Apuntes para una aproximación geocrítica en América Latina

Notes on a Geocritical Approach in Latin America

Sección: Artículos de investigación
Sobre los autores:
  • Enrique Martín Santamaría 1
  • 1  Sorbonne Université. Francia
Resumen

En este artículo se presentan los postulados básicos de la Geocrítica, disciplina propuesta por Bertrand Westphal, con la intención de contribuir a su difusión en el ámbito del Hispanismo, donde su presencia no está tan extendida como en otros contextos académicos. Esta aproximación, que aspira a reconstruir las redes intertextuales que forman la dimensión imaginaria de un espacio geográfico, invita a considerar el mayor número de voces posibles: consagradas y marginales, locales y extranjeras, antiguas y recientes. Con ello, se ofrece una mirada plural sobre el hecho literario. Un contexto cada vez más global reclama enfoques interdisciplinarios y capaces de adaptarse a una realidad cambiante. En el caso de América Latina, la Geocrítica permite dar paso a nuevas voces con las que reconsiderar ciertas jerarquías (económicas, de género, étnicas) que condicionan de manera decisiva las representaciones de sus espacios.

  • Palabras clave:
  • Geocrítica;
  • imaginarios;
  • multifocalización;
  • intertextualidad.
Abstract

This article presents the basic postulates of Bertrand Westphal’s Geocriticism approach in order to introduce it in the Spanish-speaking world, where its presence is not as widespread as in other academic contexts. This approach, which aims to reconstruct the intertextual networks that form the imaginary dimension of a geographical space, and invites us to consider the greatest possible number of voices: consolidated and marginal, local and foreign, ancient and recent. In doing so, it provides a plural view of the literary event. An increasingly global context demands interdisciplinary approaches which are capable of adapting to a changing reality. In the case of Latin America, Geocriticism allows to open doors to new voices with which to reconsider certain hierarchies (in economic, gender or ethnic terms) that are decisive in the representations of its spaces.

  • Keywords:
  • Geocriticism;
  • imaginaries;
  • multifocalization;
  • intertextuality.

“Montevideo no existe”, afirmaba en un artículo un joven Juan Carlos Onetti. Era 1939 y, en pocas décadas, Uruguay había pasado de ser un país eminentemente rural al más urbanizado de América del Sur (Lattes 56). Sin embargo, la literatura nacional, todavía seducida por la vida del campo y sus costumbres, parecía permanecer al margen del bullicio de los coches, de los edificios verticales, de las multitudes que se agitaban por las calles y del cruce de lenguas y tradiciones de italianos, españoles, armenios, ingleses, polacos y yugoslavos, que llegaban por miles a la capital atraídos por una dinámica económica favorable. Por eso, Onetti continuaba,

es necesario que nuestros literatos miren alrededor suyo y hablen de ellos y su experiencia. Que acepten la tarea de contarnos cómo es el alma de su ciudad. Es indudable que, si lo hacen con talento, muy pronto Montevideo y sus pobladores se parecerán de manera asombrosa a lo que ellos escriban (Onetti 22).

La Modernidad había llegado como un torrente a Uruguay, transformando de tal modo la vida de sus habitantes que hacía necesario el desarrollo de nuevas herramientas que les permitieran dar sentido a una realidad desconocida. La propuesta de Onetti es toda una reivindicación del papel de la ficción en la vida de un lugar: los imaginarios surgidos de la literatura no reproducen un mundo exterior; ni siquiera se limitan a transformarlo de una manera más o menos libre, sino que constituyen una suerte de mapa narrativo con el que orientarse en él cuando resulta incierto.

Desde ese momento hasta hoy han pasado 80 años y Montevideo se ha convertido en una ciudad de dos millones de habitantes. Pero en ese mismo periodo Buenos Aires ha alcanzado los 16, Sao Paulo los 21 y Ciudad de México los 22 millones de habitantes. Los signos que presentaba la Modernidad en 1939 se han revelado meros síntomas de una enfermedad que hoy tiene forma de metrópolis latinoamericana: espacios saturados de coches que se amontonan a las horas de entrada y salida de los trabajos; territorios hiperpoblados incapaces de distribuir de una manera equilibrada a sus habitantes; ruidosos centros urbanos en los que las voces de unos escalan sobre las de otros para hacerse oír entre una multitud que compra lentes de sol, canta canciones populares y revindica derechos.

Pero este fenómeno no puede ser desligado de una dinámica político-económica más general que afecta de igual modo a las ciudades grandes que a las pequeñas. Unas y otras forman parte de un modelo que favorece el intercambio comercial y los flujos de capital, metáfora posmoderna del masivo desplazamiento de personas que en un primer momento remite a la idea del turismo de masas, pero que adquiere un sentido trágico cuando toma la forma del refugiado que no busca llegar a un lugar sino huir de él. Esta porosidad de las fronteras ha dado lugar a lo que Foucault definió como “la época de la yuxtaposición” [“l’époque de la juxtaposition”], un momento marcado por el solapamiento de culturas que hasta entonces habían permanecido alejadas (Foucault 752). El resultado es un mundo que se ha ido haciendo más accesible, más variado e intercultural de lo que era antes, pero al mismo tiempo también más complejo y, por ello, menos comprensible: cada vez resulta más difícil identificar puntos de referencia que permitan al sujeto posicionarse con respecto al mundo que lo rodea, situarse en una historia, reconocerse como parte de una cultura. Construir una identidad, en definitiva.

Así, la sensación de desorientación aparece como uno de los grandes síntomas de nuestro tiempo (Harvey 284-360; Jameson). Perdida la confianza en los discursos totalizantes que articulaban el pensamiento de épocas pasadas, y ante el surgimiento de un mundo saturado de información, la literatura y la cartografía se igualan en un punto: a base de distorsionar la realidad representada, ambas sirven como referencias para orientarse en un mundo cuyos límites (geográficos, pero también políticos, económicos o culturales) no siempre son claros. La reivindicación de Onetti apunta en esa dirección. Para comprender el mundo que nos rodea no basta con observar sus cambios, es necesario apropiarse de él por medio de representaciones que nos permitan imaginarlo. Así, del mismo modo que un mapa de metro no vale más cuanto más se parece al espacio representado, el valor de la ficción no está tanto en su capacidad para reproducir fielmente la realidad exterior como en su capacidad para cargarla de significación, independientemente de si lo hace en modos más o menos realistas. Con el paso del tiempo, las narraciones literarias terminan acumulándose en torno a lugares reales, dándoles textura, tejiendo imaginarios que no son fijos ni necesariamente ciertos, pero que nos permiten dar sentido a nuestra propia experiencia en ellos.

Como resultado de un contexto marcado por la pérdida de referencias, en los estudios literarios han proliferado los enfoques que se aproximan a la geografía para explicar nuestra relación con espacios cada vez más complejos. Recordemos las aportaciones que se han hecho, en este sentido, desde la “Imagología” (Moura), la “Cartografía literaria” (Tally), la “Ecocrítica” (Hiltner), la “Geopoética” (White) y la “Geografía de la literatura” (Moretti). La diversidad de estos enfoques da buena cuenta de la necesidad de encontrar herramientas teóricas que den respuesta a una realidad social desbordante de significados y aparentemente imposible de representar.1 Cuestionando la imagen del extranjero en la obra de un autor, planteando el carácter cartográfico de toda narración o analizando la representación del medio ambiente en una obra literaria, lo cierto es que en la mayor parte de las ocasiones el acento se pone en la relación cada vez más conflictiva entre el individuo y los espacios globalizados. Sin embargo, escasean los enfoques que se propongan observar el carácter plural de este fenómeno, es decir, reconstruir las redes intertextuales que configuran los distintos imaginarios asociados a un lugar.

Este es precisamente el objetivo de la Géocritique, disciplina desarrollada por Bertrand Westphal y que tiene como principio fundamental una mirada múltiple sobre el hecho literario.2 En lugar de examinar las percepciones espaciales de autores particulares, el crítico francés propone acercarse a los textos literarios en tanto fuentes de información, con el fin de describir la dimensión imaginaria de los espacios geográficos:

¿No es ya momento, en definitiva, de pensar en articular la literatura en torno a sus relaciones con el espacio, de promover una Geocrítica cuyo objeto no sea el examen de las representaciones del espacio en la literatura, sino más bien el de las interacciones entre los espacios humanos y la literatura, y uno de cuyos principales desafíos sea la contribución a la determinación/indeterminación de las identidades culturales?3

Esta perspectiva pone el foco en la relación entre los espacios “reales” y la cartografía imaginaria que va construyendo la propia población que los habita o los transita. De tal manera, invita a pensar los espacios como puntos de encuentro de múltiples voces: consagradas y marginales, locales y extranjeras, antiguas y recientes.

En este artículo presentamos los postulados teóricos de esta disciplina a partir de tres aspectos: la amplitud del foco de análisis, la temporalidad de los imaginarios espaciales y el alcance político de las representaciones literarias. Los planteamos en forma de “desplazamientos” para señalar la singularidad de una mirada geocrítica con respecto a las de otros enfoques metodológicos. Con ello pretendemos, primero, contribuir a difundir una disciplina poco extendida en el contexto académico hispanohablante y, segundo, reivindicar la utilidad de esta mirada para descifrar un mundo cuyas categorías están mucho más difuminadas que en épocas pasadas.4 En el caso de América Latina, es particularmente interesante, pues se trata de una región atravesada por distintos ejes (de tipo étnico, de género o migratorios) que van a ser decisivos en las próximas décadas y que requieren enfoques interdisciplinares, plurales y capaces de adaptarse a la evolución de esta realidad.

Si bien es cierto que la vocación de descentrar la mirada del espacio narrado aspira, antes que nada, a considerar un conjunto diverso de voces literarias, al mismo tiempo también apunta a la necesidad de poner a dialogar el mayor número de sensibilidades académicas. Por ello, este texto no pretende ser, de ningún modo, un estudio exhaustivo de la literatura latinoamericana desde una perspectiva geocrítica. Los ejemplos de los que echamos mano aspiran, sencillamente, a alumbrar algunos posibles caminos para futuras contribuciones, con la intención de que, con el tiempo, se vaya construyendo, con voces múltiples y diversas, una cartografía narrativa del continente.

Primer desplazamiento: de la identidad del narrador a la identidad del espacio narrado

Se trata del punto de partida de la Geocrítica y ya ha sido esbozado unas líneas más arriba: frente a análisis literarios que centran su atención en el individuo (el que escribe la obra o el que la protagoniza), Westphal propone desubjetivar el objeto de estudio desplazando la mirada hacia los espacios representados (Westphal, La géocritique: réel, fiction, espace ). Dicho de otra manera: en lugar de analizar al autor Juan Carlos Onetti a partir del Montevideo evocado en El pozo, se trata de observar la ciudad de Montevideo como lugar en el que confluyen multitud de relatos, entre los cuales se encuentra la novela El pozo. 5 Esta inversión de los términos obliga a considerar tantas representaciones literarias de Montevideo como sea posible, con la intención de observar cómo contribuye la literatura a construir los imaginarios que dan sentido a este espacio real. Porque la versión desencantada de Onetti no agota en absoluto la dimensión imaginaria de la capital uruguaya: Montevideo también es una ciudad refinada (Dumas) y hechizante (Vitale); una ciudad de costumbres anodinas (Benedetti) y una ciudad violenta (Marra); es una ciudad silenciosa de paisajes chiriquianos (Peri Rossi),6 húmeda y decadente (Banchero), y hasta cruel y apocalíptica (Carson).

Todas estas representaciones -y muchas otras que quedan fuera de esta lista arbitraria- se solapan para formar una suerte de material simbólico del que se sirve el transeúnte para cargar de sentido su experiencia urbana. Inspirándose en las aportaciones de Edward Soja, la Geocrítica se interesa por la zona templada en la que entran en contacto la dimensión física y la dimensión imaginaria de un mismo espacio, proceso en el que interviene la ficción, pero también otros modos de narrar procedentes de otros campos discursivos.7 Por ello, y aunque Westphal no olvida que “[esta disciplina] se apoya en el texto”, reconoce que, “por sus afinidades con ciertos sectores de la filosofía, del psicoanálisis, de la geografía humana, de la antropología, de la sociología y de las ciencias políticas (en particular, de la geopolítica), la Geocrítica es interdisciplinar“.8 El objetivo es acercarse lo máximo posible a lo que Westphal llama la “verdadera esencia identitaria del espacio observado”,9 que no es otra cosa que la red de narraciones que se va configurando alrededor de un lugar y que es necesariamente cambiante, dinámica, como lo son las poblaciones que lo habitan.

Los ejemplos que ofrece Westphal son numerosos: Venecia, París, Londres, Nueva York, Roma, aunque no se limitan a grandes espacios geográficos ni a entornos estrictamente urbanos. También Trieste, Galicia o las Islas Dálmatas forman parte de sus análisis. La lista es interminable y admitiría sin problema multitud de barrios, ciudades o regiones del contexto latinoamericano. Sin embargo, tal como señala Erik Prieto en “Geocriticism, Geopoetics, Geophilosophy, and Beyond”, si el enfoque geocrítico es más preciso cuanto mayor y más variado es el número de voces consideradas, parece claro que se adapta mejor a los hauts lieux de la literatura que a aquellos espacios que han suscitado un interés más discreto a lo largo de la historia. Para superar este obstáculo, propone una variación que enriquece las posibilidades del enfoque: en vez de centrarse en las representaciones literarias de lugares concretos, propone hacerlo en tipos de lugares, entre los que sugiere los asentamientos urbanos irregulares: “The unity of such a study would be guaranteed not by the site-specific singularity of a place but by the shared traits that make it possible to conceive the sites as part of the same category” (Prieto 23). Siguiendo el camino marcado por Prieto, y si nos ajustamos al contexto latinoamericano, podríamos pensar en un estudio de las representaciones literarias de una serie de barriadas del continente, por ejemplo, en Sao Paulo, Buenos Aires, Medellín y la Ciudad de México.

Pero ¿qué ventajas tendría este análisis frente a otro que pusiera el foco en la representación de cualquiera de estos asentamientos a partir de la obra de un autor concreto? Conviene precisar que no se trata de deslegitimar ninguna aproximación, pues son perfectamente complementarias, sino de distinguir el tipo de información que se extrae de cada una de ellas. Así como un análisis geocrítico no sería el más adecuado para analizar al detalle cada uno de los autores estudiados o sus obras, sí podría, sin embargo, sacar a la luz ciertas tendencias en los modos de imaginar la marginalidad en las grandes urbes latinoamericanas. El carácter comparativo de este enfoque obliga a pensar en la literatura como parte de un sistema en el que intervienen fuerzas económicas, políticas y culturales que condicionan las distintas representaciones sobre el mundo.

A una escala distinta, es lo que hace Westphal en su ensayo L’œil de la Mediterranée, donde reconstruye un mapa narrativo con los relatos que han alimentado, desde Gibraltar hasta Beirut, desde Trípoli a Marsella, los imaginarios de este espacio marítimo común. El subtítulo del trabajo, Une odyssée littéraire, ilumina la importancia del viaje en el intercambio, no sólo de mercancías, sino también de creencias y leyendas que trasladan de costa a costa los marineros. El trabajo pone de manifiesto la utilidad de poner el foco en el lugar narrado, antes que en los sujetos que lo narran, para pensar más allá de las fronteras nacionales y adaptarse a un modelo de dinámicas globales de representación (Westphal, L’ oeil de la Méditerranée).

Así, si bien la Geocrítica continúa asignando un papel preponderante al escritor, los relatos individuales interesan solo en la medida en que forman parte de esa cadena de reinterpretaciones que definen lo que un espacio representa en cada momento. De ahí que Westphal destaque el carácter “multifocal” del enfoque con el que aspira a romper la lógica del observador y el observado, del yo frente al otro: “La representación del espacio nace de una ida y vuelta creativa y ya no de una trayectoria simple que coincide con una mirada única […]. El principio del análisis geocrítico reside en la confrontación de varias ópticas que se corrigen, se alimentan y se enriquecen mutuamente”.10

Esta afirmación pone de manifiesto una voluntad de repensar la relación entre el centro y la periferia en el terreno de las representaciones espaciales. Dicho de otro modo, se presenta como una herramienta teórica que aspira a difuminar las fronteras que separan las voces hegemónicas de aquellas que no son capaces de imponer su forma de ver el mundo. Aquí no se pretende identificar (ni siquiera para deconstruir) las representaciones del otro en el seno de una cultura dominante, sino igualar todas las miradas: las de los autores locales y las de los extranjeros, las masculinas y las femeninas, las más consolidadas y las más marginales. El interés está en observar, no unas a la luz de las otras, sino las interacciones que se producen entre todas ellas.11

El carácter transgresor de esta propuesta (en el sentido de que pretende deshacer ciertas jerarquías culturales) merece ser explorado. Ahora bien, este objetivo ideal no puede esconder una realidad que se impone con crudeza y que nos obliga a pensar en el proyecto no solo en términos teóricos, sino también en términos políticos: ¿es compatible esta vocación de horizontalidad con el acceso desigual a los circuitos de distribución de la cultura? Es decir, ¿es posible igualar todas las voces cuando unas ocupan los escaparates de las librerías y otras permanecen silenciadas?

La duda se extiende al propio ámbito académico, tal como lo planteó Gayatri Spivak bajo la forma de otra pregunta: Can the subaltern speak? El interrogante apunta a las posibilidades de hacerse oír por parte de aquellos que ocupan las periferias culturales. En el contexto indio, “men and women among the illiterate peasantry, the tribals, the lowest strata of the urban subproletariat” (Spivak 25). La respuesta es conocida y alerta sobre la tendencia a caer en visiones sesgadas de la realidad: para que un sujeto subalterno sea oído requiere una mediación intelectual occidental: una editorial, un medio de comunicación o una revista académica, dispositivos que responden a un modo concreto de concebir el intercambio de conocimiento en el que no encuentran lugar todas las sensibilidades culturales.

Las dificultades que presenta esta aspiración, sin embargo, no pueden ser achacadas a las limitaciones de la disciplina. Hacerlo sería tanto como ocultar la dimensión política del problema, que no es otro que la desventaja que unos grupos sociales presentan frente a otros para levantar su voz. Por ello, si bien la Geocrítica tiene una intención fundamentalmente literaria, no puede ser desligada de un proyecto de carácter más amplio que busca integrar las distintas sensibilidades que quedan en los márgenes de los discursos dominantes.

Segundo desplazamiento: Del espacio estático al espacio dinámico

En una escena de Cortázar, el documental de Tristán Bauer sobre el autor argentino, se ve al escritor paseando por las calles de París. En un momento, se detiene frente a una pared llena de carteles desgastados y dice:

En general la gente pasa y mira el último, el que está pegado encima. [...] Para mí, una pared llena de carteles tiene algo siempre de mensaje. Es una especie de poema anónimo, porque ha sido hecho por todos, por montones de pegadores de carteles que fueron superponiendo palabras, que fueron acumulando imágenes… y luego algunas caen y otras quedan, y los colores se van combinando (Bauer).

Pensar en el espacio como una red de narraciones cruzadas obliga a preguntarse por la relación que establecen todos los relatos del presente con aquellos que provienen del pasado. Las palabras de Cortázar nos ponen frente al carácter dinámico de ese proceso y nos invitan a pensar en la memoria cultural de un lugar a partir de las apropiaciones y reapropiaciones a las que la someten incesantemente sus habitantes. Siguiendo esta lógica, Westphal propone una aproximación que aspira a mostrar el fenómeno en toda su complejidad: “A través de la Geocrítica, nos esforzaremos por resaltar el hecho de que la actualidad de los espacios humanos es dispar; que su presente está sujeto a un conjunto de ritmos asincrónicos que hacen que cualquier representación sea enormemente compleja o, si los ignoramos, excesivamente reductiva”.12

En otras palabras, no se pretende capturar la imagen fija de un lugar en el presente, sino señalar la variedad de capas temporales que lo componen.

Pensemos en un visitante que llega por primera vez a la Ciudad de México. Como ocurre con Nueva York, Buenos Aires, Estambul y otras ciudades con una gran densidad narrativa, uno nunca llega a México como un completo extraño. Lo hace cargando con un material simbólico que está formado, en realidad, por imágenes e historias pasadas; representaciones que provienen de distintas épocas, pero cuyas diferencias se disuelven en una amalgama de proyecciones (personales, culturales y políticas) que constituye el material con el que el recién llegado da forma a su experiencia de la ciudad. Los boleros de Agustín Lara, la caída de Tenochtitlán, el terremoto de 1985, la obra de Frida Kahlo, la de Diego Rivera, el Mundial del 86, la Revolución, el cine de Buñuel, la matanza de Tlatelolco. Reales o no, se trata de hechos enormemente significativos, pues circulan constantemente entre conversaciones, afiches, nombres de calles, novelas, recuerdos personales y películas, cruzando sin obstáculos décadas y clases sociales. Estas representaciones funcionan como articuladoras de la comunidad, como espacios abiertos donde la historia de cada individuo entra y sale, contribuyendo a la reconstrucción interminable del plano imaginario de la ciudad.

La literatura mantiene una relación de ida y vuelta con este fenómeno. Por un lado, toda obra se alimenta de las representaciones que la preceden. No hay narración posible que no se construya sobre las ruinas de las narraciones de otros. Así, cualquier relato de ficción que transcurra en la Ciudad de México se sitúa automáticamente en un mapa imaginario que ya existe. Sin embargo, al arrojar nuevas miradas sobre una realidad igualmente cambiante, también incorpora nuevos modos de narrar ese espacio y, con ello, modifica (más o menos visiblemente, dependerá de su capacidad para impactar en la memoria de los otros) los contornos de ese plano.

El texto interviene en el lugar. O, mejor dicho, interactúa con él, en la medida en que no puede separarse la experiencia de un lugar de la memoria narrativa que este acumula. La Geocrítica se encarga de estudiar el modo en el que esos relatos cruzados, que provienen de distintas épocas, se incrustan en un espacio geográfico para darle relieve. Texto y lugar quedan imbricados de manera inseparable sin que sean fácilmente distinguibles las distintas capas temporales que los unen. En este sentido, la Geocrítica no aspira a deshilachar el material simbólico de un lugar para identificar y enumerar las líneas temporales que lo conforman, sino que “se contentará (lo cual ya es bastante ambicioso) con aprehender una fase del proceso de desterritorialización”,13 es decir, con señalar el carácter dinámico de este proceso.

Repetimos: un estudio geocrítico será más eficaz cuanto más plurales sean las miradas que lo integren, porque hablar de la dimensión imaginaria de un lugar es siempre hablar de imaginarios en plural. Ese es el único modo de que salgan a la luz las distintas tradiciones que confluyen en un mismo espacio, la mayoría de las cuales quedan a la sombra de los ojos de un solo observador. ¿Cómo podríamos, si no, identificar los cruces que se producen entre representaciones indígenas minoritarias con otras de carácter hegemónico? ¿Cómo podríamos incorporar al tejido narrativo de un lugar historias que se transmiten a través de modos de narrar alternativos que no siempre pasan por la edición en forma de libro? Un proyecto que omitiera todas las voces que se expresan en las 55 lenguas que se hablan en la Ciudad de México, ¿no caería inevitablemente en una representación falsamente homogénea del territorio? (Secretaría de pueblos y barrios originarios y comunidades indígenas residentes).

No obstante, este ejemplo trasluce una dificultad que se agrava cuanto mayor es la densidad narrativa del territorio. El problema es evidente: no es lo mismo un análisis sobre la Ciudad de México que uno sobre Mérida o sobre Pátzcuaro. Mientras que en el último caso la limitación de narraciones literarias permite un estudio relativamente completo de su dimensión imaginaria, hay lugares convertidos en “mitos artísticos” que impiden un análisis geocrítico integral. Para ellos, la cuestión de la selección del corpus se vuelve crucial. Westphal sugiere para estos casos establecer un ‘umbral de representatividad’ [seuil de représentativité] que permita, por un lado, tomar la distancia necesaria para identificar y evitar los estereotipos y, por otro, que sea lo suficientemente plural para recoger una mirada múltiple sobre el territorio (Westphal, La géocritique: réel, fiction, espace 206). Las opciones que propone son varias,14 aunque todas responden a un criterio de ‘multifocalización’ [multifocalisation], aspecto central de su propuesta. Conviene aclarar que Westphal no pretende ofrecer una metodología cerrada, sino abrir, a partir de una sensibilidad concreta sobre el hecho literario, una vía de estudio que se vaya ajustando con la contribución de distintos estudiosos.

Tercer desplazamiento: De la reproducción a la producción del espacio

Es importante señalar que el interés de la Geocrítica no está en identificar los parecidos o diferencias entre un espacio supuestamente real y una descripción ficticia, sino en indagar en qué medida las narraciones ficticias, al incorporarse al conjunto de narraciones que se dirigen al mismo espacio, contribuyen a modificar el significado del lugar. En ese sentido, Westphal afirma: “La representación literaria ya no puede concebirse como deformante, sino como fundadora […] Planteamos que el referente y su representación son interdependientes e incluso interactivos. No me cansaré de repetir que esa relación es dinámica y está sometida a una incesante evolución”.15

No significa esto que desde la Geocrítica se proponga borrar las diferencias entre lo que es real y lo que no lo es, sino reconocer que no es posible separar nuestra relación con el mundo de las representaciones que hacemos de él. Dicho con otras palabras: que la literatura, lejos de limitarse a la reproducción de un mundo supuestamente exterior, contribuye activamente a su producción.

Esta afirmación pone en el mismo plano las narraciones de ficción (normalmente reducidas a su condición de entretenimiento) que otros discursos de naturaleza política, religiosa o comercial que, a ojos de todos, son decisivos en los procesos de significación de los espacios que habitamos. Así, hay que admitir con Fredric Jameson que “all forms of aesthetic production consist in one way or another in the struggle with and for representation” (Jameson 348). También de estas “formas de producción estética” depende, pues, qué criterios definen la idea de un nosotros, quiénes están legitimados para hablar por los demás, cómo se relaciona la gente con ciertos símbolos, qué aspiraciones o temores los definen como sociedad… En definitiva, cómo se configuran las identidades culturales.

Ricardo Piglia hizo de su obra (y casi de su vida) una reflexión permanente sobre la posición que ocupa la literatura en un sistema definido por sus modos de narrar. En una entrevista concedida en 1984 propone pensar la sociedad como

una trama de relatos, un conjunto de historias que circulan entre la gente. Hay un circuito personal, privado, de la narración. Y hay una voz pública, un movimiento social del relato. El Estado centraliza esas historias; el Estado narra. Cuando se ejerce poder político se está siempre imponiendo una manera de contar la realidad. Pero no hay una historia única y excluyente circulando en la sociedad (Piglia, Crítica y ficción 22).

Si bien Piglia identifica el poder político con el Estado, en un contexto globalizado esa posición puede ser ocupada por cualquier dispositivo con capacidad de imponer su mirada sobre el mundo sirviéndose de las herramientas políticas, mediáticas y culturales que tiene a su alcance. La misma lógica excluye de esa posibilidad a quien carece del acceso a esos medios, favoreciendo la presencia de unas voces sobre otras en el proceso de representación de los espacios comunes. Pero ¿qué ocurre si igualamos la capacidad de todas ellas para ser escuchadas?

La ciudad ausente, de Ricardo Piglia, supone una puesta en escena de esta idea. En la novela, la historia oficial dictada por el Estado se ve desafiada por una máquina de narrar que fabrica versiones alternativas sobre los hechos que ocurren en una Buenos Aires distópica. La “ausencia” de la ciudad remite a un vacío en su dimensión narrativa (a un vacío por desbordamiento, en realidad) y plantea este espacio urbano como un territorio en el que se libra una batalla por su significación. Lo relevante de esta lucha no es tanto la veracidad de cada uno de estos relatos como el efecto que produce el hecho de que todos ellos se encuentren en un mismo espacio. La máquina es la única que narra, pero lo hace multiplicando lo máximo posible las voces que se dirigen a ese lugar. En un momento de la novela, ella misma explica su funcionamiento:

Extraigo los acontecimientos de la memoria viva, la luz de lo real titila, débil, soy la cantora, la que canta, estoy en la arena, cerca de la bahía, en el filo del agua puedo aún recordar las viejas voces perdidas, estoy sola al sol, nadie se acerca, nadie viene, pero voy a seguir, enfrente está el desierto, el sol calcina las piedras, me arrastro a veces, pero voy a seguir, hasta el borde del agua, sí (Piglia, La ciudad ausente ).

Al construir relatos de manera aleatoria, la máquina produce un efecto de igualación de todas las voces. El resultado es una ciudad atravesada por historias que, surgidas de distintos orígenes y tiempos, ponen en diálogo experiencias personales, fábulas y proyectos de todo signo. La variedad de estas versiones termina amenazando la propia supervivencia del Estado, que se entrega a la causa de desactivarla para restaurar el olvido, única garantía de su poder político.

Con esta metáfora, Piglia señala el carácter transgresor que contiene toda representación literaria. Cualquier narración que plantee un mundo alternativo supone un cuestionamiento del mundo conocido. En ese sentido, el papel de la ficción no se distingue en gran cosa del que desempeñan los discursos utópicos. Al plantear soluciones imaginarias a problemas reales, o al usar la fantasía para rechazar el estado de las cosas, la circulación de esos discursos por la sociedad termina abriendo grietas en las representaciones monolíticas de la realidad.16

Esto es lo que plantea Gisela Heffes en Las ciudades imaginarias en la literatura latinoamericana, donde analiza en qué medida se han entrelazado los imaginarios de ficción con el desarrollo político de la región desde las independencias hasta hoy. Su estudio demuestra que las ciudades imaginarias, lejos de ser meras reproducciones de la realidad presente, “funcionan dentro de la historia de la literatura y el pensamiento latinoamericano como la mise en scène de una idea [donde] se intenta reconciliar de manera filosófica, política y literaria ideas abstractas y teóricas con una puesta en práctica concreta” (Heffes 15). Estos espacios de ficción actúan como laboratorios de experimentación donde se explora cómo sería la realidad si se pusieran en marcha ciertas creencias, teorías filosóficas, anhelos o temores políticos que en el momento del presente solo existen en un plano abstracto. Más allá de que planeen futuros alcanzables o imposibles, las imágenes que proyectan funcionan como cartografías del presente.

Si damos por buena esta lectura, tenemos que admitir que cuanto más plurales sean esos mapas, más representativos serán de la población que ocupa los espacios a los que remiten. De ahí la pertinencia de la Geocrítica para analizar el potencial político de las representaciones literarias. El proyecto es ambicioso; en cierto modo, imposible, desde el momento en el que se admite que los espacios no son contenedores estáticos y perfectamente geométricos, sino estructuras móviles que dependen del modo como son percibidos por quienes los ocupan. El enfoque siempre será insuficiente y siempre llegará tarde, porque el mapa imaginario de un lugar no se completará mientras haya gente que lo incorpore a sus narraciones, en un proceso que nunca acaba. Por eso es importante remarcar el carácter dinámico de la Geocrítica, que no debe ser concebida como una metodología cerrada, sino como una red definida por dos factores: la pluralidad de los observadores y el impulso para buscar nuevas voces en los márgenes. Solo eso puede garantizar, como advertía Onetti, que los espacios y sus pobladores se parezcan a lo que se escribe de ellos.

Obras citadas

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White, Kenneth. Geopoetics: Place, Culture, World. Alba, 2004.

Notas al pie:
1

Robert T. Tally ha compilado, en diversos volúmenes, las aproximaciones más recientes a la espacialidad literaria. Para una información más detallada sobre sus parecidos y diferencias, véase Space, Place and Mapping in Literary and Cultural Studies (2011); Literary Cartographies: Spatiality, Representation, and Narrative (2014), y Ecocriticism and Geocriticism: Overlapping Territories in Environmental and Spatial Literary Studies (2016).

2

A pesar de que en algunas ocasiones se ha traducido al español como “Geocriticismo”, la poca difusión de esta disciplina en el mundo hispanohablante ha impedido que se generalizara este término. Nos parece más ajustado el término “Geocrítica”.

3

N’est-il pas temps, en somme, de songer à articuler la littérature autour de ses relations à l’espace, de promouvoir une géocritique, poétique dont l’objet serait non pas l’examen des représentations de l’espace en littérature, mais plutôt celui des interactions entre espaces humains et littérature, et l’un des enjeux majeurs une contribution à la détermination/indétermination des identités culturelles?” (Westphal, “Pour une approche géocritique des textes” 17). Salvo que se indique lo contrario, todas las traducciones son propias.

4

A pesar de que la Geocrítica ha ido penetrando en el contexto académico hispano junto a otras aproximaciones también interesadas en la espacialidad literaria, son muy escasos los estudios que la han adoptado como método de análisis. Existen estudios geocríticos aplicados a espacios latinoamericanos, pero suelen estar publicados en francés. Sirva como ejemplo el artículo “Une lecture géocritique de la ville de Mexico dans l’œuvre de Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco et Bernardo Esquinca”, de Eric Le Gall.

5

Si bien es cierto que la ciudad de esta novela no tiene nombre, afirma Fernando Aínsa que se trata de una ciudad en la que “se adivinan los signos y la atmósfera de Montevideo” (Aínsa, Una jirafa de cemento armado 12). Esta interpretación es coherente con el hecho de que Onetti escribe El pozo en 1939, sólo unos meses después de publicar el lamento con el que abríamos este artículo.

6

El término hace referencia a la pintura de Giorgio de Chirico (1888-1978), en la que abundan los paisajes urbanos sombríos y desolados. La analogía con Peri Rossi fue señalada por Fernando Aínsa (Aínsa, Nuevas fronteras de la narrativa uruguaya 63).

7

Nos referimos, principalmente, a la noción de thirdspace desarrollada en la obra Thirdspace: Journeys to Los Angeles and Other Real-and-Imagined Places.

8

Par ses affinités avec certains pans de la philosophie, de la psychanalyse, de la géographie humaine, de l’anthropologie, de la sociologie, et des sciences politiques (en particulier de la géopolitique), la géocritique est interdisciplinaire”(Westphal, “Pour une approche géocritique des textes” 18-19).

9

la véritable essence identitaire de l’espace étudié”(Westphal, “Pour une approche géocritique des textes” 22).

10

“La représentation de l’espace naît d’un aller-retour créateur, et non plus d’un aller simple coïncidant avec un regard porté d’un point sur l’autre […] Le principe de l’analyse géocritique réside dans la confrontation de plusieurs optiques qui se corrigent, s’alimentent et s’enrichissent mutuellement”] (Westphal, La géocritique: réel, fiction, espace 187).

11

En La Géocritique: réel, espace, fiction, Westphal desarrolla ampliamente la relación entre el carácter multifocal de la Geocrítica y la tendencia a desjerarquizar la mirada sobre espacio geográfico. El argumento es el siguiente: cuantos más puntos de vista se involucren en la representación de un espacio, menos peso tendrá la mirada de los autores consagrados; cuanto más variados sean esos puntos de vista (en términos históricos, de género, de procedencia…) menos rígida y jerárquica será esa representación (83-195).

12

“Par le biais de la géocritique, on s’efforcera de mettre en évidence le fait que l’actualité des espaces humains est disparate, que leur présent est soumis à un ensemble de rythmes asynchrones qui rendent toute représentation parfaitement complexe, ou, si on les ignore, excessivement réductrice” (Westphal, “Pour une approche géocritique des textes” 26).

13

se contentera (ce qui est déjà ambitieux) d’appréhender un stade du processus de déterritorialisation” (Westphal, “Pour une approche géocritique des textes” 24).

14

Westphal se refiere a tres posibles variantes (que denomina “endógena”, “exógena” y “alógena”) que dependen de familiaridad del escritor/observador con respecto al espacio de referencia (208-213).

15

“La représentation littéraire n’est plus considérée comme déformante, mais comme fondatrice. […] On postulera que le référent et sa représentation sont interdépendants, voire interactifs. Je ne me lasserai pas de répéter que cette relation est dynamique, soumise à une incessante évolution” (Westphal, La géocritique: réel, fiction, espace 186).

16

En Utopia in the Age of Globalization: Space, Representation and the World-System, Robert Tally analiza las relaciones entre ficción y utopía desde el ángulo de las cartografías literarias.

Historial:
  • » Recibido: 31/05/2019
  • » Aceptado: 25/10/2020
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