Artículos de investigación
“Al partir”, Gertrudis Gómez de Avellaneda (con fondo de Heredia y de Martí)
“Al partir”, Gertrudis Gómez de Avellaneda (With a Background of Heredia and Martí)
Osmar Sánchez Aguilera [1]
Resumen
Como
buen clásico, así sea de una tradición literaria nacional, la historia
de efectos del poema “Al partir”, de Gertrudis Gómez de Avellaneda
Arteaga, sigue abierta, para escritores y para estudiosos. Este artículo
se propone mostrarlo por tres vías diversas: el rastreo de su condición
fundadora dentro de la poesía de su autora; una relectura más bien
inmanente de ese texto; y la reinserción del mismo en la tradición
poética decimonónica cubana concentrada en las figuras del romántico
Heredia y del modernista-moderno Martí.
Palabras claves:
soneto; fundación; tradición discursiva; política; escritora.
Abstract
As
with any good classic, even if it is only within a national literary
tradition, the story of the effects of the poem “Al partir”, by
Gertrudis Gómez de Avellaneda Arteaga, is still open to writers and
scholars. This article proposes to show it in three different ways: the
tracking of its foundational condition within the poetry of its female
author; a rather immanent rereading of that text; and the reinsertion of
the same in the Cuban nineteenth-century poetic tradition concentrated
on the figures of the romantic Heredia and the modernist-modern Martí.
Keywords:
sonnet; foundation; discursive tradition; politics; woman writer.
A la memoria de Aralia López González,
todo gratitud y cariño,
también por las amistades legadas
“Parece
que Dios se revela mejor al alma conmovida en medio de aquellos dos
infinitos --¡el cielo y el mar!-y que una voz misteriosa se hace oír en
el ruido de los vientos y de las olas. Si yo hubiese sido atea, dejaría
de serlo entonces.”
G. G. A1.
Si
bien no está entre sus metas intervenir en el debate ya más que
centenario en torno a la cubanía o la cubanidad de Gertrudis Gómez de
Avellaneda (1814-1873) y de las producciones y decisiones suyas que co
mo
tal la confirman, sé que la evocación de Cuba en el título de estos
apuntes sobre su poesía lo tornará inminente, esperable. Así que tal vez
sea mejor empezar con algunas precisiones al respecto que podrían
ayudar a despejar dudas, o evitar falsas expectativas, y permitirnos sin
más entrar de lleno en lo que sí me ha movido a escribir sobre esta
escritora.
Nacida ella en Puerto Príncipe
(Camagüey), de madre cubana y con 22 años de residencia continuada en
esa ciudad desde su nacimiento, esas señales de cubanía equivalen a una
marca identitaria axial, e involuntaria, de la que “La Peregrina”
(seudónimo inicial suyo en España), además no renegó, ni en su obra
publicada en vida suya (poesía, novela, teatro), ni en su obra privada
(diarios, correspondencia epistolar, autobiografías). Es cierto que
tampoco se le conoció como simpatizante o precursora del pensamiento
independentista que cuajaría en esa isla 22 años después de que ella
saliera (o ‘la abandonara’) por primera y definitoria vez; pero eso, en
principio al menos, no debiera ser criterio suficiente para cuestionarle
o incluso escamotearle aquella marca de su identidad. Cubana fue,
también como escritora, aunque pasara más de la mitad de su vida fuera
de Cuba; aunque produjera casi toda su obra en España, donde murió; y
aunque su pensamiento en materia bastante vedada a las mujeres por
entonces como la política no fuera, al menos expresamente, de signo
independentista. Y como cubana fue por esos motivos, española fue
también, podría decirse, por otros (su padre, la familia de este, su
larga estancia peninsular, la inserción de su obra dramatúrgica, su
asimilación), aunque esta posibilidad resultara difícil pensarla en el
horizonte político de entonces.
De modo que la
evocación de aquel nombre (Cuba, “dulce nombre”) no debe atribuirse sino
al poema que aquí se analiza por sí mismo y como punto axial de una red
de textos mucho más amplia: “Al partir”, conocido también como “Soneto a
Cuba”. Empero, aunque ese ánimo de intervención no estuviera entre las
metas de este acercamiento, no podría evitar que algo suyo lo hiciera,
por su potencial intrínseco, o por voluntad de alguien más, en ese
dilatado debate, como no he podido sustraerme yo mismo a su influjo
durante el proceso de interacción con otros lectores que se han ocupado
de esta escritora2.
Así,
pues, un solitario soneto es el objeto de interés central en esta
relectura; un soneto que sus lectores han coincidido de manera bastante
consensual a lo largo de casi dos siglos en reconocer como muy valioso,
quizá incluso como el más valioso poema en el conjunto de las
producciones de esta mujer nacida e iniciada como escritora en Puerto
Príncipe, pero madurada, reconocida y consagrada como tal durante su
larga estancia en la península ibérica. Por “soneto ejemplar”, v.gr., lo
tuvo Virgilio Piñera en una de las revisiones más severas y también
certeras dedicadas a toda la poesía de Gertrudis Gómez de Avellaneda, la
cual data de 1941. “La mejor Avellaneda, casi podría decirse la única,
reside en esa ‘Pesca en el mar’ y en el ‘Soneto a Cuba’”, añadía ahí
mismo (Piñera 147, 167). Mientras que
Raimundo Lazo, más de 30 años después, señalaba a propósito de ese poema
que “la Avellaneda comienza su obra lírica ofreciendo lo mejor del vino
de su poesía”, lo que acreditaba “una madurez excepcionalmente precoz” (Lazo 19).
Y más recientemente, Antón Arrufat lo califica de “pequeña obra
maestra” (38). Si la experiencia de la salida familiar a España vía
Francia que sirve como catalizador para la creación de ese poema se
verifica el 9 de abril de 1836, entonces su autora es, ciertamente, muy
joven: ha recién cumplido sus 22 años cuando “improvisa [ese] soneto
ejemplar”, al decir de Piñera; o se muestra ya “perfectamente formada”
como escritora por el “dominio absoluto de esta forma estrófica” que
revela ese poema, al decir de Portuondo (209).
“A bordo de la fragata [francesa] Le Bellochan, en el mar presentido
desde su Puerto Príncipe de tierra adentro, escribe el soneto “Al
partir”, que según José Lezama Lima en su Antología de la poesía cubana (t.2, 1965), “revela ya un conocimiento poético nada frecuente” (Cruz, “Los versos” X); y “fija para siempre su cubanía”, según García del Pino (113).
Íncipit
entonces de la trayectoria literaria, y no sólo poética, de la
Avellaneda; íncipit de las dos ediciones españolas de su libro Poesías (1841 y 1850)3 y aun de sus Obras literarias
(1869-1871) cuidadas por la propia autora, el soneto “Al partir” (1836)
puede ser tenido también como punto de partida o irradiador en lo
concerniente a una historia de efectos que es primero la de su obra
poética.
La huella de ese soneto sobre el
repertorio temático y compositivo de casi toda su producción textual en
verso queda ilustrada de inmediato con “La vuelta a la patria” (1859)
cuyo verso introductorio (“¡Perla del mar! ¡Cuba hermosa!”) parafrasea
más de 20 años después el de aquel soneto fundador; pero, también, con
otros poemas, como “A la virgen”, “Paseo por el Betis” o “Al sol, en un
día de diciembre”, con los que las concordancias son tal vez menos
evidentes, pero no menos profundas4.
Con
ese soneto como punto de partida, y orientado por la hipótesis que lo
sitúa en el centro de una red temática y compositiva que funge como
nervio axial de la poesía de esta escritora, ya no sólo por privilegios
de antigüedad, sino también por méritos de fundación, la relectura que
propongo de la poesía de la Avellaneda a partir de él busca verificar
esa hipótesis, primero, mediante el análisis inmanente e intertextual
de/desde ese soneto; y luego, mediante la reinserción de este en una
serie poemática transgeneracional cubana de la que él participa o a la
que es susceptible de integrarse. Pero antes que lo uno y lo otro (esto
es, antes del análisis inmanente del soneto aislado (acápite II), y de
la mostración de algunos de los nexos que lo descubren inscrito en esa
serie o texto mayor supraindividual del que él sería sólo un punto o una
hebra (acápite III)), esta relectura procederá a la ilustración del
carácter expansivo de ese soneto con respecto a otros poemas de ese
mismo corpus (acápite I), con lo cual se empezaría a cimentar la
hipótesis de su lugar central en términos temáticos y compositivos
dentro del sistema que él cifra, como si se tratara de una semilla, de
su semilla.
En discrepancia con la visión insular
suya que sostiene Piñera (“principio y fin de un destino poético
embriagado” (148)), la que propongo le reconoce carácter fundador de una
trayectoria que se despliega en otras matizaciones textuales, parecidas
o distintas, más allá de él, independientemente de que en ese
transcurso vuelva o no a alcanzarse la calidad intrínseca de él, que es
el factor privilegiado, al parecer, en aquella visión.
Conozcamos entonces o, acaso más bien, reconozcamos, “Al partir”, el soneto tantas veces referido:
¡Perla del mar! ¡Estrella de Occidente!
¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo
la noche cubre con su opaco velo
como cubre el dolor mi triste frente.
¡Voy a partir!... La chusma diligente,
para arrancarme del nativo suelo
las velas iza y, pronta a su desvelo,
la brisa acude de tu zona ardiente.
¡Adiós, patria feliz, edén querido!
¡Doquier que el hado en su furor me impela,
tu dulce nombre halagará mi oído!
¡Adiós!... Ya cruje la turgente vela...
El ancla se alza... El buque, estremecido,
las olas corta y silencioso vuela. (Antología 29)
I.
Con especificar que se trata de un soneto construido sobre el modelo
ítalo-español-subdividido en 4 estrofas, de 4 versos las dos primeras, y
de 3 las dos últimas-, ya se está iluminando una zona de la poesía de
Gertrudis Gómez de Avellaneda constituida por ese mismo tipo de
composición de la que “Al partir” es fuente y modelo: siempre en versos
endecasílabos y con una distribución de sus rimas que prefiere los
cuartetos en sus 8 versos iniciales y los tercetos encadenados en sus 6
versos finales: ABBA ABBA CDC DCD, o sea, solamente cinco rimas, todas
consonantes. A ese modelo se acogen los 15 sonetos, incluido este, que
integran el corpus total de la poesía de esta escritora (Cruz, “Los versos” 18).
Si la cifra pareciera pequeña, convendría entonces recordar que, aun
así, “el número de sus sonetos es mayor que el de los compuestos por la
mayor parte de sus contemporáneos”, según lo ha observado Tomás Navarro Tomás (190).
Y más allá de ese criterio cuantitativo, indica alguna valoración
especial de ese tipo de composición poética por parte de la autora el
hecho de que la primera edición de sus Poesías no sólo iniciara, sino también cerrara con sonetos.
Incomparablemente
mayor es la zona de ese corpus que ilumina o puede iluminarse desde “Al
partir”, si nos atenemos sólo a su metro, pues, entonces, además de los
sonetos, entrarían ahí otros poemas que se asientan sobre el
endecasílabo a solas o combinado (de preferencia con el heptasílabo),
como “A la poesía”, “A la muerte del célebre poeta cubano don José María
de Heredia”, “La juventud del siglo”, “Contemplación”, “Cuartetos
escritos en un cementerio”, “La venganza”, “El viajero americano”, “A mi
amigo Zorrilla”, “A vista del Niágara”, “Al Excmo. Sr. Don Pedro
Sabater”, “Las siete palabras (Y María al pie de la Cruz)”, por sólo
mencionar algunos de los más notables por méritos intrínsecos y/o por
sus extensiones.
Más allá del radio de la
métrica, no son escasos los indicios que abonan la capacidad expansiva o
irradiadora del comentado soneto sobre el resto de la poesía de la
Avellaneda. He ahí algunos: el sintagma “del nativo suelo” (v.6)
reaparece como “De mi suelo nativo” en el poema “A mi jilguero” (Antología 36), y como “natal suelo” en “Al nombre de Jesús” (Poesías y Epistolario 124);
la invocación introductoria del soneto (vv.1-2) reaparece concentrada
en el verso primero de “La vuelta a la patria”; y otras imágenes
dispersas a lo largo de todo ese poema, como, por ejemplo, “Tranquilo
edén de mi infancia”, o “aquesta mi dulce patria”, inducen a inferir que
su autora releyó el soneto muy poco antes de escribir ese otro poema,
quizá en vísperas del viaje a Cuba. (Algo, por cierto, a lo que no se
sintió movida cuando se alejó de España en 1859 para visitar Cuba.)
Pero
si en un solo verso del soneto “Al partir” hubiera que concentrar toda
esa capacidad expansiva que voy reconociéndole, entonces no podría
acudirse a otro que el verso 3: “La noche cubre con su opaco velo”, el
verso más sombrío del poema por su repertorio léxico-semántico (“noche”,
“cubre”, “opaco”, “velo”), y en contraste con la luminosidad de los dos
versos iniciales. Ese verso reaparece en no pocas variantes en todo el
corpus lírico-versal que él inaugura; v. gr., esta que se lee en el
poema “A una tórtola en una noche de desvelo”: “De la noche el negro
manto / Envuelve a la tierra ya”; o la que en el poema “A la tumba de
Napoleón en Santa Elena” reza: “Veló una nube oscura / Tu cuna y tu
sepulcro”; y que en el poema “A un niño dormido” queda así: “Hasta que,
al fin, a tu vista / -Cubierta con velo opaco- / Se eclipsará la
esperanza.” Versión parafrástica de la imagen rectora de aquel
endecasílabo es esta del poema “A la muerte del célebre poeta cubano …”:
“Allí jamás las tempestades braman, / Ni roba al sol su luz la noche
oscura”. Sin lugar a dudas, esa de la noche/velo-que-tapa/niega-la
luz/alegría/esperanza no puede ser un mero tópico en el sistema poético
dentro del que reaparece en tantas variantes5.
Si en su primera aparición en el soneto (v.3) el verbo “cubre” parece
limitar su alcance a describir la llegada de la noche sobre el paisaje
cubano, luego notamos que lo que importaba era mostrar el efecto de tal
borramiento (separación) físico sobre el ánimo del sujeto hablante.
II.
Luminosidad, por un lado, y, por el otro, sombra; contraste entre
exaltación y discreción enunciativas; contrapunto entonacional entre la
autoexpresión del hablante lírico y la sobriedad en la presentación de
las acciones externas… Notable es la dualidad constitutiva del poema. El
mar y el cielo, “dos infinitos” convocados6,
más que evocados, mediante la “perla” y la “estrella”, respectivamente,
sugieren todos los ámbitos en los que sobresale la belleza, el mérito,
la fama o la singularidad que para el sujeto enunciador reúne “Cuba”,
punto de referencia que se dispone a abandonar físicamente, a la vez que
guía (“estrella”) del otro sitio al que se dirige, el cual no se
especifica en el recorrido del poema. Mar y cielo, abajo y arriba,
profundidad y altura: “Cuba” funge como punto de referencia firme para
el sujeto hablante. Sólo “Cuba” le ofrece un asidero físico y afectivo
ante la inminencia de esos otros elementos-el mar, el cielo-de la
Creación o del universo desconocido.
Desde ahí,
mediante esas tres exclamaciones iniciales -retomadas en el verso 9-,
“Cuba” se perfila como oyente o enunciatario intratextual al que apela
el hablante poemático: “tu brillante cielo” (v.2), “tu zona ardiente”
(v.8), “patria feliz” (v.9), “edén querido” (v.9), “tu dulce nombre”
(v.11) …
Curioso es que, si bien “Cuba”, como
palabra autónoma, no aparece más de una vez en todo el poema (v. 2),
ello no le impide reaparecer o reproducirse evocativamente a través de
varias redes fónico-semánticas o tropológicas tejidas en su torno, como,
por ejemplo, la constituida por palabras bisilábicas con la vocal “u”
acentuada en la primera sílaba: “cubre” (vv.3, 4), “acude” (v.8)7,
“cruje” (v.12), “buque” (v.13), la mayoría de ellas, como su matriz,
colocadas en la 4ª sílaba de sus respectivos versos (“Cuba”, “cubre”
(v.3), “acude”, “cruje”); o la constituida por palabras que designan,
equivalen o representan tropológicamente a Cuba: “nativo suelo” (v.6),
“tu zona ardiente” (v.8), “patria feliz” (v.9); “edén querido” (v.9). El
despliegue de esta red se inicia en el tejido del poema luego de
aparecida la palabra que la centraliza: “Cuba”, y a ella contribuyen
también, así sea tangencialmente, todas las demás palabras en cuya
constitución entra la vocal ‘u’ acentuada8.
Una
manera más de evocar y así amplificar la figuración de “Cuba” en el
poema-acaso la más sugerente, abarcadora, bella-viene dada por el
sintagma “tu dulce nombre” (v.11), casi una paráfrasis de la palabra
“Cuba”: “Doquier que el hado en su furor me impela / tu dulce nombre
halagará mi oído.” En vez del sustantivo “Cuba” aparece ese sintagma que
es su equivalente semántico o epíteto suyo (“dulce nombre”); y la
figuración de este no excluye u oculta el nombre reemplazado: ambos
coexisten, y sus sentidos se enriquecen mediante la superposición, por
obra del desplazamiento del principio de equivalencia del eje
paradigmático sobre el de la combinación del eje sintagmático que es
distintivo de la jakobsoniana función poética.
“Cuba”
es cifra del referente real que esa palabra designa. Todo el cúmulo de
evocaciones y vivencias conscientes e inconscientes asociado con ese
referente queda comprimido en el sonido de su “nombre”. Si, en un
extremo, el “furor” con que puede manifestarse el destino (“el hado”)
puede identificarse ahí con (y por) un sonido atemorizante, fuerte y
desorientador, el “dulce nombre”, en el otro, equivale casi a un
talismán para quien enuncia esos versos9.
Incluso
en la secuencia sintagmática del poema “tu dulce nombre” (v.11) aparece
situado entre el “furor” (v.10) y el silencio (v.14), o sea, entre las
posibilidades de desorientación y de anulación. El equilibrio, que,
significativamente, se asocia ahí con el aparato auditivo (“mi oído”),
se hace depender de ese “dulce nombre”10.
Concentrada
precisamente en el terceto al que corresponde el sintagma “dulce
nombre”, puede documentarse la tendencia de la joven Avellaneda a
emplear el término “patria” en una acepción que no entra en (o no se
acomoda del todo a) el radio semántico habitual del mismo, por entonces
ya bastante político. Adjetivada como “feliz”, “patria”, que remite a la
“Cuba” mencionada en el verso 2, equivale a un “edén”: “patria” se
mitifica. Esta peculiaridad de su relación con su patria, la sintetiza
Arrufat al afirmar que
Su
destierro, como el de Heredia, era doble: vivía lejos de la tierra en
que nació [y se formó], y a la vez no tenía patria. Cuba era una colonia
sin entidad política. Para ella fue un edén, feliz y luminoso, con
rumorosos bosques perfumados y aguas sonantes. Es decir, una tierra
soñada. Vio solamente “las bellezas del físico mundo”, nunca “los
horrores del mundo moral”. (Arrufat 22)
(Claro que esa distinción seguida al pie de la letra no le haría entera justicia a quien escribió la novela Sab.)
Adiós, patria feliz, edén querido.
Doquier que el hado en su furor me impela
Tu dulce nombre halagará mi oído.
Contraste similar al comentado entre los sonidos asociados con “furor”11
y con el “dulce nombre” es el que se insinúa, a escala más concentrada,
entre “querido” (v. 9) y “doquier” (v. 10), cierre de un verso e inicio
del inmediatamente posterior: mientras que el adjetivo remite a un solo
espacio ya conocido e identificado con la summa de la felicidad (“edén
querido”), el adverbio abre el espectro de espacios hasta los bordes de
la imaginación, más allá del lenguaje. “Doquier”, más que anagrama de
“querido”, funciona ahí casi como el reflejo invertido de éste en un
espejo (“querido” / “doquier”): no “doquier” puede hallarse ese “edén”
del que la protagonista del poema se está separando, ni cualquier
espacio incógnito será por ella “querido”, o tan “querido” como el
“edén” de infancia y primera juventud que empieza con ese viaje a quedar
solo en la memoria.
Al trasluz de ese afecto por
una “patria” que en el recorrido del poema ha sido identificada con el
“edén” y antes por una “perla” y por una “estrella”, se entiende mejor
la aflicción que la separación física de ella le produce al sujeto
emisor. Manifiesta, si bien discretamente, por la primera vez, en el
verso 412, esa aflicción se
hace notar más en el verso 5, cuando el emisor-protagonista del poema
declara la acción que está por emprender y con ello explicita el motivo
de su aflicción: “¡Voy a partir!...”, entre signos de exclamación y
sucedido por unos puntos suspensivos que corporizan el sobresalto
emocional, el silencio y la dificultad expresiva que han rodeado a tal
declaración. Lo que en el título del poema era apenas un dato enunciado
con bastante austeridad emocional sobre la circunstancia en que se
concibió ese texto (“Al partir”), se revela muy saturado emocionalmente
en la oración del verso 5, en parte, debido a la superposición de la
exaltación distintiva de los versos 1-2 y la discreción de los versos
2-4.
Nuevamente en los versos 6-7 vuelve a
singularizarse esa aflicción que embarga al personaje protagónico del
poema, y casi único hasta que se menciona al personaje colectivo (“la
chusma diligente”) que hace las maniobras correspondientes para que el
barco pueda emprender su viaje. “Chusma” designa ahí a “los marineros
que sirven en el barco, y no ‘gentuza’ ni ‘gente soez o despreciable’”,
aclara previsoramente Elena Catena (Poesías y Epistolario 41),
lo que no impide que siga escuchándose el leve matiz jerárquico, en
clave socioclasista, que comporta esa palabra emitida por una joven de
clase alta para referirse a trabajadores manuales que apenas conoce.
Según Fernando Corripio, ya desde el siglo XV aquella palabra se usa como equivalente de “gente grosera” (131).
Factores
textuales de la comentada singularización son, primero, la inversión
sintáctica por la cual el propósito de las maniobras de los marineros se
antepone a la presentación de tales maniobras; y luego, el empleo de un
verbo de sonido fuerte debido a sus duplicadas vibrantes múltiples
(“arrancarme”) cuya acción recae enteramente sobre el personaje
protagónico:
[…] La chusma diligente
Para arrancarme del nativo suelo
Las velas iza […].
Para
explicar el relieve alcanzado por el verbo “arrancarme” habría que
tener en cuenta asimismo el contraste con su entorno rítmico-sonoro,
pautado por sílabas acentuadas sobre la vocal “i”: “partir” (v. 5),
“nativo” (v. 6), “iza” (v. 7), “brisa” (v.8). Y en cuanto a la comentada
construcción sintáctica, parecería que todo lo que hacen los marineros
está en función de la protagonista, para bien o para mal de ella, y es
eso lo que se pone en un primer plano en esos versos.
Pero
no menos contribuye el infinitivo “arrancarme” al realce de ese verso
por lo que respecta a la selección léxico-semántica: mucho se hace notar
él, ciertamente, pues visualiza una acción de fuerza o incluso de
violencia que se ejerce sobre alguien que opone resistencia o no
favorece o realiza de grado esa acción: “arrancarme del nativo suelo”.
El infinitivo concentra la disposición íntima del sujeto emisor con
respecto no tanto al viaje en sí como a la separación que este conlleva.
Sabido es que el viaje a España Avellaneda decidió emprenderlo llevada,
en gran medida, por la ilusión de conocer la tierra que su padre tanto
le había celebrado durante los primeros años de la infancia de ella. Sin
embargo, ese impulso al viaje, acumulado bajo la memoria del padre, no
la puso a salvo de sufrir por la separación de la tierra que ella siente
como propia, la cubana13.
(Otro indicio de la dualidad comentada). Esta resistencia de la
protagonista a separarse del “suelo” deja entrever por su reverso el
grado de arraigamiento o enraizamiento de ella, o en que se siente ella,
respecto de su “nativo suelo”. Significativamente, es para arrancarla
de éste, y no para llevarla a otro sitio, que, según esa formulación,
“la chusma diligente”, ignorante o insensible al sufrimiento de ella,
realiza sus maniobras marineras previas al despegue. Todavía tres años
después, cuando escriba su primera “Autobiografía”, ella emplea un
sustantivo relacionado morfológicamente con ese mismo verbo para
referirse a su separación de Puerto Príncipe en el viaje familiar a
Santiago de Cuba: “Sensible, más sensible de lo que yo creía, me fue el arranque
de mi país […].” (152, énfasis mío). Ahí mismo ella explica otros
motivos para el viaje a España: “deseaba otro cielo, otra tierra, otra
existencia: amaba a España y me arrastraba a ella un impulso del
corazón. Disgustada de mi familia materna, anhelaba conocer la de mi
padre, ver su país natal y respirar aquel aire […].”
Y
ya luego, en los tercetos es suficiente la expresión “Adiós” con que
inician ambos para redondear la imagen de ese estado anímico. “¡Adiós!”,
siempre entre signos de exclamación, implica despedida, desde luego,
muy emotiva, pero, en este caso, además, destino: ‘hacia Dios’, o ‘en
Dios’, si se considera la conciencia de la precariedad, el
desconocimiento, la distancia y el carácter definitorio que muestra la
emisora y protagonista respecto de la experiencia que está por
emprender; emisora cuya cosmovisión es la de un cristiano14.
En vez de insinuar la identidad del lugar programado como meta de ese
inminente viaje, se sugiere el Destino, dependiente, a su vez, de Dios.
Ahondando en esa arista religiosa, Carmen Bravo-Villasante
señala que “con el tiempo ella siempre se verá como peregrina en la
tierra, fuera de su verdadera patria celeste, y el peregrinaje primero
de su adolescencia hacia Europa será como la iniciación de la continua
peregrinación del hombre por el mundo en busca del paraíso perdido, que
alguna vez será el cielo de origen, otras la isla de Cuba abandonada”
(8). Significativa es esa superposición o posible equivalencia entre el
cielo cristiano y Cuba.
Singulares siempre, sea
por el desenlace o resolución del problema tratado en todo el poema, sea
por su mayor intensidad emocional, o aun por el mayor ingenio de sus
soluciones expresivas, los tercetos en el caso de este poema presentan
un factor más de singularidad: la secuencia en que han sido dispuestos
contraría el crescendo expresivo-emocional propio del soneto. En efecto,
el terceto más intenso y singular no es, en este caso, el del cierre,
sino el penúltimo. Este concentra el único empleo del tiempo verbal
futuro y el único modo subjuntivo, junto con la declaración profética
“¡Doquier que el hado en su furor me impela / tu dulce nombre halagará
mi oído!” Epifonema del soneto, esos dos versos del penúltimo terceto
alcanzan tanta suficiencia (semántica, entonacional, diegética) que
luego de ellos nada más se esperaría. Y sin embargo, luego de esos
versos hay otro terceto, el último, que cierra como en un susurro el
recorrido del poema:
¡Adiós!... Ya cruje la turgente vela…
El ancla se alza… El buque, estremecido,
las olas corta y silencioso vuela.
Descriptivo
y con un punto de vista volcado hacia afuera (“cruje” (v. 12), “se
alza” (v. 13), “corta” (v. 14), “vuela” (v. 14)), ese terceto, desde
luego, retoma el curso de los preparativos iniciado en el segundo
cuarteto; pero, por su sobriedad en la presentación sentimental del
hablante y protagonista, remite al cuarteto inicial. La carga
sentimental concentrada en la interjección “¡Adiós!” del verso 12
equivale, por su discreción, al vehículo del símil desplegado en el
verso 4. Y si en este símil se transita de la descripción de la llegada
de la noche a la de la aflicción de la fuente enunciadora, en el último
terceto se transita desde esa interjección a la descripción de las
operaciones que el buque pareciera realizar a solas.
El
súbito silencio del buque (tripulación, pasajeros) apunta, asimismo,
hacia el propio texto que ahí concluye su recorrido. Como últimos ecos
de la sensibilidad acústica explicitada en los versos 10-11, aparecen en
el terceto final las oraciones “El ancla se alza” y “las olas corta”,
cada una de las cuales se construye a partir de la duplicación del
esquema vocálico del sustantivo en el verbo que le corresponde:
“ancla-“alza” (a-a), “olas”-“corta” (o-a). Luego de lo cual se hace
notar más el adjetivo con matiz adverbial, “silencioso”: como primer
indicio del alejamiento de Cuba aparece el silencio, cuya acción o
presencia recae sobre ese nombre (“dulce nombre”). Aunque secundario tal
vez, no desmerece mención el detalle de que la embarcación en que se ha
emprendido ese viaje sea designada con una palabra que, invertida, se
asocia en el plano sonoro con el nombre (de) “Cuba”: “buque”. El
alejamiento físico del “nativo suelo” tiene una sutil prolongación
analógica también en la dimensión sonora de los nombres: el /buke/ que
evoca a /Kuba/ equivale, en alguna medida, a una deformación de este
nombre. Última extensión de Cuba para la viajera, el buque depara el
punto de alejamiento de ella hacia el silencio (“silencioso”) que
vendría a ser en lo inmediato su negación (la de su “dulce nombre”).
“Estrella”
(v.1), “cielo” (v.2), velo nocturno (v.3), “arrancarme” (v.6), “izar”
(v.7), “alzar” (v.13)…, son todas palabras que por su valor simbólico o
por su denotación indican altura o movimiento vertical hacia arriba. Con
ellos como antecedentes textuales, resulta muy coherente el verbo con
que cierra el poema y culmina toda esa red semántico-simbólica: “vuela”
(v.14), ‘volar’: “el buque, estremecido, / las olas corta y silencioso
vuela.” Junto con la acepción de rapidez, van las de ligereza, belleza,
fragilidad: esa nave es también la de la existencia. Por medio de la
asonancia que hay entre ambas, ese verbo, última palabra del poema,
remite a la primera palabra del mismo: el sustantivo “perla”; con lo
cual el recorrido del poema deja entrever una parábola que va de las
profundidades del mar al incógnito cielo, como de la única patria
conocida al incógnito universo por conocer.
A
propósito del verso final es inevitable la evocación de un poema con el
que de otro modo no se asociaría el de Avellaneda: “La canción del
pirata”, de José de Espronceda, en cuya estrofa inicial aparecen también
los verbos “corta” y “vuela”: “Con diez cañones por banda, / viento en
popa, a toda vela, / no corta el mar, sino vuela / un velero bergantín.”
En el mar que funge como principal, si no único, escenario de sus
respectivas historias, mientras que una embarcación es tan ligera que en
vez de apoyarse en las olas para avanzar, vuela sobre ellas, la
embarcación del otro poema inserta en una misma secuencia temporal las
acciones de esos verbos: “las olas corta y silencioso vuela.” ¿Mera
coincidencia? La primacía editorial corresponde al poema de Espronceda
por un año, o quizá menos: 1835; y el hecho de que esa primera edición
fuera en una revista torna más difícil, aunque no imposible, pensar en
el contacto entre ambos textos como opción explicativa.
III.
Concluido así el recorrido del poema, no se clausura, sin embargo, el
volumen de sentidos del que es y se ha hecho portador en una historia de
efectos próxima ya a los dos siglos. Su inserción en una red poemática
más amplia de la que forman parte (y aún formarán) otros poemas de los
que él se hace eco y/o a los que él sirve como referencia, así sea
asordinada, ilustra sobradamente el proceso de conversión de un texto
aislado en una obra, al trasluz de un sistema de resonancias
intertextuales más amplio, que bien puede equivaler a toda una tradición
discursiva nacional, o a una serie literaria dentro de esta, como lo
es, en este caso, la centrada por poemas de escritores cubanos (ahora
sólo decimonónicos) en los que “Cuba”, como motivo-eje o personaje,
tiene un papel protagónico. En un sistema de resonancias intertextuales
más amplio referido a la tradición decimonónica de la poesía cubana
Gertrudis Gómez de Avellaneda ha sido vinculada también con Aurelia del
Castillo, Nieves Xenes y Mercedes Matamoros (Vitier 103), y con Luisa Pérez de Zambrana, José Joaquín Luaces, Juan Clemente Zenea y Julián del Casal (Arrufat 33).
Uno
de los corpus textuales debidos a un solo autor con el que ese poema de
la Avellaneda descubre una pronta relación (o incluso deuda)
intertextual es el de José María Heredia y Heredia (1803-1839), el célebre romántico nacido en Cuba de padres dominicanos, y casado, reproducido y enterrado en México.
Retenido
ya el profético verso de Avellaneda “Tu dulce nombre halagará mi oído”,
no será difícil remontar su genealogía poética cuando se escuche el de
Heredia correspondiente a su poema “A Emilia”: “Y al murmurar de
“Patria” el dulce nombre”, presente en ambos el sintagma clave “dulce
nombre”, y referido siempre a un ámbito identificado como “patria” o
“Cuba”15. Variante de esa
matriz herediana que resuena también en ese verso de Avellaneda es esta
que se halla en el “Himno del desterrado”: “Cuba, Cuba, que vida me
diste, / Dulce tierra de luz y hermosura”. El soneto de Avellaneda
cierra, además, con una variante casi literal del inicio del poema de
Heredia “Vuelta al sur”: “Vuela el buque”16.
Reconocibles en el poema “Al partir”, son los ecos de estos versos del
famoso “Niágara”: “Y la profunda pena que me agita / Ruga mi frente, de
dolor nublada”; o “Alce en las nubes la radiosa frente”. La ascendencia
de la poesía de Heredia sobre la de Avellaneda (y aun sobre sus
concepciones artístico-vitales) daría ella sola para mucho más que esta
relectura centrada en solo un componente de ella, en especial por el
trabajo de selección y reorientación que la poeta realiza sobre
imágenes, nociones y motivos claves en el pensamiento de su precursor,
empezando por “patria”. Según Mary Louise Pratt, Heredia sería una de
las figuras canónicas en diálogo más activo con las cuales la Avellaneda
“desarrolló su propio proyecto poético y su propia subjetividad poética
por medio de una constante apropiación y perversión de los escritos” de
ellas. (Pratt 53 y ss).
Y
como si fuera imposible limitar esa nutricia relación intertextual a
unas pocas hebras sueltas, he ahí otro poema de Heredia que desde su
título pide ser asociado con el soneto “Al partir”: “La partida”:
“¡Adiós, amada, adiós! Llegó el momento / Del pavoroso adiós…”. Referida
así una mujer de la que se separa contra su voluntad el hablante lírico
en el poema de Heredia, nada forzado es remitirla a la entidad
geo-cultural de la que se separa, sin su entera voluntad, el hablante
lírico en el soneto analizado. Los versos finales de ese poema herediano
podrían servir como resumen del estado anímico que preside la relación
del hablante con la “hermosa Cuba” en el soneto: “Cuando se partía, /
¡Cuán grande fue su dolor…!” (Todavía en la que habría sido su última
carta a Ignacio Cepeda, fechada el 26 de marzo de 1854, reaparece la
memoria de Heredia: “[…] y me verás en un convento, o bien (si a tanto
no me decido) sabrás que surco nuevamente el Atlántico, buscando, como
el pobre Heredia, otro cielo y otra tierra” (en Gómez de la Serna 147-148, énfasis mío)).
Otro
de los corpus textuales con el que se verifica esa relación de
estímulos y resonancias, aunque mucho menos intensa y además no
declarada, es el correspondiente a otro compatriota suyo, de época
posterior, con el que la tradición no ha solido asociar a Gertrudis
Gómez de Avellaneda, si no es como crítico de ella: José Martí, el
primer nacido en Cuba de su familia española. Ciertamente, ha devenido
tópico en los estudios sobre “La Peregrina” con perspectiva de género
referirse a una “ligerísima reseña” de Martí, como la llama él mismo (“Boletín” 99),
publicada en 1875, en la que el compatriota prefiere a otra poeta
cubana como representante mejor de la naturaleza americana. Si bien en
su fundamentación de tal preferencia es evidente el bagaje patriarcal de
época, no puede pasarse por alto el sesgo político en la visión del
desterrado.
Al respecto no deja de suscitar
inquietud que con base únicamente en esa crítica juvenil (22 años
cumplió él en 1875), en la que Martí prioriza una imagen de feminidad
bastante convencional como criterio decisivo para preferir a Luisa Pérez
de Zambrana por sobre Gertrudis Gómez de Avellaneda, no como “la mejor
poetisa” en general, sino como “la mejor poetisa americana”
(énfasis mío), hasta de misógino se le haya acusado, porque, según él,
la poesía de la primera representaría mejor la naturaleza americana (Cf. Pratt 48, 52).
Para demostrar las limitaciones que tuvo Martí en cuanto a visión o
concepción de la mujer habría tal vez más satisfactorios ejemplos,
aunque no creo que alcancen para catalogarlo propiamente de misógino.
Por otra parte, la misma Gertrudis no fue tampoco ajena a esa imagen más
bien convencional de la feminidad (bagaje de época), cuando en su
primera “Autobiografía”, refiriéndose a una prima suya, observa que:
“Como yo, reunía la debilidad de mujer y la frivolidad de niña con la
elevación y profundidad de sentimientos, que sólo son propios de los
caracteres fuertes y varoniles” (139).
Sin
embargo, la historia de efectos del soneto de Avellaneda que implica a
Martí no se agota en esa obra juvenil de éste. En efecto, si se conoce
el poema titulado “Dos patrias” (Martí, Poesía I:127),
es casi inevitable evocarlo en su parte final cuando se ha leído en el
poema de Avellaneda el cubrimiento del “brillante cielo” por la
mediación de “la noche”. Esa imagen tiene cierta correspondencia con la
que cierra el enigmático poema martiano: “como una nube / que enturbia
el cielo, Cuba, viuda, pasa…”. “La noche” de Avellaneda es al “brillante
cielo” en el soneto “Al partir” lo que la “nube” es a “el cielo” en el
poema de endecasílabos sueltos “Dos patrias”. La imagen de la nube, por
cierto, aparecía también en la nota crítica de 1875 en que Martí comparó
desventajosamente a “La Peregrina” con Luisa Pérez de Zambrana para
desempeñarse como “mejor poetisa americana”.
En
ambos textos, además, tiene un papel protagónico “Cuba”, como nombre de
su única patria en el caso de la escritora romántica; y como nombre de
una de sus patrias, en el caso del escritor moderno/modernista.
Significativo es que el escritor identificado como emblema mayor y
fuente del discurso nacionalista cubano correspondiente al siglo XX sea
el que muestre esa escisión, esa dubitación, entre patrias. Pero, así
es, o así se lee: es él quien remueve la idea de patria con su
desestabilización semántica de ese término desde el ámbito geopolítico
hacia el simbólico-poético, y viceversa. Mientras que el soneto “Al
partir” tematiza el difícil pero voluntario trance de abandonar su país
sin seguridad de volver a verlo, en el de Martí su emisor se reconoce
escindido entre las ocupaciones que él identifica con la simbólica y
expansiva “noche”, y el compromiso o la deuda cuyo recuerdo activa o
actualiza la sola evocación de la patria geopolítica, representada como
mujer que no actúa como la clásica musa, ni tampoco ejerce como madre
del hablante poemático, sino como pareja sentimental que aun en vida de
él se presenta como su “viuda”.
Muestra de la
solidez del tejido intertextual que comunica a la poesía de José Martí
con la de Avellaneda, y particularmente con su soneto “Al partir”,
ofrece también el cierre del poema “Domingo triste”, el cual se sitúa en
la misma órbita nostálgica que aquel, sólo que ya con la experiencia
consumada de la expatriación que en el otro se intuye apenas:
[…] mis pedazos
palpo: ya no soy vivo: ¡ni lo era
cuando el barco fatal levó las anclas
que me arrancaron de la tierra mía!
“Barco”,
“anclas”, focalización del instante previo al despegue del barco, pero,
sobre todo, el uso de un mismo verbo para indicar el desgarramiento y
el dolor asociados con la experiencia de la expatriación: ‘arrancar-me’…
Ambos sujetos poemáticos han sido arrancados, o así han coincidido en
representar la experiencia de la separación de una misma patria
geopolítica. Una vez que se ha pasado por ese verbo, cómo no pensar de
nuevo en el poema “Al partir”: la realización inminente de la acción
inscrita en ese verbo en la versión de Avellaneda aparece ya realizada
en la versión (o variación) martiana. Como en el soneto analizado, y a
diferencia de “Dos patrias”, la patria reclamada o sostenida como propia
vuelve a ser una sola en el poema “Domingo triste”.
A
modo de conclusión de este bojeo en torno a la poesía de Gertrudis
Gómez de Avellaneda orientado por mi interés en un poema-semilla (o su
poema-semilla) que ha sido el más comentado y antologado de su autora,
quisiera proponer sólo una precisión o una añadidura, eminentemente
hipotéticas, para cada uno de los acápites o estaciones en que lo he
subdividido:
1)
Sobre el carácter expansivo o irradiador de ese poema, habría que
añadir que si tales marcas textuales ilustran ese carácter, ellas pueden
también servir para verificar el sentido y la intensidad (calidad) de
otros momentos de la trayectoria poética de Avellaneda en los que esas
marcas reaparecen. El sintagma “dulce nombre” (v. 11), por ejemplo,
usado nuevamente en el poema “A una acacia”, si, por una parte,
constriñe y matiza la hipótesis deslizada por Virgilio Piñera respecto
de la ausencia de “una verdadera evolución” en la trayectoria poética de
Avellaneda, por la otra favorece la idea de una pérdida de intensidad
en la poesía posterior de su autora, ya muy marcada por compromisos
sociales y por fórmulas expresivas de sus mismos protectores.
Se
dirá, sí [razona Piñera] que cierto poema comporta igual calidad que el
citado soneto; afirmación que, por otra parte, justificará aquella
actitud [romántica] del ímpetu y el salto, mas no serán tomados ambos
poemas para establecer contrastaciones que favorezcan la tesis imposible
de una profunda, verdadera evolución del proceso poético. Y es que de
una poesía no señala periplo evolutivo la temática solicitada, sino el
tratamiento de la misma. (Piñera 147-148).
Según
eso, Avellaneda no habría cambiado a lo largo de su trayectoria, o no
habría alcanzado otra cota más alta que la de su inicio, pero, aun así,
se impone aclarar que ni lo uno ni lo otro clausurarían la posibilidad
de la evolución indisociable de todo pensamiento (máxime si) creativo.
El presupuesto de la idea de evolución que maneja Piñera queda de
manifiesto en su expresión “la adversa metamorfosis”, que él emplea
luego para calificar el sesgo del periplo cubierto por la poesía de
Gertrudis la Magna, como le llamara su colega Cecilia Böhl de Faber (Sarría 37).
2)
Sobre los méritos intrínsecos de ese poema, sólo añadiré, a los muchos
testimonios de los lectores que los han avalado, que su autora fue muy
consciente de ellos cuando decidió conservarlo como texto inicial aun de
sus muy depuradas Obras literarias de 1869, en cuya dedicatoria
impresa, por cierto, él vuelve a resonar: “Dedico esta colección
completa de mis obras, / en pequeña demostración de grande afecto, / a
mi isla natal, a la hermosa Cuba”17.
3)
Sobre la inserción de ese poema en una tradición que lo conecta con la
poesía de José Martí en particular, o a esta con aquel, habría que hacer
más de una precisión:
Es
un principio de validez general que esas interacciones son más hondas
cuando no tienen conciencia de ellas sus participantes, como parece ser
el caso: en la década de 1880, que es la central en la producción de Versos libres-protocuaderno
al que corresponden “Dos patrias” y “Domingo triste”-,en medio de las
multiplicadas referencias de lectura y exigentes presiones políticas que
absorben el pensamiento de José Martí, es muy difícil la posibilidad de
que él conservara en su memoria inmediata los poemas de Gertrudis Gómez
de Avellaneda leídos, posiblemente por última (o única) vez, hacia 1875
para la nota crítica en que compara desventajosamente a esta con su
compatriota Luisa Pérez de Zambrana. (De 1891 data la que sería la
“valoración definitiva” de Martí sobre Gertrudis la Magna (Montero 266, n. 27)).
Esta
resonancia intertextual de la Avellaneda en la urdimbre poética de
“Versos libres” no está reñida con la mediación de otro escritor, un
tercero, en cuya lectura, admiración y asimilación hubieran coincidido
por separado Avellaneda y Martí, como sería el poeta José María Heredia.
Ambos pueden mostrar señales de contacto entre ellos que no se deberían
más que al hecho de haber abrevado, literariamente, en una misma
fuente. Sin embargo, este no sería el caso de los poemas de Martí
comentados.
Tal vez esa convergencia en torno a un
mismo escritor admirado sí pudiera ayudar a entender las resonancias
que insinúan cierto aire de familia entre los poemas “Los duendes” de la
Avellaneda y “Musa traviesa” de Martí. Más vivo en la memoria
contemporánea este último poema, bastará señalar ciertos indicios
presentes en el de “La Peregrina”, como la figuración de “niños
juguetones” que visitan de noche al hablante poemático, o expresiones y
motivos del tipo: “en confuso tropel”, “Musa”, “huyen ya”, “tórtola
leal”, para reparar en la mencionada familiaridad entre “Los duendes” y
ciertos pasajes de Ismaelillo (1882). Víctor Hugo sería ese otro
escritor que propicia tal convergencia, como lo adelanta el subtítulo de
“Los duendes”: “Imitación de Víctor Hugo”; y “Djinn”, el poema del
escritor francés que habría servido de punto de partida a uno y de
estímulo o modelo al otro. Como lo aclara Elena Catena (Gómez de Avellaneda, Poesías 76),
“Los duendes” se inspira en ese poema de Víctor Hugo; y, curiosamente,
“este vocablo árabe [“Djinn”] se refiere a los duendes, tanto buenos
como maléficos”, que mucho cuentan en la modelación del protagonista de
ese poemario de Martí. Al respecto no estará de más recordar que la
escritora nacida en Camagüey y el escritor nacido en la Habana
coincidieron en el interés por traducir al célebre referente literario
francés.
Aunque ahora he ilustrado algunas de esas resonancias basándome en poemas de Versos libres,
no es tan arriesgado como parece (a primera oída) adelantar que las
interacciones de Martí con la Avellaneda no se reducen al soneto
fundador de ella, ni a ese núcleo de poemas de él.
Aunque
ya salido del siglo XIX, conmovedor, en parte por inesperado, me ha
resultado el testimonio del influjo que reconoce a ese poema-semilla una
de las más renombradas poetas cubanas contemporáneas, Nancy Morejón:
doña
Gertrudis Gómez de Avellaneda, a quien admiré porque en mis libros de
lectura siempre volvía sobre su famoso soneto “Al partir”, que me
impresionaba mucho y que me ha inclinado, de alguna manera, a escribir
poesía. No entendí nunca por qué. Muchos años después me expliqué por
qué. Era un texto que siempre me había sobrecogido tremendamente. (213)