Homenaje

  

Cuatro conversaciones con Aralia López González


1. Cuando Aralia llegó a mi vida

Alinka Joy

Cuando conocí a Aralia fue muy gracioso; una gran amiga me recomendó con ella para trabajar organizando la biblioteca de su casa. Recuerdo que le hablé por teléfono y ella misma contestó y me dijo que no estaba. Dos semanas después me llamó y, riendo, me dijo que la disculpara, pero que en el momento en que le había llamado se encontraba muy ocupada para poderme atender. Nos reímos de lo sucedido y me citó al día siguiente en su casa para platicar sobre lo que necesitaba. Desde ese momento me encantó. Amé su sinceridad y su forma de dirigirse a las personas.

Por fin llegó el día de conocerla personalmente. Llegué a su casa y me recibió en su biblioteca con mucho amor. Muy observadora, platicamos mucho y lo mejor de todo es que hubo una conexión muy mágica; las dos éramos Leo, de agosto, y yo cumplo años el mismo día que su hermana Ondi. Tomamos café, fumamos y me comentó lo que requería en ese momento, ya que había que organizar una parte de su vida: básicamente sus libros, su más preciado tesoro.

Comenzamos a trabajar; cada día que pasaba a su lado me sorprendía más. Entre ese mundo de libros, ella sabía perfectamente dónde estaba cada uno y qué había en cada uno de ellos. Esperaba con ansia que llegara el día que me tocaba trabajar con ella y así encontrar nuevos tesoros, en cada rincón, en cada libro había una historia, una carta, una dedicatoria y me encantaba llevarle las cosas para que me contara la historia con esa dedicación y con ese amor. No había un día en el que ella no estuviera trabajando, escribiendo, sumergida en sus libros y dedicada a sus alumnos con esa fuerza que sólo ella poseía. Me sentaba al pie de su cama y platicábamos mucho; me daba consejos, me regañaba, nos reíamos y poco a poco nos volvimos muy buenas amigas. Me adoptó como parte de su familia.

Agradezco al universo haberla tenido en mi vida; le agradezco tanto conocimiento compartido, todo su amor y la confianza que ella depositó en mí.

Justo unos días antes de partir, me dijo algo muy bonito: que me quería mucho y que cuando estaba conmigo se sentía tranquila. Así se fue, tranquila. Me tocó estar con ella en su último suspiro de vida.

2.

María Auxilio Alcantar Muñoz

Muy querida Aralia, mi Madrinovitch:

Hoy voy en el tren rumbo a Grasse, otra vez a filmar las rosas de mayo que darán el «absoluto», la quinta esencia de uno de los perfumes que tanto te gusta. Hoy, como en otras tantas ocasiones te cuento lo que hago para que imagines donde estoy, lo que vivo. Así charlamos y estamos cerca, así nuestras almas comunican y la distancia nos pesa menos.

Hoy también pensé en Fracas de Piguet, el otro perfume que amas, y quizá tu favorito. Un día te conté la historia de la mujer que lo creó, ¿te acuerdas? Germaine Cellier, una química francesa excepcional. Cellier fue la primera mujer en lograr penetrar al restringido mundo masculino de la perfumería. Y no solo ingresó, sino que obtuvo el respeto y reconocimiento de sus pares por sus creaciones. Hoy en día hay muchas mujeres que son “nez”, “narices”, pero en aquella época no. ¿Viste? Cellier era como tú: brillante, lúcida, ¡sensible!

No me extraña que te guste Fracas, la fragancia contiene la mexicanísima flor de tuberosa, mezclada con la flor de naranjo, bergamota, jazmín, lirio e iris. Los olores de esas flores se asocian bien a tu imagen, a tu personalidad, me parece.

En este viaje no iremos a los campos de tuberosa, pues no es la temporada, pero sí a ver la colecta de la rosa centifolia y también a los campos de iris pálida, dos flores que participan en la composición del No. 5 de Chanel. Si la rosa es bella y de un olor embriagante, los campos de iris son extraordinarios. La flor es alta, esbelta, su tonalidad anda entre violeta y azul, su olor es suave. Sin embargo, contrario a lo que se piensa, la esencia de iris no proviene de la flor sino del rizoma, la raíz. Hay que tener una paciencia enorme para cultivar el iris, quizá por eso es la planta más cara del mundo. Hay que dejar que el rizoma crezca en tierra durante tres años antes de poder extraerlo. Y después esa raíz tiene que secar durante tres años más, en condiciones muy especiales, para al fin poder extraer las substancias odoriferantes. ¡6 años de cuidados!

Aralia de mi corazón. Yo te cuento estas historias perfumeras y tú me hablas de tus cursos universitarios, de tus lecturas, de tus filmes; del análisis que vas haciendo de la sociedad. También hablamos de política, de la prensa, de la vida. Conversamos por escrito o por teléfono, en espera de vernos una vez al año.

Cuánto camino recorrido juntas, mi entrañable Aralia. Desde mi llegada a tu casa siendo yo una adolescente. Tú con ganas de “maternar” y yo con necesidad de ser “maternada”. Juntas subíamos los cuatro pisos del departamento de Popocatépetl… mientras la vida avanzaba. Tú acabaste tu tesis de doctorado, ¿recuerdas? Tras el punto final fuimos a una iglesia a agradecer a los dioses (no hay contradicción en ser Marxista y Guadalupana, decías). Yo terminé el bachillerato rodeada de libros, en medio de un piano y prolongadas tertulias latinoamericanas. Sensible a la ternura juvenil, tú me apoyabas.

Así aprendí a amar la literatura, a descubrir la alegría caribeña y la comida. También la voz que se alza a veces sulfurosa y la palabra invitada “comemierdería”. Los consejos, los regaños, las charlas eternas de la cocina.

Tiempo después tú te fuiste a EE.UU. mientras yo terminaba Comunicación en la UNAM y luego me fui a Francia. Era la época en la que no había internet, el correo tardaba una eternidad, pero así comunicábamos.

Al fin un día decidiste que era tiempo de visitar París y la España de tus orígenes. Juntas echamos a andar. Una aventura de re-descubrimiento mutuo.

En uno de esos días algo ocurrió. Una luz tenue bañaba el patio, la Cour Carrée del Museo del Louvre, cuando una piedrita de la fachada cayó a tus pies. Esculpida en esa piedrita una paloma. ¡Qué cosa más insólita y simbólica! Ambas emocionadas nos pusimos a llorar.

Quisiste ir a las casas donde nacieron los escritores que leías, a ver a los surrealistas y caminar por las calles de los diferentes barrios para comprender mejor la sociedad. Subías y bajabas los jardines del castillo de Versalles, el cansancio no llegaba, sólo el asombro: “ahora entiendo por qué los franceses hicieron la revolución”, me dijiste.

Después Santiago de Compostela, la Coruña y la casa transformada de tus ancestros. Me da ternura que te guste tanto el mar. Cuántos viajes, Aralia, cuánto afecto e intercambio a lo largo de nuestras vidas.

Hicimos juntas la mudanza de Popocatépetl a Epigmenio Ibarra. La casita perfeccionada por la Gata. Recuerdo las tertulias con Pedro Miguel, Eduardo, Malena, Sergio y tantos otros. Cuántas cenas anuales mexicanas.

Tú y yo casi siempre cómplices y contentas, pero a veces también disgustadas y con periodos de silencio. Así hemos ido por la vida.

Nuestro último paseo ya no tuvo lugar, Aralia. Nos desencontramos por unas horas. Los azares de la vida, como decíamos siempre. Otros paseos nos esperan.

El dolor y la desesperación se van atenuando con el paso de los días, pero queda un hueco en el interior, una ausencia que aflora en cada momento del recuerdo. Ese hueco que al sempiterno estará allí, que no se colmará con nada ni nadie.

Te mando un abrazo grande, mi adorada Aralia, y hasta nuestro próximo paseo juntas.

María Auxilio Alcantar Muñoz. Para ti, Chilo.

3. Eres la sema que Dios convirtiera en mujer

Sara Poot Herrera - University of California, Santa Barbara/ UC-Mexicanistas

Para Aralia López González,

hoy viernes 2 de agosto de 2019

Después de salir del cine, del teatro

Aralushketa querida:

No sé si lo sepas, pero hoy sábado 11 de julio de 2009 estás aquí en Santa Bárbara, en un teatro de mi universidad (UCSB) donde todos te estamos viendo: contemplamos tus movimientos, admiramos tu cuello elegante, de cisne que ha atravesado mares -de Galicia a Cuba, a México-, y te escuchamos. Pero, en serio, ¿eres tú? Sí y no, que a quien escuchamos tiene su propia voz, casi igual a la tuya pero es la suya, aquella voz que primero oímos en la ciudad de México (allá, a fines de los setentas), luego en San Diego (allá, a fines de los ochentas) y esta tarde (aquí, a mediados de 2009), en Santa Bárbara. Se llama Yareli (pero, ¿te lo digo a ti?, ¿a quien así la bautizó?) y, ahora que habla, el público calla y se fascina. Junto a ella, Sergio Arau, y los dos comentan acerca de su película Naco es chido (2009); ellos mismos, quienes idearon y le atinaron con Un día sin mexicanos (A Day Without a Mexican, 2004). Y aunque sabes tú más que nadie de todo esto, sé que te gusta que te hable de Yareli. ¡Cómo no! Además, guardando lo “Arizmendi”, son igualitas.

La vuelvo a ver para estar segura de quién de las dos es: ¿Aralia? ¿Yareli? Es ella y eres tú. Eres o no eres, “seré o no seré”, te preguntarías; Ara de izquierda a derecha, a izquierda, siempre a la izquierda (como el barco que te llevó de Cuba a México): Ara, en el palíndromo existencial de Juan José Arreola. Eres y, al mismo tiempo, es Yareli, tu hija que en esta tarde de verano en la pacífica Santa Bárbara domina rotundamente el escenario, la sala desde donde la vemos y, claro que lo sabes, encanta a todo el público con su español y su inglés impecables; lenguas que van y vienen, y suben y bajan y se trenzan en la voz de la artista que nos tiene cautivados: Yareli Arizmendi, quien canta los dos himnos nacionales, intercambiando los dos idiomas.

Por cierto busco lo que significa el nombre Yareli: nobleza, fortaleza, bondad, independencia, tenacidad. Y esta tu Yareli multiplica dichas características (sospecho que las heredaría). Ah, encuentro algo interesante. En mi búsqueda veo un rubro que dice: “Famosos o personas conocidas con el nombre Yareli”. Y se lee en el texto: “Se puede decir que la mujer más famosa con este nombre es Yareli Arizmendi, actriz, escritora y directora mexicana que luego obtuvo nacionalidad estadounidense”1. ¿Qué te parece?

Se parece tanto a ti, ni quien lo dude: ella, tu muñeca, niña dueña de aquella otra muñeca-la suya-, la que estaba sobre la cama y preguntaba y preguntaba por ella-la tuya-y que ahora las dos-las tres, contigo en el centro-ya saben qué hacer la una con la otra y lo han sabido desde el encuentro milagroso del que nos hicieron testigos. ¿Fue en 1979 el reencuentro entre Yareli y tú? ¿Diez años (1989) antes de que vivieran juntas en San Diego? Ya en 2009, los encuentros serían muchos en tu casa cubana de México, casa mexicana llena de Cuba. “¡Ay, mamá, que linda es Cuba!” (se nos quedó grabada la frase de Fidel, tu hijo, y siempre el imaginario vuela a La Habana vivida por ti en la Ciudad de México). Y qué lindo que vivas en México. No sólo eres voz fundante del feminismo en este país-en la línea de Sor Juana, de Rosario Castellanos-, queridísima y admiradísima Aralia López González, sino que eres trasatlántica, mucho antes de que en nuestro campo se usara este término. Desde antes de aquella época cuando nos conocimos en El Colegio de México y hablabas de ideologías y de subjetividades y objetividades (yo apenas entendía lo que era el narrador omnisciente; por cierto, ¿las narradoras también lo son?).

Gracias, Aralushketa querida, por aquellos años entrañables cuando fuimos haciendo la familia, con las chicas “colmexeras” que lo serán por los siglos y los siglos, y alrededor de ti que eres eterna como alguien te lo dijo y eternamente es así.

Ya veo que no sólo eres psicóloga y novelista y poeta, ensayista, articulista, reseñista y crítica literaria y feminista (cuántas “istas” eres Aralita, ¡Aralista!), sino también productora de cine y te has estrenado con Naco es chido, nacamente dirigida por Sergio Arau y chidamente actuada por Yareli Arizmendi. Me apantalló ver tu nombre en la pantalla anoche viernes 10 de julio, también en Santa Bárbara. ¡Aralia, Aralia!, decía yo entre un público que, a medias entre el inglés y el español, me habrá entendido.

Ya ves que te he visto últimamente y muy cerca de tus cercanos. Pero hoy viernes 17 de julio (“a cada rato es lunes” y también viernes), que te escribo estas líneas para hablarte y hablarte de tu hija, no podré estar contigo en México invitada por los organizadores de este tu primer y gran homenaje (gracias, Emanuel, Israel Mateo y Nallely). Te he visto, como te digo, virtualmente la semana pasada en Santa Bárbara pero pienso en ti siempre: en tu inteligencia a la que a veces sólo le gana tu tos, pero no, ni siquiera la interrumpe; en tu belleza árabe, gallega, cubana, compartida con Yareli, quien tiene la suya propia; en tu sensibilidad que, generosa, vio mi “ingenuidad” (qué eufemismo) en los primeros tiempos de El Colegio de México (¡ay, el colegio… otro eufemismo!); en tu alta figura de faldas largas que pisa con tus zapatillas de ballet mientras extiendes tu mano de humo (la derecha, que la izquierda está ocupada con la izquierda); en tu casa de capricho donde has metido todo Cuba y donde, entre olas y plantas, retratos y pinturas, cabemos todos tus amigos (desde los muy raros a los menos muy raros) y desde donde nunca o casi nunca contestas el teléfono; en tu desparpajo, tu capacidad de relámpago de entendimiento; en tu compromiso con los estudiantes de la UAM, donde están tantas amigas y amigos nuestros, a quienes nos haces sentir únicas y únicos; en tu pluma tan veloz como la luz; en ti, teórica, práctica, lectora de todo, televisiva, telenovelera, lectora del tarot, de cartas y destinos; en ti -Aralia López González-, salud de los eternos, faro de cubanía…

Va un beso en estas líneas que aspiraban a ser carta.

**

Segunda llamada: notas de una lectura que llamé Acción de gracias para Rosario Castellanos

Dos agostos en el tiempo, dos mujeres ejemplares:

Rosario Castellanos y Aralia López González.

No sé si te dije, querida Aralushketa, que en el VI Encuentro del Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer (PIEM) de El Colegio de México, celebrado en 2003, leí un texto que titulé “¿No se mata impunemente?” Me referí en este escrito al asesinato imparable (el término “impunidad” cobraba gran fuerza) de mujeres en Ciudad Juárez. En aquellos años (segunda mitad de los años noventa del siglo XX y primera mitad del siglo XXI), aquella ciudad fronteriza era antesala o traspatio del infierno, o el infierno mismo (ahora, sería un punto entre muchos con mil cuarteaduras más). Aquí te añado unas líneas a esa ponencia (atrevimiento el mío, tú “rosariocastellanista” por antonomasia). Citaba yo la poesía de Rosario Castellanos, cuyos versos se adelantaban años luz (aunque apagada, fundida) a la geografía fronteriza de una ciudad herida una vez más en su historia, esta vez desangrada por el asesinato de tantas mujeres2. Antes, tenía que haberlo comentado contigo, siempre al tanto de la situación de las mujeres. Luego, en 2004, leí otro texto que titulé “Acción de gracias para Rosario Castellanos”3 porque Rosario, lo sabes mejor que nadie, queridísima Aralushketa, nos sigue iluminando muchos años después de su partida (1925-1974). Y su luz-¿“lívida luz”?-llega desde sus letras a la “oquedad de los desiertos/ desgarrados”.

De nuevo me referí a la voz poética consciente y doliente que se adelanta a los espacios del dolor real y de la tragedia. Tú estarás de acuerdo con volver a estas digamos elegías; las tuyas propias son luz de las navegaciones, faros habaneros que atraviesan el Golfo de México y se meten mar y dolor adentro. Rosario Castellanos-y tú misma, Aralia tan querida-fue una adelantada en muchos sentidos y vio venir la tragedia, el destino trágico de muchas mujeres. De su (otra) “trayectoria del polvo”, dice la voz poética:

Alguien me hincó sobre este suelo duro.

Alguien dijo: Bebamos de su sangre

y hagamos un festín sobre sus huesos (“Destino”).

El “hincó” podría sustituirse por “sembró”, en la (anti)comunión de una muerte muy viva ahora nombrada “feminicidio”. El yo poético se divide en añicos infinitos tanto en la historia cuanto la geografía y el “alguien” se multiplica, de la violencia doméstica a una variedad de violencias sobre todo de género. ¿Quién podría negarlo? De esa “sangre” y de esos “huesos” del poema profético de Rosario Castellanos, hasta hace unos años la referencia hubiera sido Ciudad Juárez que, cada día, era (ya nada novedosa pero siempre dolorosa) una-y en “exclusiva”-de las noticias más trágicas del mundo. Ningún país tiene ni quiere el monopolio de esta situación que se eterniza. Ahora, el llamado “feminicidio” (que de esto estamos hablando) cubre extensas latitudes y longitudes de la también llamada “madre tierra”. A esta situación, Rosario Castellanos se adelantó con su “Nota roja”:

Es tan fácil morir, basta tan poco.

Un golpe a medianoche por la espalda,

y aquí está ya el cadáver

puesto entre las mandíbulas de un público antropófago

[...]

Del asesino nadie sabe nada:

cara con antifaz, mano con guantes.

Señoras y señores, los invito a una nueva lectura de la obra de Rosario Castellanos y detenernos en las líneas en que su autora presagia los años venideros y, desde su visión poética del mundo, marca los avatares de fin y principios de siglo:

Es la generación moderna y problemática

Que toma coca-cola y que habla por teléfono

Y que escribe poemas en el dorso de un cheque4.

Esta generación moderna, posmoderna y de supuestos cambios de paradigmas, es testigo de cosas vistas y ¿nunca oídas antes? Nuestra poeta las vislumbró proféticamente en su “Amanecer” de hace muchas décadas:

¿Cuál es el rito de esta ceremonia?

¿Quién vela la agonía?...

[...]

Porque a esta hora ya no hay madre ni deudos.

Ya no hay sollozo. Nada, más que un silencio atroz.

Todos son una faz atenta, incrédula

de hombre de otra orilla.

Porque lo que sucede no es verdad.

Los versos de Castellanos leen la realidad de los dobles homicidios: mataron a la hija, mataron a la madre. La madre no murió de dolor (a pesar de que era tanto) sino que pasó a formar parte de una genealogía de víctimas encadenada a otras genealogías de la misma (anti)naturaleza, de estos mismos tiempos y de otros lugares. Se les ha llamado asesinatos por odio y, si “bien” también hay hombres asesinados, según estadísticas el mayor número de víctimas corresponde a las mujeres, ¿por el hecho de serlo? ¿Quién puede dar una respuesta?

Siguen las voces en el desierto (no sólo geográfico) de la patria. Voces anónimas que simbólicamente se deshacen en las arenas movedizas del olvido, peor aún, del orfanato:

Alguien yo, arrodillada: rasgué mis vestiduras

y colmé de cenizas mi cabeza.

Lloro por esa patria que no he tenido nunca,

la patria que edifica la angustia en el desierto

cuando humean los granos de arena al mediodía.

La voz poética se personifica en primera persona-“alguien” que soy “yo”, sorprendente “impersonal” identificado con “yo muy personal”-y llora huérfana de patria, una patria desplazada en el desierto donde labra desasosiego. En otros versos, ese “yo poético” interactúa con una niña que bien podría ser sombra de ella misma:

La niña abrió una puerta y se perdió

[...]

Pues yo lamí su sombra hasta borrarla

con una abyecta, triste lengua de perro hambriento

y fui insultando el día con mi luto

y arrastré mis sollozos por el suelo. (“Fábula y laberinto”)

La niña desaparece, la voz poética-con lengua de perro-lame y borra su sombra, el laberinto se llena de sollozos, eco luctuoso de un serpenteo a la vez espejo del perro que hambriento jadea. Mano diestra y mano siniestra extienden el cuerpo de la poesía para recoger la sombra, el llanto, señalando también a diestra y siniestra la luz y la sombra, el sollozo y la risa, los rostros del dolor y de la risa, víctimas y victimarios arrastrados en los extremos de una violencia que no termina.

La poesía de Rosario Castellanos es eco de un “Aquí donde su pie marca la huella...”, donde, reza el poema:

crecía una muchacha, levantaba su cuerpo de ciprés esbelto y triste

(A su espalda crecían dos trenzas

igual que dos gemelos ángeles de la guarda.

[...]

Adolescencia gris con vocación de sombra,

con destino de muerte:

[...]

la casa que no supo detenerte. (“La casa vacía”)

La ilusión de la vida, la esperanza resguardada, con dos ángeles en sendas ventanas, se paraliza de repente, se detiene, se ensombrece; se abre la casa no a la vida sino al fin no sólo inminente y prematuro de una adolescencia que no llegará a ser ni siquiera juventud.

La “trayectoria de polvo” de Rosario Castellanos no se detuvo en 1974 sino que de modo diáfano y “suspensa en el vacío” sigue desgajándose del sol para ser “entraña perpetua de la vida”. Con su poema “Acción de gracias” Rosario se despide:

Antes de irme-igual en la cortesía

al huésped que se marcha-

quisiera agradecer a quien se debe

quisiera agradecer a quien se debe

tantas hermosas cosas que he tenido.

De nuevo, y con la despedida (¿de quién? ¿de dónde y hacia dónde?), el alma revive en un optimismo de gratitud, de acción de gracias.

En la obra de la poeta, dramaturga, narradora y ensayista se atisban otras soluciones a los crucigramas aún irresolubles de este mundo. Muchos años después de su ausencia física, Rosario aún pone los dedos en la llaga de la memoria, y con su escritura “la humanidad, el diálogo, la poesía [re]comienzan”.

Quisiera proponer con esta “acción de gracias” que en la “oquedad del desierto” las líneas de Rosario Castellanos restituyan las espigas y allí se siembre su poesía como epitafio de aquella “adolescencia plena de latencias ocultas”. Aralia López González supo que la espiral parecía un círculo: “que es una línea espiral/ no un círculo la armonía”, como poetizó Sor Juana en uno de sus romances. Tú, querida Aralia, sabías lo que Rosario Castellanos supo: la tristeza puede ser luz también, pulsión creativa. Esa que cada una supo a su manera. Este añadido es un pretexto para oír lo que sugieres y alcanzar el “otro modo de ser libre, otro modo de ser”.

***

Tercera llamada: apuntes para un homenaje. Homenaje a Aralia López González. Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Centro Vlady. 27 de mayo de 2010.

Me invita Adriana González Mateos y claro que iré a este tu homenaje de 2010, queridísima Aralushketa. Aunque sea un día de mitad de semana, no me perderé estas flores de mayo dedicadas a ti.

Y, ¿sabes?, diría que:

Esta mujer no tiene desperdicio.

Te preguntaría. “¿qué tengo yo, que mi amistad procuras”? y que si te acuerdas de aquella noche de Jueves Santo en Gitanerías, cuando en la mesa de junto a la nuestra estaba (creías) un embajador árabe, de blanco y negro, que con la charola llena de bebida esperaba a su séquito que no llegó y tuvimos que invitarlo a nuestra mesa. Y de pronto nos recitó todas las capitales del mundo. No era embajador, ni árabe ni “el hijo del árabe”, y no supimos lo que era pero sí que estaba (y sólo un rato, y qué bueno) con nosotras, sorprendidas de su memoria de niño (de los de antes, de quinto año de primaria). ¿Te acuerdas? Mientras la música tocaba (y la pareja del lugar bailaba) “La vida te da sorpresas”, y vaya que las da.

Y hablando de sorpresas y de costumbres, no sé si te dije, Ara:

  • Que todo lo ganaste y no todo lo perdiste.

  • Que eres la amada (inmóvil) de Blanco móvil.

  • Que eres quien (inteligente) se saca la teoría de la manga. Manga ancha de hada madrina.

  • La que Ara sin remos. Ara tú, nos aras todas; aramos juntas, aremos…

Y no sé si sabías que:

  • En la entrada del Diccionario biográfico de Ecuador, de Miguel Donoso Pareja se dice que “contrajo nupcias con la psicoterapeuta Aralia López González, nacida en la Coruña y llevada muy joven a Cuba”5.

  • Que te leo alrededor de Pedro Páramo, en el Jardín de Dulce María Loynaz, en la narrativa tlatelolca; que te veo seguir a José Trigo y oír a Artemio Cruz.

  • Que te veo citada por tu “Declaración teórica”, poema que dedicaste a César Vallejo (“Llega el día/ llega la tarde/ llego a casa/ … … me pongo el alma”).

  • Que me encanta cómo se cita uno de tus libros. Y te leo (lo que leo):

    • Mexican poet Aralia López looks at the winter of life here in a beautiful of collection of poems about love, solitude, passion, desperation. The book is divided into sections such as “De Soles y Palabras” (“Of Sun and Words”), “Cicatrices” (“Scars”), “Trazos Interiores” (“Interior Traces”), and “Un país sin invierno” (“A Country Without Winter”)6.

Tú, Aralia López González,

  • con quienes hemos recorrido tantos lugares en esta ciudad de México; algunos ya desaparecidos, desvanecidos en septiembre polvoso de 1985.

  • La más citada en cuanto a narrativa femenina y feminista en la academia latinoamericana y norteamericana (en español y en inglés); citada también en el libro Filosofía, derecho y sociedad en América Latina de Pablo Estrella Vintimilla7; tú, quien se sienta con sus muertos y habla con ellos.

  • Quien habanece en México (se me ocurre al leer Habanecer de Luis Manuel García Méndez), y de El caso de Virginia Farfán, la mujer diurética de Pedro Miguel dices que es una novela “que se debe leer inmediatamente”.

Aralia López González:

  • Prologuista, editora, autora del título más que propositivo, ése de “Las historias de la historia”.

  • Quien nos habla (y es ejemplo) de ética (“condición natural de nuestra especie”, te cito), de estética y coherencia de vida.

  • Quien va de paraíso en Paradiso.

  • Quien de su mar y su Martí, viaja a la semilla y se instala mar adentro de su colonia (nada de colonialismos y neocolonialismos), de su casa, jardín minúsculo, libros como paredes, amigos infinitos.

  • Tú, milagro de las habanerías quien vive su ciudad materna en la otra ciudad también tuya.

  • Con quien, entre mis lindas experiencias, está aquel domingo por la noche en un coche de caballito en Mérida, y decía y decías que te sentías como en La Habana vieja.

  • Y entre otras (nada lindas), aquella vez cuando después de una fiesta nos fuimos a un velorio y, como no había nadie en la sala de velación, arremetiste contra nosotros de quien me dijiste que ya no velábamos a nuestros muertos

  • ¿Qué decirte, cómo contradecirte, amiga del pensamiento dialéctico?

Releo tu “Aquí no se ha perdido el fuego. Cuba desde La Habana”. Texto tan bello que desearía que todos lo leyeran (¡pero sí lo han leído!). Después de releerlo, quisiera:

  • un malecón para ti solita y allí tender tus melancolías, tus “malencomías”.

  • Una loma del ángel con sus Matamoros, que de allí son tus cantantes.

  • La edición original de Cecilia Valdés.

  • Una catedral (la de La Habana, sí, pero también la de la Ciudad de México) para las generaciones que te siguen.

  • Una amplificación del Centro Histórico de la Habana Vieja, ese lugar de tus 16 años.

  • Tu itinerario de niña: el malecón, la Habana vieja, su Plaza de Armas, el Centro Histórico; saber más de Eusebio Leal, historiador (como le llamas) de ese su tesoro de Centro Histórico.

Y quisiera también:

  • Visitar contigo a San Cristóbal, patrón de la Habana y de los viajeros.

  • Caminar también contigo (¿con quién más?) por la calle de Trocadero, la de O’Reilly, la de Obispo, por la Alameda de Paula.

  • Conocer y leer junto a ti a la isla toda, ir a La Bodeguita del Medio (quién quita y saludemos a Hemingway).

  • Comentarte que tú piensas en Cecilia Valdés, pero no se puede ir a La Habana sin pensar en ti.

  • Y que es grave lo que dices cuando del azúcar su paraíso:

    • El paraíso de azúcar de esta gigantesca Revolución Cubana está en peligro, va haciéndose amargo: Revolución que es la sustancia de mis músculos, la resistencia de mis huesos, la humedad de mi piel, la energía profunda que me sostuvo para sobrevivir a tantos atropellos personales, a tantas pérdidas fuera de mi paraíso aunque lejano siempre mío, para siempre construido, hogar de la nobleza y del ‘instinto’ ético preservado. (39)8

Tu cuerpo, Aralia, es revolución y en él, en ti, está la inmortalidad de tu “isla náufraga”. Serás siempre habanera, caballita de mar en mar adentro. Después de leerte, imito los tres toquidos en la Catedral de La Habana. San Cristóbal salva a esta Ara avis…

Aralia López González:

  • Es la única que titula un artículo con “Fuego” y lo comienza con “agua”.

  • Es la única que en un homenaje contemporáneo a Sor Juana se atreve literalmente con “hombres necios”.

  • Es la única que poetiza con asonancias bien consonantes.

  • Es la única que ve todas las telenovelas y se entera de todas las noticias.

  • Es la única que de psicóloga en México pase a ser maestra de literatura en Puerto Rico y doctora en México y productora de películas en los Estados Unidos.

  • Es la única a quien multaron varias veces en el mismo freeway en California y el motivo fue por ir a mucha menor velocidad a la permitida.

  • Es la única “pata quebrada” que no se queda en casa, aunque desde su casa domine la teoría, el feminismo, la información.

  • Es la única que en cualquier lugar en donde lo pronuncia, diga “aquí” refiriéndose a La Habana.

  • Es la única que usa la segunda persona -tú- para referirse a sí misma. Así me dijo el pasado domingo 23 de mayo: “todo el mundo está hablando de ti y no me gusta”. Allí combinó el “tú” con el “yo”, y por cierto yo no me atreví a decirle que esta tarde estaría con ella.

Entre sus quehaceres intelectuales fue ensayista, narradora, poeta, maestra, teórica y crítica literaria, vanguardia de seminarios de investigaciones sobre escritoras mexicanas, cofundadora del Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer (PIEM, El Colegio de México) y también de los estudios literarios de la Universidad Autónoma Metropolitana de Iztapalapa. En el año de 1974 supimos cómo glosó sus lecturas (Acotaciones sobre literatura mexicana; INJUVE, 1974) y en 1985 seguimos la delgada línea que dibujó (De la intimidad a la acción (narradoras latinoamericanas; UAM, 1985). Después de Sor Juana, nadie ha trazado como ella una curva redonda (La espiral parece un círculo (Rosario Castellanos; UAM-I, 1991). Durante años guardó su creación (Novela para una carta; Samo, 1975), y cómo nos divertimos cuando en voz alta nos leyó Sema o las voces (El Tucán de Virginia, 1987). La escritora metió el agua en las texturas (El agua en estas telas; Praxis, 1996), consignó la falta de una estación del año (Un país sin invierno; Praxis, 1998) y, “bajita la mano”, hizo ediciones y coediciones, como Culturas en contacto (narradoras mexicanas y chicanas) (2 ts.; 1988) y Sin falsas imágenes, sin falsos espejos.

Ella es Aralia López González.

Once sílabas y ocho las de su nombre.

Octava real original, como ella misma.

Are Ara Are/ Era Ara, era. Lo fue y lo será siempre.

El pasado lunes 3 de diciembre de 2018 era para recordar los 17 años de la muerte de Juan José Arreola. Antes de que amaneciera, me llamó nuestra muy querida Luzelena Gutiérrez de Velasco y con voz entrecortada me dijo que Aralita se (nos) había ido. ¡Cómo! ¡Qué! Silencio, complicidad de años, admiración y devoción por la mayor hermana mayor, estrella y luz marina, destello de ideas, despliegue de amor, generosidad, humor, inteligencia, intuición, “confiar en la intuición” (sabia sugerencia). Mismo mes, mismo día, con 17 años de diferencia. Se fue Juan José Arreola, se fue Aralia López González. Allí donde empieza y acaba el horizonte, allá en el infinito, Juan José fue a recibirla y fue contándole de cuando él estuvo en Cuba. Así, la entrada a la eternidad fue más familiar para nuestra flor más querida. ¡Cómo llamar a quienes mueren el mismo día, aunque en este caso en años diferentes? A la eternidad colgamos más preguntas. La única certeza fue lo que se hizo en vida. ¿Qué más se puede decir? ¡Qué ironía! Nos quedamos sin palabras. El resto del día nos quedamos pensando en dos lunes 3 de diciembre. Si las lágrimas regaran las plantas, la de flor de Aralia seguiría floreciendo. De hecho florece, una flor de mar en plena ciudad.

En 1959 la joven Aralia López González cruzó el Atlántico y llegó de La Habana a la Ciudad de México. ¡Cuánto nueve en la historia! Y hoy, viernes 2 de agosto de 2019, es la primera vez que no marcaré su número de teléfono. En lugar de hacerlo, celebro su cumpleaños releyendo estos apuntes de una carta, los de una lectura de Rosario Castellanos, los de un recorrido por el mar de la memoria y en memoria de ella, de ti, entrañable e infinita Aralushketa: Aralia López González, para ti esta elegía (por la tristeza y las lágrimas) y que quisiera (por la alegría de haberte conocido) que quedara como apología (o algo que se acercara). ¿A dónde van estas (mal)hilvanadas letras? Al homenaje que prepara con amor cubano y mexicano tu epígono Osmar Sánchez Aguilera -“aquel que ayer no más decía”. Como él, te seguiremos encontrando aquí y en todas partes.

*****

“Eres la sema que Dios convirtiera en mujer”, mujer con sentido, por eso elevo mi voz bendiciendo tu nombre-Aralia López González-y pidiéndole a Dios...”

4.

Yareli Arizmendi López

Desde ese 24 de abril, cuando me regalaste el nombre de la independencia de tu Cuba-El Grito de Yara-, lo combinaste con el tuyo, Aralia, y me llamaste Yareli-desde entonces, me enamoré de ti. Yareli-nombre único, creado solo para ti, me dijiste-y con él me diste permiso de no parecerme a nadie, de buscar constantemente de qué estoy hecha, eso que me hace única, para luego deconstruirme y encontrar la esencia-eso que me hace igual a todos.

Mi madre y su hija-yo-nunca fuimos lo que se dice una madre e hija normales. No, la nuestra fue una historia llena de canciones, risas, lágrimas-muchas lágrimas-, grandes distancias e intensos reencuentros. Una historia donde los símbolos y las palabras fueron salvavidas, algo de que agarrarse, en que creer, para no perderse. Yo no me quejo de lo que suena trágico.... ya no. Agradezco a la vida que me dio una oportunidad que no le da a muchos: la oportunidad de escoger a mi madre, una y otra vez.

A continuación, les comparto un fragmento de un capítulo de la novela que terminé un mes antes de que se me fuera mi madre. Aunque ya nunca la leerá de principio a fin, el que yo escogiera escribir nuestra historia lo cambió todo. Ella me dio las gracias. Dijo, “porque yo pensé que de esto nunca se podría hablar”; y, sin embargo, lo hablamos todo, lo gritamos, lo lloramos. A ti, mi bella Aralia-perdón, a ti, mi madre (porque odiaba que yo, su hija, la llamara Aralia: “Parece que no sabes, o tienes confundido, quien fue y es tu madre”, decía). Pero no es así, más bien porque siempre supe quién era mi Amazónica madre, a mí me encantaba pronunciar su nombre, Aralia, una y otra vez. ¡A ti Aralia, madre de Yareli! A uno de nuestros muchos reencuentros mágicos. A ese tan especial cuando yo tenía quince años.

***

El reloj de la cocina dice las diez de la mañana. El almuerzo no es hasta dentro de cuatro horas. Mi Tía Leticia, cachándome con la mirada puesta en el reloj, explica:

  • -Necesito que te apures. Te necesito en la cocina ayudando a preparar todo lo que falta por hacer.

  • -Me baño rápido y regreso.

En cuanto me doy la vuelta se oye el timbre de la puerta.

  • -¡Dios mío, qué pasa en esta casa el día de hoy! ¿Podrías ver quién es antes de meterte a bañar?

  • -“Con gusto,” digo, y salgo. ¿Por qué estará tan nerviosa? Debe ser la gente que viene a comer, negocios de mi Tío. Abro la puerta y me encuentro a dos mujeres paradas lado a lado esperando. La güera sonríe, pero no dice nada. La otra, la elegante de los lentes oscuros y cuello de tortuga negro que parece estrella de cine, pregunta:

    • -Buenos días, ¿se encuentra Leticia Anaya?

    • -Sí. Espere un momento, la voy a llamar-, contesto y cierro la puerta.

Me asomo a la cocina.

  • -Son dos mujeres y preguntan por ti.

Sin voltear a verme, mi Tía toma su café, mira el reloj y no dice nada.

  • -Ahora sí me voy a bañar.

Cuando entro al cuarto, Gaby, mi prima, se está pintando las uñas con el color rosa chillante que odio. Saco un vestido de su lado del closet, se lo enseño, y pregunto,

  • -¿Me lo prestas? Me gustan las flores.

  • -Claro, se te ve mejor a ti que a mí.

  • -Gracias.

Tomo mi bolsa de cremas, corro al baño y cierro la puerta. Abro el agua, me quito la falda que ensucié en el mercado y la camiseta sudada, me meto a la regadera y cierro los ojos.

Me encanta sentir el agua mojarme el pelo y caer por mi espalda... se siente delicioso… no me imagino vivir sin regadera. Me gusta pensar en la regadera, inventar ideas aquí, a solas yo y el agua, donde todo es posible. El sonido del agua corriendo me hace sentir segura. El baño, la regadera, es un espacio donde la gente sabe que no pueden entrar así como así.

Mmm, alguien está hablando. ¿Quién será? Oigo la voz de Gaby, pero hablando ¿con quién? ¿Y ahora qué, quién se atreve a tocar la puerta del baño? Me congelo esperando que quien sea que sea se vaya, pero no, vuelven a tocar.

  • -Yare, ¿puedo entrar?

¿Mi Tía? Esta es su casa, por supuesto que puede entrar.

  • -Sí, claro-, grito fuerte para que alcance a oírme por encima del agua. Seguro necesita algo que está aquí adentro.

Mientras me enjuago el pelo, veo su silueta acercarse a la puerta de la regadera y detenerse.

  • -Yare, ¿mi amor?

Quitándome el jabón de la cara, contesto:

  • -Dime.

  • -Amor, tu mamá está en la sala y quiere verte.

Las gotas de agua se vuelven pesadas, ruidosas. Espero a que diga algo más. No entiendo... o tal vez sí entiendo. Pero no, no puede ser, no tiene sentido.

  • -¿Yare?

Cierro la llave del agua, abro la puerta tantito, lo suficiente para verla.

  • -Tu madre está en la sala y quiere verte-, me dice con cuidado y suavecito, como para que no me asuste y me eche a correr.

  • -¿Mi mamá? ¿Y si se entera mi Papá? No, no puedo, por favor, no me hagas esto, yo... dile que se vaya-, le digo, mis lágrimas uniéndose al agua que me cae del pelo en la cara.

Veo a mi Tía buscar una toalla. La encuentra y me arropa con ella, me abraza.

  • -Sé que tienes miedo, pero aquí estoy yo contigo. No me voy a apartar de ti ni un segundo. La saludas como saludarías a cualquier otra persona. Y luego, si no quieres estar con ella, me buscas la mirada y esa es nuestra señal, yo le pido que se vaya, ¿okay?

Veo la cara de mi padre, sus ojos advirtiéndome que no lo haga... yo le explico que yo no le pedí que viniera, se lo juro. Yo no quiero verla. Sus intensos ojos se hacen más grandes, no me cree. Yo lo sigo viendo, le sostengo la mirada y dejo de hablar. Qué raro, entre más lo veo, más se va desvaneciendo, desaparece.

Me zafo de los brazos de mi Tía y con una voz tranquila, sin miedo, la miro y le pregunto:

  • -¿Solo la saludo?

  • -Sí. Y tu papá jamás se va a enterar. Eso te lo prometo.

¿Será que ella también lo puede ver? Esos ojos amenazando matarme a mí, a ella y a todos los que saben de esto y no le dijeron nada.

  • -Créeme, él nunca lo sabrá-, me repite.

¿Y cómo está tan segura? ¿Cómo sabe que no se va a enterar? ¿Lo conoce? Él se entera de todo. ¿O me lo está diciendo solo para quitarse el miedo?

  • -¿Y tú piensas que debo verla?-pregunto.

  • -Es tu madre. Es importante que la veas. Yo voy a estar contigo-, me contesta sacando la secadora de pelo, dejándola en la cómoda y moviéndose hacia la puerta.

Sonríe, y hablando con su voz de siempre, me dice:

  • -Ponte bonita.

La veo irse y lo entiendo todo. Ella lo sabía, mi Tía sabía que mi Mamá iba a venir, probablemente ella fue la que la llamó y arregló todo. Seguro que sí. Hace una semana cuando me preguntó “¿Y alguna vez piensas en ella?” y yo le contesté, “No, la verdad no,” no era pregunta, mi Tía sabía que esto estaba a punto de suceder.

Me tiembla la mano cuando enchufo la secadora. Me veo en el espejo y me acuerdo de cuando dije “Porque me parezco a ella”, pero eso es algo que Carlos, mi chofer-amigo me dijo. Yo no tengo idea de cómo es ella. Cómo sabría que nos parecemos, no la he visto en... desde que tenía seis o siete. Alguna vez vi su foto en la contraportada de un libro color rosa. Se veía bonita y su nombre se parecía al mío. ¿Pero entonces cómo le digo? Porque, aunque me acordara de su nombre, no sería correcto llamarla así, es mi madre, no una persona cualquiera. Aunque la verdad no la conozco, así que Mamá tampoco queda. ¿O sí?

Bette me mataría si me oyera decirle Mamá a alguien más. La puedo llamar Sra. López. Ese es su apellido. ¿Y si se volvió a casar? Entonces ese ya no sería su apellido. Ya, Yareli, deja de pensar, sécate el pelo, ponte el vestido y no se te olvide la crema y el brillo de labios. El aire tibio de la pistola me acaricia la cara y pienso, ¿seré como ella me imagina? ¿Habrá pensado en mí? Híjole, ¿me habrá reconocido cuando abrí la puerta? ¿Cuál de las dos es ella, la güera, o la de lentes? Me pongo la crema, el vestido, los zapatos, un toque de brillo y me convenzo... Debe ser la del cuello de tortuga negro… de ser así, es bonita, no bonita, hermosa. Cierro los ojos y por un segundo vuelvo a ver a mi padre.

“Vete” le digo, “No estás invitado.” Espero un poco. ¿Ya se fue? Abro los ojos, nerviosa, con un poquito de miedo, pero no asustada... ya no está, sus ojos no están. Recojo todo y abro la puerta esperando ver a mi Tía, pero no hay nadie en el cuarto, ni siquiera mi prima. ¿Gaby sabía? No creo, no se hubiera aguantado el secreto. Sonrío y en voz bajita digo Buenos días, pero suena demasiado dulce, como si alguien más lo estuviera diciendo. Lo intento de nuevo, Buenos días, un placer conocerla. Mejor. Mis pies se mueven y al acercarme a la sala escucho,

  • -No le dijimos nada de que venías, en caso de que no vinieras.

Esa es la voz de mi Tía Elisa, mi Tía favorita. ¿Cuándo llegó?

  • -Por Dios, lleva diez años esperando verla. ¿Cómo puedes pensar que no vendría?-Dice alguien con voz de enojada que no reconozco.

Mi Tía Elisa debe estarse mordiendo las uñas como le hace cuando está nerviosa. Y luego mi Tía Leticia dice,

  • -Bueno, lo importante es que aquí estás y de seguro ansiosa de verla. Es una niña muy dulce. Voy a ver cómo va.

Corro de regreso al cuarto, me paro en la puerta y finjo que apenas ahorita voy caminando hacia la sala.

  • -Ah, ahí estás. Me gusta ese vestido-, dice mi Tía Lety. Le sonrío. Ni idea tiene de que lo oí todo. La tomo de la mano y me dejo llevar hasta la sala.

  • -Les presento a nuestra adorada Yareli.

Yo, parada en seco, reviso el cuarto con la mirada: Tía Leticia, Tía Elisa, la señora de pelo güero que no se parece nada a mí, y la señora elegante, ahora sin lentes, que debe ser mi madre porque sus ojos se llenan de lágrimas al verme. Con una sonrisa que se hace más grande a cada paso, la mujer que llora se acerca a mí. Yo, sin moverme, le extiendo mi mano. Ella la toma, me jala hacia ella, deja ir mi mano, me abraza tantito, y luego más fuerte. Mis brazos me cuelgan como si fueran de trapo. Aunque quisiera, no podría... no puedo moverme. Mi corazón palpita rápido y fuerte. ¿O es el de ella? No sé cómo, ni cuándo, pero mis brazos ahora la están abrazando. La mujer, mi madre, recuesta su cabeza en mi hombro, me aprieta más fuerte, llorando poquito y luego llorando más, mucho más. Quedito le digo,

  • -No llores, Mami, no llores.

Me abraza fuerte, me apachurra, y no sé qué hacer. ¿Dejarla?

Despacio quita su cabeza de mi hombro, sus ojos me miran, hacia arriba, hacia abajo, y a través de mí, como tratando de encontrar algo en mí que no estoy segura de tener. Respira hondo y sonríe. Sus ojos brillan. Su dedo traza la línea de mis cejas una y otra vez. Y por fin pregunta:

  • -¿Te las depilas?

Sorprendida por su pregunta, contesto que ‘no’, sacudiendo la cabeza.

  • -Por supuesto que no. Nadie en nuestra familia lo ha hecho ni lo haría.

Qué cosa más rara. ¿Es normal decir eso cuando no nos hemos visto en diez años? No sé qué contestar. ¿Tal vez si me explicara a qué se refiere o por qué? Pero no, no dice nada más. Cierra sus ojos y unas lágrimas gordas caen de ellos. Tiene unas pestañas largas, muy largas, y unas cejas con arcos perfectos. Cuando sus ojos se abren de nuevo, lo entiendo todo. Esta es mi madre, y sí, me parezco mucho a ella... soy ella. No, yo soy yo, pero ella me hizo... me nombró. Yo soy yo, como ella, pero otra.

 

NOTAS

[1]

“Significado de Yareli”. Significado de los sueños 24, https://significadodelossuenos24.com/nombres/significado-de-yareli/. Consultado el 2 de agosto 2019.

[2]

Poot Herrera, Sara. “¿No se mata impunemente?” Melgar, Lucía (compiladora). Mujeres y re-presentación en México: Entre muchas plumas andan. Género, Cultura y Sociedad. Serie de Investigaciones 6 del PIEM. México: El Colegio de México, 2007, pp. 77-95.

[3]

Poot Herrera, Sara. “Acción de gracias para Rosario Castellanos”. Coloquio Internacional Homenaje a Rosario Castellanos. Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer - El Colegio de México / Fondo de Cultura Económica. México, D.F., noviembre de 2004.

[4]

Castellanos, Rosario. Apuntes para una declaración de fe [1948], Obras II: Poesía, teatro, ensayo. Ed. Eduardo Mejía, Fondo de Cultura Económica, México, 1998, p. 33. Todas las citas son de esta edición. De aquí tomo los datos relativos a las ediciones originales. De Apuntes para una declaración de fe, se informa que aparece por primera vez en la Revista América en 1948; la misma revista publica el poema en 1953.

[5]

Pérez Pimentel, Roberto. “Miguel Donoso Pareja”. Diccionario Biográfico Ecuador.http://www.diccionariobiograficoecuador.com/tomos/tomo4/d1.htm. Consultado el 2 de agosto de 2019.

[6]

Publisher: Praxis. 119 pages. $15.95: http://www.aliformgroup.com/display.php?code=invierno . Consultado el 2 de agosto de 2019.

[7]

Facultad de Jurisprudencia. Universidad de Cuenca. Editorial El Conejo, Quito, 2007, p. 54.

[8]

“Aquí no se ha perdido el fuego. Cuba desde la Habana”. Blanco Móvil, núm. 105, 36-40.

 

 

 

 

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