Tabasco se la llevaron de regalo al propio Cortés “junto con cuatro lagartijas, unas mantas, cinco ánades, dos suelas de oro y algunas otras cosillas de poco valor”, dice Bernal Díaz del Castillo, y terminada la lista de los regalos añade: “Después de convertida se le puso por nombre Doña Marina a aquella india y señora que allí nos regalaron. Era verdaderamente gran cacica e hija de grandes caciques y señora de vasallos. Bien se le veía en su persona que era de buen parecer, entrometida y desenvuelta. Fue excelente mujer la doña Marina, buena lengua y buen principio para nuestra conquista por cuya causa Cortés la traía siempre consigo” (150). Nótese la presencia del término ‘regalo’ en el texto de Bernal y su ubicación entre un listado de objetos, así como el aprovechamiento que hace De la Parra del mismo. Vale la pena recordar aquí el carácter histórico de este señalamiento, el del intercambio de mujeres como parte de una estructura social. Y vale la pena también recordar que, como documento primario, el texto de Bernal ha sido leído y tomado como testimonio tanto en la historia como en la ensayística innumerables veces y con muy diversos propósitos, piénsese nada más en el caso de México en la clásica “Visión de Anáhuac” de Alfonso Reyes y con posterioridad, tanto a este texto como al de Mirta Aguirre, los usos ahistóricos que hará Octavio Paz de su figura. No creo que se haya desconocido el intercambio de mujeres como hecho histórico, más bien se le ha considerado irrelevante.

Pero la condición de objeto de intercambio de Malitzin no inicia en la relación con los españoles, así De la Parra se encarga de situar ese momento en su venta como esclava. Venta interesante ya que es heredera de un cacicazgo y el acto de darla, no como esposa sino como esclava, obedece a una traición de los suyos, la madre y el padrastro. Nuevamente la ensayista venezolana revela, con su mirada incisiva, la condición de víctima de una traición del personaje:

Vendida como esclava por su madre y su padrastro quienes la dieron de noche a unos indios forasteros para usurpar su cacicazgo y su herencia. Doña Marina había pasado por diversas manos y diversas ciudades. Pudo aprender así durante su vida errante, junto con el don de adaptarse, las costumbres, aspiraciones, rivalidades e idioma de los diversos pueblos que iba a someter Cortés. De modo, que a su inteligencia natural, unía la amplitud de miras que da el haber viajado y el tacto refinado que da el haber sufrido. Habla la lengua maya, la lengua azteca y aprendió muy pronto a expresarse en español con tal soltura y claridad como si hubiese nacido en Sevilla. (150-51; énfasis mío)

Aquí inicia el viaje de aprendizaje que configurará su papel histórico. “Había pasado por diversas manos”, me pregunto si esas manos, las de diferentes propietarios, no incluyen una delicada alusión sexual. Y “diversas ciudades”, el tópico del viaje como fuente de saber, aun para una esclava. En ese devenir aprende la complejidad de su universo y sus lenguas, así como el tacto refinado que le deja su propio sufrimiento. Una inteligencia y una sensibilidad cultivadas en la adversidad y la experiencia. Y por eso mismo, insiste De la Parra, “poco o nada debía doña Marina a los suyos” (151). Pero De la Parra también le adjudica como consecuencia de ese sufrimiento, la solidaridad (ya señalada de manera general en el ensayo) con las otras mujeres y una conciencia sobre su condición:

En su amargo rodar de pueblo en pueblo había conocido entre lágrimas la condición de las mujeres humildes de su raza. Relegadas a los más viles trabajos, maltratadas, vendidas por los hombres de unos a otros como víctimas para los sacrificios cuando niñas, como esclavas, para el matrimonio, cuando adultas, iban sin duda a mejorar de situación bajo aquellos nuevos dueños que adoraban un ídolo femenino con un niño en brazos. (151)

Se unen en este trazo la clase, el género, la religión, así como la recuperación de una memoria que Teresa va a proyectar hacia el futuro, al decir que “al aliarse con tanto ardor a Cortés y a la causa de los blancos contra los suyos, Doña Marina, obedeciendo a imperativos revolucionarios iniciaba en alas de su amor, la futura reconciliación de las dos razas e iniciaba además en América aunque en forma muy rudimentaria aún, la primera campaña feminista” (151). Aunque parezca ingenua e idealista-qque lo es-tal afirmación, se trata de articular una historia que inicia con una indígena, pero también con la posibilidad de la otra historia, la de la conciliación, la de la armonía, que busca el texto intentando sintetizar contrarios y que incluye, por supuesto, la emancipación de las mujeres.

Nótese además, como expresión de su corrección al mito de la traición, que los referentes religiosos que utiliza De la Parra son “un ídolo femenino con un niño en brazos” en la perspectiva de Malitzin, es decir, la virgen y el niño, y el episodio en que se encuentra con su familia y los perdona, que equipara al relato de José en la Biblia, perdonando la traición de los suyos. En cuanto a la relación con Cortés, la ensayista no toma el camino más fácil del mito bíblico de Adán y Eva, en el que subyace la traición-cara oculta del mito oficial laico-, sino que lo desvía a otro modelo cultural que le sirve para oponerse a lo épico: el romance, modelo literario más cercano a la época de la conquista.

Otro modo de re/crear la personalidad histórica de doña Marina es acotar el texto documental, de ahí que retome dos características que le adjudica Bernal al presentarla, entrometida y desenvuelta, y las potencie:

Era “entrometida y desenvuelta” dice Bernal al presentarla. ¡Cuánto sabor encierran en su rudeza arcaica estos dos adjetivos y cuánto se lee a través de ellos! “Entrometida y desenvuelta”, es decir, servicial, alerta, de palabra aguda y discreta con algo de coquetería y mucho de generosidad ingénita. A medida que avanza el vivísimo relato de Bernal Díaz, la sentimos actuar y la vamos conociendo hasta trabar amistad íntima con ella. (151)

Esta acotación revela una estrategia muy interesante de proyección semántica a través de una lectura activa y creativa de las crónicas, que pone de manifiesto el principio de identificación y actualización que construye un discurso de orden histórico y su lectura. De ahí que transitemos de “entrometida y desenvuelta” a servicial, alerta, aguda, discreta, generosa y algo coqueta, un personaje femenino que puede ubicarse en una época más reciente, lo que prepara el terreno para la actualización del personaje: “la sentimos actuar y la vamos conociendo hasta trabar amistad íntima con ella” (152). Pero aquí ese principio de identificación autor/ personaje que se proyecta hacia el público y el lector, se muestra y no se oculta bajo la apariencia de la objetividad. La actualización, al atraer al personaje hacia nosotros, lo humaniza, lo que da lugar a una caracterización fresca y moderna: “Es amiga entusiasta de la novedad como buena mujer y como todo espíritu inquieto y creador. Es crédula por idealismo. Todo la deslumbra. Es el tipo de la persona simpática. Es la clásica mujer de sangre ligera que en todas partes se recibe bien porque sabe hacerse puesto y arreglar desavenencia con la alegría de su presencia” (152).

Después de hacerla casi nuestra vecina, nuestra contemporánea, con elementos como la novedad-que representaban los conquistadores-, asociando ésta a la inquietud y la creación, la ensayista, en un giro, se regresa a la perspectiva de época mediante el dato histórico:

Los escribientes o pintores que enviados por Moctezuma debían darle cuenta detallada de cómo eran los invasores, entre un cielo cruzado de centellas que representan los tiros de ballestas, unos espíritus alados imagen de los caballos y otras fuerzas misteriosas, los escribientes se apresuran a estampar en la detallada carta el retrato de doña Marina como a una de las mayores fuerzas misteriosas. No hay embajada que ella no trasmita, ni proposiciones de paz que ella no presida al lado de Cortés. Ella va dulcificando acritudes al traducir los discursos de todos los parlamentos. (152)

Teresa de la Parra cierra la parte dedicada a doña Marina con una defensa de la crónica no oficial como documento o fuente histórica fidedigna, cuyo valor también actualiza frente a la historia oficial de ayer y de hoy. De ahí que tome el cuidado de precisar el funcionamiento histórico del texto de Bernal:

Durante su evocadora narración tan llena de vida, Bernal Díaz se disculpa a cada paso de su falta de estilo, de su desaliño para escribir. Asegura que se ha visto obligado “a sacar en limpio de su memoria aquellos hechos que no son cuentos viejos, ni historia de romanos, sino cosas ocurridas ayer como quien dice” porque letrados y conocidos escritores, Gómara entre ellos, han alterado la verdad al escribir las crónicas sobre la Conquista de la Nueva España, la famosa guerra en la que él combatió más de 100 veces. (153-54)

Es la importancia de los detalles lo que destaca como relevante del texto de Bernal frente a la crónica oficial: lo vivido, las pequeñas experiencias, las características de los participantes, sus apodos, sus reacciones, lo que llama “la poesía del recuerdo”. Y es ahí donde se inserta doña Marina: “Tales detalles van pasando numerosos y evocadores en la corriente de los hechos. La actuación de doña Marina pasa también en el fresco tumulto. Ella será la flor de la narración que no es propiamente una historia sino algo mucho más alto y más bello: un romance en prosa” (154).

El romance en prosa o en verso es el género al que pertenecen las novelas de caballerías, en las que la dama, la mujer, desempeñaba un papel central en un relato siempre entramado con el componente amoroso. Si se tienen en cuenta los vínculos entre la ideología caballeresca y el proceso de la conquista de América puede entenderse por qué De la Parra fusiona el romance con la relación de Doña Marina y Hernán Cortés, lo que le permite no solo recuperar su figura históricamente, sino proyectarla al futuro.

En su apuesta por la crónica, De la Parra proclama “la superioridad moral de este género de narraciones”, pues, “junto a ellos la verdad histórica, la otra, la oficial, resulta ser una especie de banquete de hombres solos. Se dicen con etiqueta alrededor de una mesa, cosas inteligentes y se pronuncian discursos elocuentes a los cuales no acude el corazón porque surgen de reuniones forzadas. Son rumores de falsas fiestas. Excluidas las mujeres se han cortado uno de los hilos conductores de la vida” (154). El tono es, sin duda, algo burlesco, o al menos con un dejo ironizante. Que la verdad histórica es la otra, la oficial, desplaza esa verdad única a una perspectiva fraguada por un grupo de hombres en un banquete, donde prevalece un hablar de etiqueta, con cosas inteligentes, y caracterizado por la elocuencia. Un bien decir. Pero a esta verdad que se pretende imponer le falta el corazón, es decir, la perspectiva humana, el amor y el dolor como los referentes más representativos de la misma y como efectos y causas de la historia misma. Es una historia que no representa la verdad porque no representa a todos, y en esa ausencia están las mujeres, “el hilo de la vida”. Reconstruir esa vivencia es lo que ensaya la escritora venezolana. Esa historia oficial es la expresión de un intelecto separado de la vida real de los seres humanos. En esta perspectiva puede entenderse también la idea de superioridad moral de las crónicas. Lo son en la medida que se acercan más a la verdad porque dan cabida a otras experiencias y otras percepciones; la historia entonces se vuelve una articulación representativa y democrática. La verdad histórica se hace polifónica.

Teresa de la Parra establece un paralelo entre la crónica de Bernal y los romanos y los evangelios porque narran historias vivas y conmovedoras, en las que las mujeres figuran en primer plano y también los “animales amigos y hermanos”. De la Parra llama a los evangelistas, cronistas duros del género, para acotar que “ni siquiera el exquisito Plutarco” hubiera podido grabar con igual fuerza duradera el drama de la pasión de Cristo.

En la pasión un gallo tiene su salida a escena que es muy importante y las mujeres pasan en tropel siguiendo las peripecias del drama lo mismo que doña Marina. Nadie les corta el paso, al contrario; adelante todas. Son ellas, las heroínas del día. Es un drama callejero al cual todos se asoman. Descrito y representado sin cesar desde hace veinte siglos el pueblo lo representa y lo vuelve a describir aún en Semana Santa, guardando la misma tradición de amor y de realismo que la prestan los pequeños detalles. Oigamos como ejemplo, la saeta de las Siete Caídas recogida del pueblo andaluz. Aunque parezca digresión, no puedo menos de recordarla en honor de estos relatos sobre cuya importancia quiero insistir y en los cuales, como en la vida, la tragedia no desdeña al personaje anónimo e inesperado. (155)

Vale detenerse en esa fuerza que encarna el propio texto construido por De la Parra. En primer lugar, la movilidad de esas mujeres que pasan en tropel como doña Marina; en segundo, el espacio del drama es la calle (callejero es el término exacto), luego popular en su vivencia y en su representación (la representa el pueblo, la recoge el pueblo); además marcada por el realismo, asociado a la movilidad, la calle y la condición anónima de los personajes y de lo heroico, ya que la tragedia (que encarna el héroe) no desdeña a estos personajes. Todos estos elementos no pueden concebirse sin la oralidad como estrategia fundamental de su articulación y existencia. De modo que se articula un eje semántico en el que la oralidad como trasmisión y lo efímero de la representación se oponen a la historia oficial escrita, representada en un libro solo accesible a las clases letradas, y en un monumento inmóvil y solemne, que encarna a una persona/héroe, nominado, idealizado, en la calle urbana, pero no callejero, no popular. Pluralidad de perspectivas contra un discurso oficial monológico y distorsionador de la realidad y de la historia.

Previo a toda esa articulación y consciente de cómo se percibe al novelista-como un fabulador-, De la Parra se apresura a aclarar que sus comentarios no responden a una fantasía o a la imaginación. La literatura como configuración y transmisora de un saber, capaz de articular una complejidad y un universo de voces y vivencias revela su superioridad moral, la de configurar un universo complejo de verdades.

“Influencia de la mujer en Iberoamérica”: la primera traductora americana

El ensayo de Mirta Aguirre “Influencia de la mujer en Iberoamérica” con el que ganó el 1er Premio en los Juegos Florales Iberoamericanos de 1947, auspiciados por la Unión Femenina Iberoamericana, resulta mucho más académico y, por tanto, menos libérrimo que el de Teresa de la Parra. Baste apreciar la cantidad de referencias y citas a textos, en su mayoría, posteriores en el tiempo a la conferencia de la venezolana, así como su inicio con una exposición de límites y problemas en el tratamiento del tema. Si el de Teresa de la Parra está estructurado en función de la trasmisión oral (nació como conferencia y nunca fue preparado para publicarse), el de Mirta tiene todas las características del texto escrito para ser leído y no escuchado, por lo que no presenta rasgos de oralidad ni busca la empatía de un público. El ensayo presenta una doble estructura: Por aspectos/ disciplinas: cultura, historia y desenvolvimiento social y, al interior de cada uno de ellos, por períodos históricos. Es decir, cada aspecto cubre un proceso en el tiempo. La figura de doña Marina aparece en la segunda parte, “La mujer en la historia de Iberoamérica”, y en la primera del ámbito histórico, dedicado al mundo prehispánico y la conquista.

Detengámonos primero en los límites y los presupuestos metodológicos establecidos muy brevemente por Mirta Aguirre, porque no solo brindan contexto al ensayo en su totalidad, sino a la parte que interesa a este artículo. Así como el texto de Teresa de la Parra es impulsado por la invitación a una conferencia; “Influencia de la mujer en Iberoamérica” se prepara para un concurso, de modo que los primeros supuestos del ensayo proceden de los límites reales impuestos a los textos que participarán en el mismo.

Reducir a los límites de un breve ensayo un tema de las proporciones del presente requiere, ante todo, capacidad poética; es decir, poderes de síntesis. Lo que no contradice sino que completa el carácter analítico que todo material ensayístico debe poseer. El empeño, por tanto, es arduo. No un libro, sino varios, demandaría el estudio de la influencia femenina en Iberoamérica desde el punto de vista cultural, histórico y social. Realizar la investigación a límite máximo de cien páginas impone criterios matemáticos de división y ordenamiento, y sacrificios de lo expositivo documental. (Aguirre 289)

A lo ensayístico como modo de exploración y elaboración de conocimiento, la ensayista cubana impone criterios estrictos de orden y análisis, que revelan una concepción mucho más disciplinar del ensayo. Este sacrificio de lo documental, parece apuntar a una perspectiva racionalista que tendrá como pauta lo representativo para sintetizar ejes de desarrollo:

[…] demos el salto a la interpretación de los hechos, dando por conocido éstos, por otra parte al alcance de cualquier interesado en la cuestión; y la reducción de todo un panorama nacional o continental a los casos más representativos. […] Confesamos que, además, hemos huido intencionalmente de las enumeraciones. Hemos creído que inacabables listas de nombres femeninos aportarían a este trabajo mucho menos que lo que en él ha dejado nuestro esfuerzo por extraer de ellos el contenido que de su suma se deriva, o que emana de alguno de esos nombres en particular. (289-90)

Una postura contra el positivismo, que reniega de las enumeraciones y apuesta a la valoración aúna a las dos ensayistas. Sin embargo, la voluntad objetivista de Mirta Aguirre muestra la filiación a la disciplina y la diferencia con la articulación libérrima y literaria de Teresa de la Parra. Ejemplos: la ensayista cubana no articula una dialéctica entre lo anónimo y lo nominado; la ausencia de lo emotivo, lo afectivo y otros modos de la experiencia humana, como el dolor, el sufrimiento, el amor, la pérdida, etc.; la casi nula importancia a la mentalidad de época como configuración de una perspectiva histórica. Este tipo de articulación de procesos históricos continentales responde a una exploración identitaria que abarca diversas disciplinas, y de la que son ejemplos, pensadores como Pedro Henríquez Ureña y Mariátegui, entre otros.

El recuento introductorio de esa primera parte se sustenta en recientes investigaciones históricas y antropológicas así como en los testimonios de los cronistas11, pues la situación de las mujeres en la estructura de estas sociedades determinará, a su juicio, la relación que establecieron con los conquistadores. Si bien Teresa de la Parra escoge sus personajes representativos en los dos focos continentales más importantes, México y Perú; la ensayista cubana divide el mundo prehispánico en dos tipos de sociedades: los grupos indígenas más primarios del Caribe, y los más desarrollados, el caso de los focos culturales de México y Perú. La primera de estas sociedades, marcada por la matrilinealidad; y las segundas, reinos de sacerdotes y guerreros caracterizados por la poligamia en los que las mujeres están controladas. Dicha diferenciación define el lugar de las mujeres en cada una de las sociedades.

Este sentido de linealidad histórica le permite articular un proceso que va de las mujeres en las sociedades primitivas, al lugar que en las culturas más desarrolladas ocupan, explicando así una figura como Malitzin. Mirta destaca a partir de los trabajos de Agramonte, Luis A. Sánchez, así como de las crónicas del Descubrimiento y la Conquista, el papel de las mujeres en estas sociedades. En el caso de las más primitivas, su trabajo como aportación económica fundamental para la existencia de estas comunidades, explica su poder político y el respeto que recibe.

[…] en todas las primitivas organizaciones clánicas, la mujer constituye un eje social y familiar básico del agrupamiento humano. Guardadora del fuego alejador de las bestias feroces, la mujer es símbolo de seguridad; factor de gran importancia en la cultura sedentaria de tipo agrícola-que lógicamente, por razones biológicas, se inicia por vía de ella cuando el hombre todavía caza y vaga-, la mujer es, además, símbolo de regularización productiva. (335)

Los estudios antropológicos constituyen la base de sus afirmaciones, que canaliza en citas de investigaciones recientes y complementa con el acervo documental de las crónicas. Pero no hallamos en el texto de Aguirre una reflexión sobre las crónicas como la hace Teresa de la Parra al oponerlas a la historia oficial. Como deja notar la propia estructura del ensayo y la cantidad de referencias a estudios y notas a pie de página, el texto se sustenta en una concepción académica y política de la historia, marcada por la experiencia de la Segunda Guerra Mundial12. Concepción ajena también a los guiños, las ironías y la búsqueda de empatía que caracterizan el ensayo de la escritora venezolana.

Vale también señalar la actualización que hace Mirta Aguirre de la problemática del poder en el mundo de la preconquista, al fascismo del siglo XX y su relación con el debilitamiento y la sujeción de las mujeres:

Pero todo esto sucedía, conforme a la lógica social, en pueblos pacíficos, poco adictos a costumbres guerreadoras. Porque poco cuenta en estos casos el poderío físico. Mas cuando la ley del más fuerte implanta su barbarie, lo mismo entre indígenas americanos del siglo XV que entre fascistas europeos del XX, la mujer es inmediatamente reducida a la penosa situación que facilita su debilidad física (énfasis mío). […] Así entre los caribes guerreadores, la mujer era esclava. Guerra es saqueo y rapto, vencedor y vencida. Además, los caribes practicaban la covada, hecho que enmarca el instante en que el sexo masculino vislumbra su certidumbre paterna y, con ello, el franco establecimiento del patriarcado en el que la mujer, al perder el parto la trascendencia económica y moral que hasta entonces había poseído, pierde la alta significación disfrutada en los grupos sociales anteriores. (339)

Se revela aquí “Influencia de la mujer en Iberoamérica” como un texto de la posguerra y deja ver las filiaciones con otros textos de esta etapa, tan productiva en términos de reconocimiento para la ensayista cubana13. Lo importante aquí es el vínculo entre patriarcado, guerra y poder con la sujeción de la mujer y el fascismo, relación no percibida claramente en ese momento y que atraviesa la historia misma. Y es que la sujeción de la mujer no se considera un problema fundamental de la estructura social y productiva, ni, por tanto, del conflicto en una sociedad de clases.

Si las crónicas de la conquista, para el caso del Caribe, muestran no sin cierta sorpresa, el lugar ocupado por las mujeres en la estructura social; en el caso de México, evidencian que este lugar estaba definido y acotado socialmente al interior de la vivienda y con funciones específicas. Las observaciones de los cronistas, las investigaciones históricas recientes, y discursos rituales como la “Ticitl” que orientaba el destino social de las mujeres, le permiten configurar esta imagen. Para el caso del Perú, aunque encuentra que “el sexo femenino […] padecía la misma preterición que en México” (342), destaca su importancia en el ayllu hetáirico, pero precisa que su significado era inferior desde el punto de vista económico al del hombre. No obstante, Aguirre destaca la importancia de las coyas en el gobierno del inca, ya que tenían voz y autoridad, y despliega toda una serie de aportaciones socioculturales que se le adjudican, como la fundación y organización del Tahuantisuyo, el impulso a la música y a los cultivos forestales, la costumbre del baño diario, la mediación en guerras, así como la condición de fuente oral de Los comentarios reales del inca, de la madre de Garcilaso.

A partir de esta diferenciación, la ensayista cubana situará las dos posturas representativas de la relación de las mujeres indígenas con los conquistadores: Anacaona, del Caribe, y Malinche, de México. Estas dos posturas las vincula además con las dos variantes principales resultantes del choque de dos culturas: “que la inferior se enquiste en sí misma, resista y sea destrozada, o que se produzca un estado de tensión que se resuelva en un proceso de asimilación de la cultura menos adelantada por la más adelantada” (343). Además, pone en el centro de esa perspectiva a las mujeres, pues “la mujer indígena advino, en la Conquista, en instrumento biológico y político de la mayor importancia”; como consecuencia se terminará transformando “el instinto oscuro y violento en profundo factor social” (344), permitiendo un proceso de poblamiento y asimilación cultural14. Las mujeres que escoge Mirta Aguirre para tipificar las dos posturas reflejan la ambivalencia de la conquista: en la primera, contra la “sangre y [la] violencia, [la] esclavización, [el] imperio de la fuerza bruta, [los] ímpetus destructores que son la sombra trágica de la conquista, es que Anacaona, la princesa de La Española, se yergue, para honra suya y de todo su sexo, muriendo en aras de la repulsa india a la dominación hispánica” (345); en la segunda, “Malitzin, la indígena que Cortés recibe en Tabasco entre otros esclavos, es quien tiende, sobre el bárbaro enfrentamiento del español y la mujer americana, el primer puente unificador” (345; énfasis mío). La perspectiva es interesante, ya que al tomar como referencia el Caribe, espacio primero de conquista donde las mujeres tenían poder, la actitud de Malitzin queda iluminada fuera de lo local, en una trayectoria histórica que implica modos de existencia social diferentes que resultan determinantes. En un espacio de mayor democracia, por decirlo de alguna manera, o donde las mujeres comparten el poder, se produce una unidad frente al poder extranjero, ya que estas tienen un sentido de pertenencia de etnia y “patria”. En el espacio donde son esclavas, objetos de intercambio, no responden a esas pertenencias identitarias y se establecen alianzas políticas con el afuera. Así, “Malinche es el primer gesto cordial, de acercamiento, entre el Viejo y el Nuevo Mundo; la primera gran historia de amor de nuestra historia. Cuando Cortés la abraza, se consagra el mestizaje americano: nace Iberoamérica, hecha de trigo y de maíz a un tiempo” (345, énfasis mío).

A pesar de que se menciona, se percibe cierta omisión de la condición de objeto de intercambio del personaje (el verbo usado es “recibe” y remite a Cortés) y lo que implica: la propia Malitzin es entregada como factor de mediación (regalo); y su función rebasa los propósitos que incluía socioculturalmente esa mediación tanto para unos, como para otros. La traducción es otro tipo de mediación que asume y desarrolla por sí misma, y supone una actividad que construye sentidos y le permite “participar activamente” en términos políticos. La interpretación de Mirta está atada a la simbólica del nacionalismo y la épica, mientras De la Parra avizora estos aspectos de su actividad histórica, llamando la atención del lector sobre el carácter político/ diplomático de su intervención.

En primer lugar y parafraseando a Aguirre, Malitzin personifica el desarrollo cultural mexicano, encarnando los rencores y los divisionismos que en México como en Perú fueron los verdaderos conquistadores. En segundo, fue “entregada como un presente y ve en Cortés un contrincante del rey azteca.” Como consecuencia, cede y ama, por lo que “no tuvo la silueta heroica de Anacaona. Pero se anticipó a esa realidad que hoy nos hace defender nuestro acervo hispánico tanto como nuestra hermosa tradición cultural indígena” (346); vive y asimila y hace asimilar.

La tendencia al objetivismo de Aguirre, dado el carácter más académico de su ensayo y las referencias bibliográficas que lo construyen, determina que los datos sean interpretados en una explícita perspectiva socio-histórica más cercana a la disciplina, de ahí que lo heroico siga remitiendo a lo épico y que, a pesar de reconocer la condición de objeto de Malitzin, utilice el verbo “ceder” junto con amar para definir su postura ante los conquistadores. “Ceder’ (del latín cedere) significa “Dar, transferir, traspasar a otro una cosa, acción o derecho. Rendirse, sujetarse. Disminuirse o cesar la resistencia de una cosa” (Diccionario de la lengua española, s.v.) y es claro que implica lo sexual. Ella misma lo aclara más adelante al recordar cómo conquistar tiene entre sus significados seducir y enamorar. Así, el ceder se acerca peligrosamente a la traición y el amor, a la conquista.

Condicionada por una visión marxista de los problemas socio-políticos, Aguirre, sin dejar de marcar los factores principales, es menos sensible hacia la figura histórica y hacia las complejas implicaciones de su condición de objeto (vendida, esclava, regalo). Es decir, no le preocupa la persona histórica en un sentido humano más individual, sino en el aspecto exclusivamente histórico y determinado. De ahí que su configuración no produzca la misma empatía que la de la escritora venezolana. Sin embargo, señala la dialéctica de su postura, ya que al asimilar, hace asimilar al otro también. Entrampada en esa perspectiva se ve obligada a aclarar que “Si todo traducir es traicionar, algo tuvo que traicionar Doña Marina, al convertirse en la primera traductora americana” (347; énfasis mío). Y para salirse de una lógica victimaria que le permita proyectarse al futuro, precisa: “Cortés y Malinche, u otros. Da lo mismo. No son un español que subyuga y una india que traiciona a los suyos: son el Adán y Eva iberoamericanos” (348). La referencia a la pareja bíblica, acaso inspirada en el fresco de José Clemente Orozco que seguramente Aguirre conoció durante su exilio en México, aunque subversiva desde el punto de vista del significado, no deja de llevar el peso del significante que De la Parra evitó. Por eso, la ensayista cubana se ve obligada a aclarar que no es una india que traiciona. Pero deja la puerta de la interpretación abierta al comentar: “De cualquier modo, júzguesela como se la juzgue, Doña Malinche, intérprete y guía de Cortés tanto en lo que se refiere a la lengua como a la intención política y guerrera, es figura imposible de ignorar en la historia de Iberoamérica” (348). Lo que finalmente termina asegurando Mirta Aguirre es su condición incuestionable de figura histórica.

Un interesante punto de coincidencia en ambas ensayistas es que ninguna habla de violación, aunque en Mirta se infiere a través de expresiones que definen a la india como “primaria presa”, “vehículo práctico de la satisfacción biológica” del “instinto oscuro y violento” que se transformará en “profundo factor social” (344). Proyección que difiere de la perspectiva fatalista (“las indias violadas”) que será el punto de partida de Paz para explicar una identidad, la mexicana, también al parecer fatal. Frente a un discurso nacionalista de tradición decimonónica, que halla en la madre “chingada” el origen de los males del país, Teresa de la Parra y Mirta Aguirre, con una perspectiva latinoamericanista, apostarán por el amor como fundador del continente, con razas y culturas complejas y plurales, ricas y enriquecedoras, perspectiva que se orienta al futuro con una voluntad constructora y transformadora. De hecho, el abrazo entre Cortés y doña Marina es más productivo históricamente, en consideración de Mirta Aguirre, que la resistencia estéril de Anacaona.

La construcción de la existencia histórica de las mujeres constituyó un reto, ya que suponía una alteración de los paradigmas de la historia, de sus límites y su sistema de valores. Es decir, implicaba una reformulación metodológica que abriera el campo o la noción de lo histórico, lo que revelaba de manera implícita el carácter discursivo de la historia y su estructuración a partir de una jerarquía de valores modificables.

Estos ensayos demostraban, a nivel general, que las mujeres habían vivido en la historia y que su existencia, de cualquier manera, constituía un hecho histórico. El acto mismo de articularla como parte de un proceso en el tiempo supera las enumeraciones aisladas propias del siglo XIX. A la conciencia de su existencia histórica se sumaba la de su carácter transformador del mundo, transformación que se llevaba a cabo no solo hacia el futuro con la lucha por el voto, sino hacia el pasado, reescribiéndolo, articulando una nueva memoria histórica, que es la obra de estas ensayistas.

Esta nueva memoria histórica supone varias reformulaciones de los mitos que han ido construyendo las historias oficiales de las nuevas repúblicas, así como la corrección de muchas omisiones. De vital importancia, en ese aspecto, fue la lectura histórica que hicieron De la Parra y Mirta Aguirre de la Malinche o Doña Marina, cuyas convergencias y divergencias contribuyeron a enriquecer la visión del proceso histórico.

 

Obras citadas

Aguirre, Mirta. “Influencia de la Mujer en Iberoamérica.” Ayer de hoy. Ediciones Unión, 1980, pp. 287-439.

Castellanos, Rosario. Declaración de fe. Alfaguara, 2012.

Castellanos, Rosario. Mujer que sabe latín. Fondo de Cultura Económica, 2010.

Carrió, Orlando. “Cronología de Mirta Aguirre.” Bibliografía de Mirta Aguirre, editado por Marcia Castillo Vega, Letras Cubanas, 1988, pp. 7-21.

Díaz del Castillo, Bernal. La verdadera historia de la conquista de la Nueva España. Madrid, 1632.

Diccionario de la lengua española. Real Academia Española, 1992.

Diccionario de Autoridades. T. III, 1732, http://web.frl.es/DA.html.

Dunayevskaya, Raya. Rosa Luxemburgo, la liberación femenina y la filosofía marxista de la Revolución. Fondo de Cultura Económica, 1985.

Gómez de Avellaneda. “La mujer.” Obras. Ensayos, artículos, crítica literaria e impresiones de viaje, compilado por Cira Romero, Ediciones Matanzas, 2013, pp. 34-50.

Henríquez Ureña, Camila. “Feminismo.” Estudios y conferencias, Letras Cubanas, 1982, pp. 453-571.

López de Mariscal, Blanca. La figura femenina en los narradores testigos de la conquista. El Colegio de México / Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León, 1997.

López González, Aralia. “Justificación teórica: Fundamentos feministas para la crítica literaria.” Sin falsas imágenes, sin falsos espejos. Narradoras mexicanas del siglo XX, por Aralia López González. El Colegio de México, 1995, pp. 13-48.

López González, Aralia. “El ensayo feminista: territorio dialógico.” El ensayo iberoamericano. Perspectivas, editado por Horacio Cerutti et al., UNAM, 1995, pp. 133-141.

Parra, Teresa de la. “Influencia de las mujeres en la formación del alma americana.” Epistolario y otros textos, Editorial Arte y Literatura, 2005, pp. 137-213.

Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. Fondo de Cultura Económica, 1950.

Simmel, Georg. Cultura femenina y otros ensayos. Espasa Calpe, 1938.

Townsend, Camilla. Malintzin, una mujer indígena en la Conquista de México. Era, 2015.

 

NOTAS

[1]

Se publicó por primera vez en 1961 por la editorial Garrido, veinticinco años después de la muerte de su autora.

[2]

Conferencia pronunciada en la Institución Hispano-Cubana de Cultura el 25 de julio de 1939 en el contexto del Congreso Nacional de Mujeres y publicada por primera vez en la Revista Bimestre Cubana, vol. XLIV, no. 1, jun.-jul. de 1939, pp. 5-29.

[3]

Apareció publicado por R. Fernández, La Habana, 1947 y por el Servicio Femenino para la Defensa Civil en 1948.

[4]

El ensayo apareció en su papelería y se fecha en la década del 50. Se publicó en 2012, por la editorial Alfaguara, con la presentación de Eduardo Mejía.

[5]

En otro ámbito de ideas y como parte del contexto de enunciación, también responde a Simmel, quien en Cultura femenina (1911, 1925 en español en Revista de Occidente) trascendentaliza la identificación de la mujer con el espacio privado afirmando que la casa es la gran hazaña cultural de la mujer (Simmel 45), perspectiva que se atiene a la casa en tanto espacio burgués cerrado. De la Parra establece una dialéctica entre interior y exterior, o el último como proyección del primero, propio además de una época en que no se ha decretado la separación de lo público y lo privado. Valdría la pena apreciar en esa lógica de respuestas las palabras de Rosa Luxemburgo: “Para la mujer burguesa propietaria, su hogar es el mundo. Para la mujer proletaria, todo el mundo es su hogar…” (“La mujer proletaria”, ctd en Dunayevskaya 194-195, n. 11). Sus palabras aluden de modo sugerente al hogar como espacio de constante actividad, crecimiento humano, sentido de lo colectivo, proyectado universalmente y abierto, que contrasta con el encierro del hogar burgués. Es sobre el mundo que la obrera toma la responsabilidad de hacer, de actuar, de velar y de transformar.

[6]

Similar estrategia reaparece en la última parte del ensayo: “Es a las mujeres anónimas, a las admirables mujeres de acción indirecta a quienes quisiera rendir el culto de simpatía y de cariño que merece su recuerdo. Durante más de tres siglos habían labrado en la sombra y como las abejas, sin dejar nombre, nos dejaron su obra de cera y de miel” (193); pero la condición de obreras queda sumida en el símil con las abejas.

[7]

Nausícaa, hija de Alcínoo y Arete, encuentra a Odiseo en la playa y lo lleva al palacio de sus padres, donde recibe hospitalidad y preparan su regreso a Ítaca. Se caracteriza por la bondad y la compasión.

[8]

Esta relevancia del afecto y los sentimientos distingue al ensayo femenino que lo utiliza como factor psico-histórico-social; puede apreciarse en La Avellaneda, Gabriela Mistral, De la Parra, y en los casos que alcanza mayor intensidad lírica se asocia a un romanticismo desvirtuado. Valga como ejemplo esta expresión de Gertrudis Gómez de Avellaneda en su ensayo “La mujer” de 1860: “La vasta inteligencia asociada a un mezquino poder afectivo es-si existe-una monstruosidad” (46). En su ensayo “Feminismo” (1939), Camila Henríquez Ureña sitúa el afecto como un factor determinante en el desarrollo social y moral: “Pero desde el momento en que el hombre posee exclusivamente a una o varias mujeres y a los hijos de éstas, empiezan a formarse por el contacto, el hábito, los mutuos servicios, puesto que el varón, al defenderlos, empieza a darles algo a cambio de lo que ellos le dan, empieza a desarrollarse, digo, una nueva fuerza moral. Lo suyo le parece a cada hombre preferible a lo del resto de la tribu. Nace el afecto familiar” (Henríquez Ureña 546).

[9]

Camilla Townsend señala que “En Xicoténcatl, novela anónima de 1926, de golpe y por primera vez, aparece Marina como una traidora lasciva e intrigante” (19).

[10]

López de Mariscal señala que la crónica oficial estaba a cargo del cronista mayor quien ordenaba la información que llegaba del Nuevo Mundo, con el objetivo de emitir leyes que rigieran los nuevos territorios, mientras que la crónica no oficial fue elaborada por conquistadores, misioneros, indígenas, mestizos que escriben la gesta de la conquista como narradores testigos (14-15). De modo que se produce una alteración en el modelo de escritura y en sus contenidos, que López de Mariscal resume así: “Los narradores testigos de la conquista introducen, además, un nuevo factor de credibilidad que se sustenta en la autoridad que les proporciona el ser testigos presenciales de las gestas. Asimismo, junto a la narración de las grandes hazañas tienen también el mérito de fijar su atención y describir los pequeños hechos, las cosas cotidianas, el diario quehacer. Este último elemento no es gratuito, ya que a través de esta acumulación de detalles se logra que la narración resulte más convincente” (18). De todas las crónicas, la de Bernal es el referente fundamental de Teresa de la Parra, quien es consciente de la condición no oficial del texto.

[11]

Entre otros, Aguirre utiliza Historia de América (1943) de Luis Alberto Sánchez, Cuba primitiva: las razas indias (1938) de Fernando Ortiz, Los indios de Cuba: aspecto sociológico (1938) de Roberto Agramonte, La educación en México antes y después de la Conquista (1936) de Paula Alegría, Historia de México (1935) de Teja Zabre, La mujer peruana a través de los siglos (1924) de Elvira García, así como los testimonios y crónicas de Colón, Las Casas, Bernal Díaz del Castillo, Pedro Mártir, etc.

[12]

Para 1937, Mirta Aguirre “matricula en la Universidad de la Habana las carreras de Derecho Civil y de Ciencias Sociales y Derecho Público; sin embargo, sólo se gradúa en 1941 en la especialidad de Derecho Civil. En los próximos años realizará estudios de francés en la Academia “Berlitz” de París, recibirá cursillos de teatro en la Academia Louis Jouvet en Francia, y cursará un seminario de armonía con Silvestre Revueltas en México. Asimismo estudia, de forma autodidacta, estética, marxismo-leninismo, literatura española e hispanoamericana, teoría literaria, etcétera” (Carrió 10-11). A esta perspectiva académica y política de la historia, hay que añadir su activa militancia política: perteneció a la Liga Juvenil Comunista y desde los 20 años militó en el Partido Comunista desplegando una intensa actividad.

[13]

En 1946 gana el premio periodístico “Justo de Lara” por su artículo “Fritz en el banquillo” publicado en el periódico Hoy el 9 de mayo de 1945. En 1947, gana el premio ya aludido; y, en 1948, el concurso para ensayos cervantinos convocado por el Lyceum Lawn Tennis Club con Un hombre a través de su obra: Miguel de Cervantes y Saavedra.

[14]

Quisiera acotar dos aspectos. El primero, que Mirta Aguirre vivió exiliada en México, por lo que sus referencias a doña Marina parten de una experiencia directa en el país que ha construido el mito de su traición y de las configuraciones artísticas que lo expresan: Rivera y Orozco. El segundo, como referencia colateral al foco cultural peruano (que no escoge para tipificar el problema), es la muy breve mención de la ñusta Isabel como fuente de Los comentarios reales y de Garcilaso como símbolo de una expresión y una población que encarna la asimilación cultural de la colonia. El caso de Garcilaso fue tomado como un ejemplo típico por Teresa de la Parra y vale llamar la atención sobre las diferencias de enfoque, es decir, las diferencias de construcción del problema y del drama. A Aguirre le importa el problema discutido racionalmente a partir de datos e investigaciones; a De la Parra, el drama que conlleva, por lo que construye una narratividad que bordea lo histórico con la ficción, como estrategia para impactar en la sensibilidad y en la mentalidad. Lo anterior vale también para doña Marina, pero con Garcilaso y su madre la ensayista venezolana alcanza el momento de más intenso lirismo de su ensayo, con el que concluye la primera parte.

 

 

 

 

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