Alter-narrativas para escribir tarjetas de feliz cumpleaños a Gloria, quien nos habla y canta, desde las fronteras, en las heridas y en la memoria

Sección: Homenaje

En honor a Gloria Anzaldúa

Tamara Ocampo 1

Con cada palabra dentro de La prieta sentía que leía a mi abuela. Mujer mestiza, morena, caderas anchas, amante de las plantas y la cocina. Mujer aguerrida, fuerte, chaparra con el cabello largo y negro más hermoso que mis ojos han visto. Una persona dedicada a sus hijos, familia, nietos y conocidos. A través de sus insultos como ‘chacha cabrona’ o ‘chacha pendeja’ viajaba un te quiero.

Este puente mi espalda, me trasladaba a esas pláticas en la cocina con mi abuela mientras ella me preparaba de comer, calentaba la comida o me servía -como era su costumbre- charlábamos sobre la escuela, las travesuras de mis primos y ella aprovechaba para quejarse de sus hijas.

Gloria me hizo recordar que crecí con una mujer migrante, la cual viajó de Guanajuato al Estado de México porque éste le brindaría una mejor vida. Llegó sin conocer a nadie y llegó para quedarse. Aquí vio nacer, crecer, casarse, formar una familia a sus hijas e hijos, así como fallecer a su esposo. Quedó viuda a los 50 años y con unos hijos a los cuales educar. Ella vendía jitomates para traer un plato a la casa. Era analfabeta, viuda y mujer, al parecer tenía todas las de perder en un México de los setentas lleno de machismo. Sin embargo, les dio estudios a sus siete hijos -de los cuales, cinco son licenciadas, todas mujeres-, nos brindó una visión del mundo respecto a la educación como la única vía para transformarnos.

A pesar de no tener la presencia física de mi abuela, la recuerdo mientras cocino, cuando veo el patio, y la recuerdo barrerlo con calma y apoyada de la escoba porque odiaba usar el bastón, la veo en la sala quedándose dormida mientras nosotros disfrutábamos de una buena película o esperándome bajar del transporte escolar.

Gracias Gloria porque mi abuela sin saber escribir, leer y contar, a través de tus letras, siento que me habla.

¡Enhorabuena! ¡Feliz cumpleaños!

Anzaldúa y mis fronteras personales

Brenci Patiño 2

Recuerdo perfectamente la primera vez que escuché el nombre Gloria Anzaldúa. Fue un frío y gris abril en Ann Arbor, Michigan, en el 2000. I was then a prospective graduate student, invited for a campus visit. At a typical wine and cheese reception, after meetings with faculty and class visits, a doctoral student, who learned I was from the South Texas-Mexico border, asked if I had read Anzaldúa. In fact, she was sure I had, how could I have not given that I was from the very area that is at the center of Anzaldúa’s Borderlands/La Frontera. Me sentí tonta y apenada. Anzaldúa era claramente una autora importante, pero yo no la conocía ni sabía nada de su obra. Es más: habiendo crecido y estudiado entre Matamoros y Brownsville, nunca había leído a ninguna autora (o autor) o texto fronterizo. Looking back at this brief interaction and my subsequent shame, I now know that I could not have had a better introduction to Anzaldúa’s work: there I was, a U.S. born mexicana attempting to cross an educational border, being intimately familiar with my geographical border, but still feeling inadequate and ashamed. When I finally read Anzaldúa in graduate school, her words gave me pride and strength. She made me understand that I carried dolor y pena because nobody had told me that our fronteriza culture was rich and beautiful; nobody had told me of the heritage that we carry and of the borderlands that we continue to nurture and enrich with our mestizo language, our food, our music, our literature, our celebrations and much more. So, I remember Gloria, nuestra Gloria, as a lifesaver. Her work allowed me to survive in an entirely new world: graduate school in the Midwest, and continues to carry me through now as a seasoned educator. Her wisdom has taken me to literal and symbolic places that I could have never imagined. I am able to do so because she told us that there is beauty and value in embodying multiple histories, languages, dialects, traditions, and realities.

As a working-class academic, Anzaldúa’s work plays a key role in guiding my approach to teaching and mentoring. Being a fronteriza means constantly crossing class, race, educational, social, and economic borders as a result of the space I occupy as a college professor. Because the professional environment, I inhabit is predominantly white (and in a Southern state) and emotionally violent at times, I constantly remind myself of the Coyolxauhqui Imperative: I put my fragmented self together to survive the constant severing of my identity by a system that underestimates the very values I hold true and dear. Este acto de formarme a mí misma como una sola a partir de miles de pedazos rotos por la hegemonía que rige espacios educativos en Estados Unidos, me permite no solo apoyar sino también impulsar a mis estudiantes -en su mayoría mujeres latinas y afroamericanas- a abrazar sus identidades mestizas y dejar su huella en nuestro mundo. I am constantly reminded that, as Anzaldúa proposed, “As mestizas, we are negotiating these worlds every day, understanding that multiculturalism is a way of seeing and interpreting the world, a methodology of resistance.” Understanding the value of my home culture is, thus, an act of resistance that allows me to instill the same love of philosophy, literature, and Latinidad to my students. They, much like myself, are constant border crossers: linguistically, economically, in terms of ways of life, as translators and interpreters, and as puentes. They in effect carry a bridge on their backs and that, in itself, is an act of resistance.

In these pandemic times where we have become painfully aware of educational and economic disparities, Anzaldúa’s teachings are not only transformative but healing. At a moment when we are under attack, she tells me that it is okay not to speak English or Spanish perfectly, and still be perfectly myself. As I sit here six states away from my family, Gloria’s teachings keep me grounded.

¡Feliz cumpleaños a la maestra Gloria Anzaldúa!

Alter-narrativas

Amarilis Pérez Vera 3

El tema de la migración me atraviesa personalmente. Nací en La Habana en 1986 y llegué a México en 2012. Aunque muchos cubanos se habían lanzado al mar en chalupas en los años noventa, dejando atrás la tierra natal completamente sumida en una fuerte crisis económica, mi familia no me educó con el objetivo de abandonar la Isla. Quizá por eso, me tardé años en aceptar que yo estaba migrando. Vine a México absorta en la ilusión de ser una estudiante de la Universidad Nacional Autónoma de México; en 2014, cuando concluí la maestría, desapareció el propósito de mi estancia. En ese vacío, yo tomé la decisión de vivir aquí. Aunque siempre pienso que puedo regresar a Cuba y he tenido el cuidado necesario para que los obstáculos políticos y burocráticos no lo impidan nunca, aceptar que yo estaba migrando me causó un profundo dolor que puedo describir como la pulverización de mi identidad. Nadie me conocía, pero al mismo tiempo yo veía la oportunidad de contar, otra vez, quién era o quién podría ser, y esta fantasía -esta inventiva sobre mí misma- tiene buen sabor.

Hablar sobre la migración cubana es conflictivo. Muchas personas no comprenden por qué nosotros abandonamos el paraíso socialista, pero muchas familias mexicanas, cuyos familiares viven en la jaula dorada -como llaman a los Estados Unidos-, o que viven ellos mismos en pueblos mexicanos donde los niños crecen con el objetivo de migrar, sienten en su corazón lo que yo siento en el mío. En aquel año escribí: “Cuando comencé a ocupar mi día pensando que quizá debía irme, mis sueños se hicieron pesadillas […] Ya estaba en el camino y todavía no estaba decidida a irme […] todas las personas que me amaban decían, vete; nadie pedía que me quedara. Entonces, yo sabía que se me había acabado el tiempo. Me tengo que ir y gritaba y lloraba en el camino […] lo tenía todo por delante. No sé dónde se metió mi pasado. […] A partir de ese momento, estoy del otro lado”.

Esta experiencia, el ser mujer y los fuertes deseos de conocer el nuevo lugar donde estoy viviendo quizá sean las razones fundamentales de por qué la obra de Gloria es importante para mí. La primera pregunta propuesta para que iniciáramos nuestro diálogo -“¿Cómo cada quien recuerda a Gloria?”-, me hizo suponer que varias personas entre nosotras la conocieron en vida y estaba ansiosa por escucharlas. Mi generación solo tiene acceso a la obra de Gloria y con fortuna a sus manuscritos y borradores conservados en la Universidad de Austin, Texas, pero pienso que entre las cosas que me ha dejado Gloria, además de muchísima teoría y tips para escribir y escribir, son las alianzas. Es tan potente el sentido de la solidaridad en la obra de Gloria que por eso hoy estamos aquí reunidas. Y eso es lo que más recuerdo.

En estos momentos me encuentro en los trámites de titulación de mi tesis doctoral sobre prácticas estéticas antirracistas en México y la comunidad chicana de California. A finales de 2017 viajé a los Estados Unidos para realizar el trabajo de campo. Un día, al atardecer, estaba caminando por la playa con la artista visual y profesora chicana Celia Rodríguez y le expresaba mi aflicción porque en ocasiones me sentía cuestionada, ¿qué hacía yo, cubana, estudiando historias sobre mexicanos o personas de origen mexicano? Celia me respondió que esa no era una preocupación mayor, lo importante era que cada vez más personas estuviéramos interesadas en contar esas historias. Y, en este sentido, la obra de Gloria ha sido de gran aliento para mí.

Personalmente, estar años investigando un tema, escribiendo cientos de páginas, en ocasiones, dudé del sentido de la investigación -como la que expresé hace un momento-, me sentí completamente agotada, con el temor de que no fluyera la escritura y el pensamiento o afligida por no compartir, a veces, con mis seres queridos porque los tiempos de entrega de avances y manuscritos se imponían. En estos momentos de pesadumbre siempre estuvieron los fragmentos de la obra de Gloria grabados en mi mente, diciéndome: “escribe en la cocina, enciérrate en el baño, escribe en el autobús”, o tápate los ojos y los oídos, tírate en una cama y mira la película -así llamaba Gloria a las imágenes que veía en esta especie de sueño o trance y que usaba para escribir; es necesario crear alter-narrativas, que surgen en diálogo con otros imaginarios, otros cosmos simbólicos.

Por otra parte, Gloria problematizó el tema del mestizaje dentro de la cultura chicana desde una perspectiva de género y de clase antirracista, anticolonialista y decolonialista. Por tanto, considero que esta problematización debe tener una participación fundamental en los debates sobre la ideología mestizante y racismo en México. Además, la obra de Gloria todavía hoy impacta los estudios sobre la identidad, los cuerpos y los estudios lingüísticos porque al igual que otros de sus contemporáneos, la conciencia de Gloria, que transita entre un pasado remoto, el presente y un futuro que no conocemos, pero que podemos imaginar, se resiste a la fijeza y al pensamiento mono: monolingüista, monocultural, monoteísta, etcétera; además, Gloria nos legó -así como lo hizo Frantz Fanon- un pensamiento teórico encarnado: esto es, un pensamiento que se produce desde una conciencia crítica del cuerpo propio.

Entonces, para cerrar, en estos tiempos de pandemia -pero también en todos los tiempos- se requiere la solidaridad, el pensamiento crítico encarnado, la proliferación de alter-narrativas, un concierto coral polifónico como lo ha sido este diálogo entre nosotras.

Existir y resistir en la Academia

Gelen Jeleton 4

Intento escribir dos cuartillas en homenaje a Gloria Anzaldúa y me atasco. Y no porque no pueda o no tenga cosas que contar sobre ella, si no que como diría sor Juana Inés de la Cruz, “porque de tanto, ya no puedo”.

Y entonces veo la pila de platos para lavar en la casa de unos amigos que me han acogido. No sé por dónde empezar y me quería duchar antes. Ya el pánico se ha apoderado de mí por la exposición en línea de esta noche, en la que participan muchas académicas que admiro y me imponen a la vez. Y empiezo a tener miedo de no hacerlo bien, de liarme, pasarme de los cinco minutos que nos tocan y no decir lo que quiero.

Y después de varias vueltas empiezo a contestar mails retrasados y me enfado, e intento poner prioridades y lanzarme a responder las tres preguntas que nos han ofrecido de guion, para no perderme, sobre la influencia de Gloria en nuestro trabajo. Y me vienen a la cabeza mis compañeras en muchos sentidos y quiero citarlas a todas, y todos los trabajos de lecto-escritura que hemos hecho en la academia y fuera de ella, y me vuelvo a bloquear. Entonces intento hacerlo desde mi posición de artista, pero esta se mezcla con la académica y viceversa, porque van juntas, a ambos lados, a los costados, en medio y molestando.

Y recuerdo los dibujos-metáforas de Gloria que me enseñó Coco Gutiérrez Magallanes en la UNAM, de los que habló al principio de este encuentro: dibujos-concepto que desarrolla Gloria en textos y hechos, y de cómo me sirvieron para seguir dibujando en clase.

Y recuerdo la primera vez que leí a Gloria en los seminarios de la UNAM, con Marisa Belausteguigoitia y Rían Lozano, y que es justo ahí cuando hice el dibujo de la academia bocabajo.

Y más tarde, o en ese orden, el dibujo del diagrama del triángulo invertido con tres estados de senti-pensar:

“Bibliografía como autorretrato”

“Resistencia bibliográfica”

“Y la cita y consecuencias del uso”

Y recuerdo cómo lo presenté en una primera ponencia -digamos “fallidamente”- en un Congreso en Murcia y me asustó, pero que luego volví a insistir para presentarlo en unas Jornadas en el MACBA y de cómo apareció citado en el ensayo premiado de Aurora Polanco y, por fin, me siento orgullosa de ello.

También recuerdo cuando me preguntó Lucía Egaña cómo me sentía citando a Gloria Anzaldúa siendo europea, y de una vez que hice una performance sobre bibliografías en Barcelona invitada por Irina Mutt y escogí la “Carta a escritoras tercermundistas”, y que uno de los feedback fue que había estado muy bien, pero que no tenía por qué dar explicaciones del porqué usaba ese texto, y de insistir por mi parte en que sí tenía que hacerlo y mi agradecimiento.

Y recordaba mis últimos talleres de la archiva y de cómo hablamos de Gloria como un referente que descentralizaba el origen del fanzine feminista en la costa noroeste de Estados Unidos para dirigirlo hacia el sur; de sus consejos en la carta sobre escribir donde sea, sin esperar al cuarto propio. Y que en el último Congreso al que fui en Ciudad Juárez se habló de leer desde esa frontera, pero del lado sur hacia abajo, continuar leyéndola con otras.

Y de cómo su concepto de ‘autohistoria’ lo he recogido para talleres de narrativa, y que junto al de ‘biomitografía’, de Audre Lorde, y ‘escrevivência’, de Conceição Evaristo dieron lugar a largas discusiones comentadas en el libro de Andrea Valdés, discusiones de pura preocupación por no hacer extractivismo cultural.

También de cómo la he dibujado mil veces y no me sale, en ese retrato que tanto me gusta en el que aparece escuchando una flor en el libro Esta puente, Mi espalda, que acompaña a su bio, y que intento meter en cada expo de “Historia política de las flores”, en mi trabajo de artista con Jesús Arpal en el Equipo Jeleton. También intenté sacarlo en un artículo conjunto sobre Gloria, pero que tampoco termina de salir, se resiste.

Y recuerdo su escritura alquímica que invita a poner tu mierda en el papel. De cuando nos cuenta que corta y pega papelitos con los que forra el piso para intentar poner orden a sus ideas, y Leslie, su compañera de casa, los lee y dice: “Está bien, Gloria”.

De su lengua rebelde que el dentista quiere cortar; de cómo me dio pie a escribir una carta para estudiantes del “aula de acogida” en Barcelona sobre los acentos. Y el mío, mi acento que tanto me ha marcado en la academia y que aún hoy, cuando doy una charla, alguien tiene un comentario sobre ello, y que pareciera es lo único con lo que se quedan después de todo lo que he dicho.

Y me recuerda el escrito de Gloria “Movimientos de rebeldía y las culturas que traicionan”, de ese no sentirme de un sitio, es más, querer salir corriendo, y de no poder ser parte de ese otro, porque de otro vengo.

Y de querer contar historias en una academia que idealicé quizás por ser la primera de mi generación que se doctoró de toda una familia numerosa. Por ver en la universidad una salida de trabajo-tentempié, que ahora me mata con la ansiedad, de ser temporal sustento.

Y parar cerrar y para que de tanto no se me olvide: Feliz cumpleaños, por muchos años Gloria.

Carta a Gloria desde un rinconcito del Río Uruguay

Eugenia Bové 5

26 de septiembre de 2020, 3 de la mañana.

Estimada Gloria:

Me invitan a invocarte. A celebrarte en tu cumpleaños.

Yo sé que lo hacen como una forma de tirarme una soga al agua, esa forma de las amigas en que te piden algo que ellas no necesitan, solo porque saben o intuyen que una sí, esa forma de pedir ayuda para en verdad darla. Y cuando necesito pensar, cuando necesito no sentirme sola, cuando necesito entender algo, que solo con pedazos se puede transformar lo viejo en lo nuevo, me invitan a sumarte a la conversación. Que oportuno ha sido. La soga resultó ser una serpiente que se me enrolló en una pata y de allí me fue llevando.

Vuelvo a leerte después de algunos años, esta vez terminando el invierno del sur. Te siento acá, al lado mío. ¿Qué clase de ser es este que acompaña a tanta gente que nunca conoció y, apostaría, ni imaginó siquiera? Si de celebrarte se trata, debo agradecerte haberme acercado a este grupo de mujeres tan poderosas, tan dispersas y tan cercanas.

Quiero empezar contándote algo: compartí tus textos en la cárcel de mujeres de Montevideo. Yo insistía con un taller de escritura autobiográfica, y “La prieta” y “Hablar en lenguas: carta a escritoras tercermundistas” me parecían provocaciones inspiradoras allí. Pensaba en trabajar la historia personal y la escritura, pero leerte fue muchísimo más. Fue traer a los espíritus de ese espacio; materializar a los fantasmas que las despertaban de noche o les robaban sus cosas del baño; fue pensarlos atrapados allí de cuando aquello era un psiquiátrico o de cuando la impunidad de los militares controló todos los espacios, algo que no ha cambiado tanto. Fue poder reconocer la locura imponiéndose en la cabeza al cruzar algunos muros. Y fue también escucharte en nuevas voces, a viva voz, pero esta vez uruguayas.

Úrsula, una de aquellas generosas mujeres, nos contó en el taller que cuando empezó a leerte no entendió mucho, pero que enseguida sintió que allí había algo y que debía compartirlo. Juntó a sus compañeras y les leyó tu carta a gritos. Parada en una silla rota, me la imagino; gritando para que se escuche más allá del ruido, la imagino. Úrsula, una mujer presa por vender misoprostol en un país con aborto legal, madre de cuatro, rodeada de sus pulseras y dioses umbandas, entendiendo que no le hablabas solo a ella sino a todo aquel grupo de mujeres juntado por la casualidad menos azarosa.

Aquellas mujeres se encontraban en una frontera, como la tuya. En medio de algo, sin saber hacia dónde seguían. Expulsadas de todos lados, pero dándole sentido a su vida. Agradeciendo estar rodeadas solo de mujeres por primera vez; reconociendo que a sus hijos les había hecho bien hacerse cargo de sus vidas. Encontrándole sentido a todo aquel dolor, moliéndolo, amasándolo, dándole forma. Sin olvidarse nunca de lo injusto de su experiencia. Y yo, admirándolas. Sintiendo que nunca estaría a la altura de aquellas mujerotas que compartían sus escritos conmigo durante el caluroso verano, que jugaban a los juegos que yo les proponía. Igual que contigo.

Y entonces, 2020. Y entonces, la ansiedad, el miedo. El sentir que se van cayendo de a poco los círculos que me rodean, hasta llegar muy cerquita. Y el miedo y la ansiedad. Y la incertidumbre de no saber hacia dónde vamos ni quienes llegaremos. Y en medio de eso un nacimiento. Literal: un parto, 3 kilos 630 gramos de vida saliéndome de adentro, otra vez. Y la ansiedad y el miedo que se interrumpen para jugar con niños y bebitas. Y qué bueno que se interrumpa, un descanso, pero qué especie de nostalgia que me da leerte en tus abandonos depresivos, ese Estado Coatlicue necesario para prepararse. Este año nos ha dado de todo, menos descanso. Yo quiero, a veces, que ninguna vida dependa de la mía y permitirme bucear en lo más profundo, hasta que todo se invierta y de pronto lo que era estar bajando sea estar subiendo, como dices. Si tus preguntas, tus palabras, sacudían e instalaban nuevas preguntas, sobre lo viejo y lo nuevo, sobre la transformación, sobre lo personal y lo colectivo, sobre la historia y la cultura. Este año más bien te ha tocado ser la virgencita del cruce, acompañando y mostrando tal vez algo como un horizonte, hecho de heridas cuidadas con amor y azulejos rotos pero relucientes.

Leerte ahora -y nunca podré dejar de agradecerle a Coco y Cora por traerte de nuevo en este momento tan preciso- fue reconocerte como una compañera que no me había permitido. Porque yo, tan entera y con todos estos privilegios, no me permitía darte la mano libremente. No me permitía pararme en tus hombros. Pero este año ha modificado eso. Era necesario. Era necesario sabernos y saberme vulnerables. Era necesario perder las certezas porque es necesario construir nuevas y que estas sean más nuestras, al menos mientras duren.

Y esta carta es uno de los textos que más me ha costado escribir. No he pretendido ni siquiera encontrar las palabras justas, precisas. He intentado atraparlas en el aire, arremolinadas ellas, pegarlas con las llenas de tierra, enterradas desde hace tanto tiempo. Siento que apenas logro cazar alguna; lejos estoy de esperar que queden bien juntas.

Seguro seguiremos conversando, sin duda.

Con mucho amor, y agradecimiento, feliz cumpleaños,

Eugenia,

desde un rinconcito del Río Uruguay

Carta de maletas migrantes

Jaime Andrés Géliga Quiñones 6

Querida Gloria Evangelina Anzaldúa, prietita:

Te escucho pa’ escucharme, porque leerte fue perder el miedo de poder soltar la lengua; hablar en voz alta; escupir los gritos que nunca debieron ser silencios.

Mientras buscaba mi propia voz para sanar heridas, tus palabras me recordaban que tenemos que buscar otro lenguaje. Y me conecté con pensar las fronteras, con nepantlear, en verbo, desde mi trayectoria; con pensar Puerto Rico desde Abya Ayala, y no desde los nortes globales, como nos han enseñado por tantas generaciones. Me gusta pensar a Puerto Rico como un entremundos, el in-between, un espacio nepantlero, multiple realities coloniales, y cuir, at the same time.

Rajaduras que duelen, rajaduras que crean, rajaduras que conversan. Rajaduras de que nadie se raja porque tenemos que bregar con la precariedad.

Pero cuando lo pienso así, pierde su nombre, y de Puerto Rico lo pienso como la tropicolonia. Colectivamente se rebautiza por manadas tropicales de gente que está escuchando lo que su patería/jotería (en tus términos) le dice. Y cuando pienso en por qué pierde su nombre recuerdo la anécdota que contabas de que un estudiante tuyo pensaba que la homofobia era el miedo de volver a la casa. Tal vez sean las heridas sobre la piel, la migración, los fracasos acumulados. Pero dejar de pensar a Puerto Rico como Puerto Rico, y pensarlo nepantleramente, como una tropicolonia, me permite regresar. Perderle el miedo a la casa, porque las rajaduras de esos mundos construyen posibilidades de que todo sea diferente.

Escribo migrantemente para acortar las distancias que queman el pecho de tanta lejanía. Escribo como una alternativa de mí que solo puede ser colectiva. Escribo para acortar distancias. Tu decías que había que escribir en todos lados: en el baño, en la cocina, en el jardín. Y es que en todos lados nos han escrito sobre la piel, Gloria. No se aceptan puertorriqueñes, no negres, no personas trans, no lesbianas; eres gorde, aquí no cabes; qué mal hablas español, se nota tu acento en inglés. Y ahí te recuerdo, Anzaldúa: “la revolución resuelve el choque entre culturas en nuestra propia carne”.

Te quería escribir muchas cosas, Prietita; siempre te quise contar que te digo Prietita con mucha ternura, porque me acuerdo de mi abuela que siempre me decía Prietito. ¿Cuántas historias negadas tenemos? ¿Por eso la compulsión de escribir? Me regreso, Prietita, porque tus palabras me hacen perder miedo y soltar la lengua. Me regreso a mi fronterita tropicolonial, a mi entremundos borinqueños, a las rajaduras de habitar deseos cuir y prácticas cuir. ¿Por eso la compulsión de escribir? Dices que “nada sucede en el mundo ‘real’ si no ha aparecido antes como imagen en nuestras mentes”. Por eso me regreso, porque tus palabras son imágenes de heridas corporales que sanamos con la acción, con la escritura, con los deseos.

Pienso mucho a Gloria Evangelina Anzaldúa en la pandemia, y el resultado ha sido volver a mi frontera. Volver a escribir y contar, contar, contar desde las rajaduras, desde lo cotidiano, cómo se habita esa colonia llamada Puerto Rico para las vidas cuirs. Anti-colonial struggle, decía Anzaldúa; narrar nuestras historias. Porque ante todo está el extractivismo colonial. Ese que no solo desfalca recursos materiales, sino que te hace morir para ganarse su vida, que produce una historia de la cual no somos parte.

Me siento y pienso con la sospecha de que volver a Puerto Rico es necesario para poder empuñar estas palabras. Tal vez soy demasiado visceral, pero eso lo aprendí del mundo zurdo. Tal vez a la academia le sobra performance y le falta visceralidad. Me siento y pienso desde la sospecha de que nos incluyen como notas al calce de una historia de los nortes globales, en la cual solo terminamos siendo de nuevo su ejemplo para que ellxs teoricen sobre cómo ser monstruos domesticados de la rueda académica. Me siento y pienso con la fantasía de que no estoy construyendo nada, solo estamos compartiendo lo que queremos compartir del periodo que queremos compartir mientras preparamos una venganza pata, maricona, buchacha, trans, revuelta de dragas mal vestidas para tus ojos queer, y le cobramos con intereses todo su cishetero-extractivismo colonial.

Gracias, Gloria Evangelina Anzaldúa: por espantarme los sustos, enseñarme a reconectarme, a escribir sobre las heridas de la piel.

Este boricuita agradece la clase de escritura, con amor a la chicanita.

Abrazos olor a campo camuyano.

Jaime

Borderland: entre el sueño y la vigilia. Inspirado en Gloria Anzaldúa

Victoria Pérez 7

Octubre 2020

Al presentarse en un congreso frente a los demás, una investigadora rara vez tiene la posibilidad de mencionar su ascendencia. Hoy es una de estas pocas ocasiones cuando puedo anunciarme como mexicana naturalizada, de orígenes rusos y bielorrusos que nació en un país que ya no existe -la Unión Soviética-, en la parte que actualmente pertenece a Ucrania. Fui criada en tradiciones humanistas y me educaron bajo el paradigma del realismo crítico. En el confinamiento trabajo en home-office, y dar clases en línea no es tarea fácil. You know what I mean. Ayer, después de hablar sobre el papel del Ethos en la construcción discursiva de la identidad, me senté en mi viejo sillón y cerré los ojos. Morfeo no tardó en llegar y, como ya es costumbre, vino acompañado. Tras sus alas abiertas pude distinguir la silueta tan conocida de un hombre: mi papá, a quien tanto le gustaba la música. Murmuraba: “Nuestros muertos no nos van a dejar a la deriva; nuestros difuntos son nuestros guardianes más fieles”… “Otra vez Visotzkiy, su cantautor privilegiado”, pensé, acercándome a él. En este mismo instante la imagen se alejó y escuché la voz temblorosa de mi prima: “Tu papá falleció ayer; ya lo enterramos”. El dolor invade mi cuerpo una vez más y las imágenes empiezan a jugar carreritas: yo firmando la solicitud para viajar al extranjero; los ojos llenos de lágrimas de mi mamá; la pregunta muda en los labios bien cerrados de mi padre; yo junto con mi esposo mexicano y con mi pequeño hijo en brazos llegando a tierra azteca. “Otra vez la nostalgia -pienso-; ya no quiero caer en la depresión”. De repente, entre las sombras veo a una mujer que cruza el puente estrechando sus delicados manos hacía mí. Su cabello negro y corto enmarca su cara; una sonrisa sincera y atractiva ilumina su rostro. Bajo los llamativos colores del arcoíris, su piel dorada adquiere tonos distintos. “Depression is useful”, me dice. “It signals that you need to make changes in your life, it reminds you to take action”. -¿Actuar?-, le pregunto. “Sí, if you change yourself, you change the world”, me contesta. “¿Acaso no eres una guerrera como yo? ¿No guarda tu cuerpo la memoria de siglos de explotación zarista y de la Revolución de Octubre? ¿Acaso los recuerdos de la invasión nazi a tu tierra no asaltan tu mente?”. La luz del arcoíris se apaga y, sin esperar mi respuesta, la mujer con el cabello negro y corto desvanece en la oscuridad. De allí, muy de lejos, escucho varias voces que se acercan. Son mis ancestros, me acarician con sus miradas mientras se acomodan alrededor de la mesa puesta bajo la palmera en el patio de mi casa poblana. Me visitan aquí desde hace ya treinta años. Este hombre joven con bigotes color trigueño es mi abuelo paterno. En 1935 cayó víctima de las represiones estalinistas; hasta ahora no conocemos su destino final. La mujer de mirada triste y apagada que está junto a él es su esposa, mi abuela Vera. Sin trabajo y con tres hijas pequeñas tenía que defenderse por ser etiquetada como ‘la esposa del enemigo del pueblo’. Hizo honor a su nombre -‘Fe’-, porque siempre estuvo convencida de la inocencia de su marido. Casi dos décadas después, tras la rehabilitación de mi abuelo, y en señal de reconciliación con la familia del desaparecido, el gobierno soviético le entregó un pequeño departamento. La gran valentía en su cuerpo frágil siempre atraía a quienes la conocimos. Aquel hombre grande y calvo, alguna vez pelirrojo, con un cigarro entre los dedos, es Vasiliy, mi abuelo paterno. Mis recuerdos de él siempre se visten de rojo, como aquellas estrellitas que de niña observaba con envidia en las puertas de las viviendas habitadas por los veteranos de la Gran Guerra Patria. Mi abuelo no fue distinguido con ninguna, pues no participó directamente en los hechos bélicos.

Electricista de profesión, al inicio de la guerra siguió las órdenes de los directivos del Partido Comunista local de desmantelar las fábricas y mandarlas a la retaguardia. No era miembro del Partido, solo siguió la voz de su conciencia patriótica; eran pocas personas y mucha tarea que realizar ya que la mayoría de los hombres ya estaban en el campo de batalla. Perdió el último tren que lo llevaría a él y a su familia lejos del frente. Pasaron casi dos años en la ciudad ocupada por el enemigo. Sufrieron, como muchos otros, hambre y desasosiego, pero nunca se rindieron. Esta historia la conocí de la boca de mi abuela. A mi abuelo, al igual que a la mayoría de las personas dueñas de la memoria traumática, los recuerdos desgarrados lo encerraron en la prisión del silencio.

El fino olor a flor de cempasúchil me despertó y Morfeo me dejó ir de sus brazos. Abrí los ojos. Mi hija estaba prendiendo las velas en el altar que ya estaba montado. Junto a las fotos de mis difuntos coloqué la imagen de Gloria Anzaldúa, la mujer a la que acabo de conocer a través del legado que nos dejó. Mientras más la leo más me identifico con ella: con mi piel blanca y ojos verdes también soy la nueva mestiza, porque me atrevo a cruzar las fronteras y más aquellas que están en mi mente y memoria.

Cantar a la vida

A. Berenice Vargas García 8

“Si se calla el cantor, calla la vida. Porque la vida, la vida misma es todo un canto”, compuso Horacio Guarany. Quiero pensar a Gloria también como una cantora que le ofrendó al mundo sus rezumbantes palabras. Palabras que seguimos recordando y declamando; versos fuertes que sacuden, que nos espantan el letargo, que cantaron a la vida. Y por eso en ella la vida no calla: se derrama, estalla y resuena a la distancia.

Aquí y allá, donde hubo vida, hubo canto. Y la vida no es más que vida sentida, gozada o padecida. Vivimos queriendo: queriendo querer, queriendo no morir, queriendo vivir, queriendo cantar. Y hacer énfasis en el querer y la querencia nos invita a pensar en lo que pareciera ser el fin primero y último de la música: afectarnos, emocionarnos, comunicarnos sentires y contagiarnos para ser partícipes del sentimiento. Somos seres aurales, y por eso música, canto y vida son una misma cosa. Por eso, la música que, amorosa y humildemente le ofrendamos hoy, es una ofrenda de vida, de fuerza vital, de querencia y alegría.

La música, los afectos y especialmente la alegría, son los temas que he venido trabajando en este andar como antropóloga. La música tropical costeña afromexicana es la que me ha llevado en su oleaje. Elegí esta música, tan malquerida en ciertos ámbitos, por considerarse soez, ordinaria, abyecta, pero que en la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca (pacífico sur mexicano) tiene una fuerza significativa en la vida de las y los afrodescendientes: se baila, se siente y se vive con intensidad afectiva.

Durante una plática sobre la importancia de esta música en la región, un personaje de Cuajinicuilapa, Guerrero, Eduardo Añorve -poeta e investigador interesado también en el tema- me dio la siguiente sentencia: “Los ritmos que se conjuntan en la música tropical hablan de otras formas de sentir y entender los cuerpos. La forma de gozar y pensar el mundo”. Feliz coincidencia entre su opinión y la mía, pues cuando hablo de la afectividad la entiendo como conciencia del mundo, instalación en él: un habitar el mundo desde lo sentido, desde la afectividad encarnada, que por ello no puede ser más que desde y a través del cuerpo tal como lo sentimos. Cuerpos que además son atravesados por historias, y los cuerpos afros -que se vuelven sinónimo de cuerpos negros y cuerpos no-blancos- han sido el receptáculo de una particular historia entretejida por la fascinación y la aversión, la maravilla y el miedo…, desde hace siglos.

Mi interés por este tema es entonces una inquietud por sus propias formas de sentir y entender sus cuerpos, sus formas de gozar y pensar el mundo, que no están determinadas, pero sí penetradas, por esas historias de injusticia, racismo y exotización, y que hoy han comenzado a tambalearse por la resonancia de historias otras (las suyas propias), reivindicativas y contestatarias.

Gloria nos advirtió que “Nada sucede en el mundo ‘real’ a menos que suceda primero en las imágenes dentro de nuestra mente” (Borderlands / La Frontera: The New Mestiza). Yo me atrevo a añadir que no solo en las imágenes de nuestra mente, sino en las imágenes sentidas, que nos vibran en el cuerpo, que lo mismo pueden despertar ternura que un férreo y asesino desprecio.

Creo firmemente que la música puede movernos algo muy dentro, que sirve para apretar los hilos que nos unen a unas con otros. Pero, por sí misma, la música no estrecha corazones que no estén dispuestos al contacto amoroso. En mi estudio del tema he aprendido a querer a la música tropical, y ese cariño no es más que la expresión de los lazos afectivos que he forjado con mujeres y hombres de Costa Chica.

Como dije, la alegría es un sentimiento que tiene centralidad en mi trabajo. Estoy clara de que hay un riesgo, por supuesto, al conjuntar a “lo afro” con “lo alegre”. Achille Mbembe (Crítica de la razón negra. Ensayo sobre el racismo contemporáneo), por ejemplo, denuncia cómo en la elaboración monstruosa de lo negro, este fue relegado al “imperio de la alegría”, es decir, de las pasiones, de la sinrazón. Pero pienso que es posible entender la alegría en otros términos. Por lo menos en mi experiencia en Costa Chica, la música tropical alegra, no por un estatuto ontológico sobre lo negro, sino por una cualidad de la música ligada a la vida familiar, los paisajes conocidos, la comida de la madre, las manos surcadas de arrugas del abuelo, el olor a copra.

Alegrar un barco se dice al quitar peso para aligerar la navegación. Un pesar es un sufrimiento, que oprime y agobia, es decir, que aprieta y contiene. Le llamamos pesadumbre a las penas, y pesadillas a los malos sueños. Alegría deriva del latín alacer, que significa ‘algo vivo o animado’. Es un sentimiento expansivo, que impulsa el movimiento, que dilata el corazón, ensancha el ánimo, que amplía: es plenitud afectiva de la experiencia. “Está buena para alegrarse un rato”, me dijo una joven mujer sobre su canción favorita. Esa música expande la experiencia afectiva con los suyos.

Aferrarse a la existencia, alegremente, es bien político. Expandir nuestro ser, resistirse a la opresión, abrirse y cantar a la vida.

Notas al pie:
1

Tamara Ocampo, 21 años, habitante de Nezahualcóyotl, Estado de México. De lunes a viernes es hija, prima, novia y pedagoga. Los sábados se pone la camiseta de teacher. Pata de perro por herencia. Amante del cine, las pláticas largas y la calidez de las personas.

2

Profesora de la Mary Baldwin University en Virginia, EE. UU. Nacida en Texas, creció en la frontera entre Brownsville y Matamoros, comparte el vivir en y desde la frontera.

3

En estado líquido siempre, porque de La Habana viviendo en Ciudad de México. En Cuba hacía teatro. Llegó a México en 2011 por casualidades del destino y un poco de buenas intenciones. Ha dado pasitos de bebé fuera del ámbito escolar. Justamente, publicó en 2016 una obra de teatro breve titulada Heroica en la que tres personas, transitando por México hacia Estados Unidos, se conocen y comparten recuerdos durante el trayecto. Ese mismo año comenzó una investigación sobre prácticas estéticas antirracistas en México y la comunidad chicana de California. En ese momento se encontró, por vez primera, con Anzaldúa.

4

Gelén Jeleton (María Ángeles Alcántara Sánchez) es investigadora y artista, doctora en Bellas Artes por la Universidad de Murcia; realizadora del Archivo Feminista “Archivo DIY: Hazlo tú misma. Música y dibujo en iniciativas autogestionadas y sus ediciones”.

5

Es docente del Programa de Respaldo al Aprendizaje de la Universidad de la República, en Montevideo, en donde se encuentra después de recorrer (como estudiante) la psicología en su Universidad y las ciencias sociales en la UNAM. En este último trayecto encontró la obra de Gloria, que no solo fue encontrar a un pueblo (el de las chicanas) y un territorio (el de la frontera), sino también a un grupo de mujeres con las que poder pensarse y pensar. Su trabajo de investigación se ha centrado en el estudio del castigo en Uruguay, y de la vida que se crea cuando el castigo se instala como organizador permanente de la vida.

6

Jaime Géliga Quiñones comparte su quehacer académico con Juanita Caminante, su personaje travestí. Nació en la colonia tropical de Puerto Rico donde realizó una licenciatura en sociología con énfasis en estudios de género. Cuenta con una maestría en estudios de género por parte de El Colegio de México, donde investigó la escena drag de la Ciudad de México. Actualmente, realiza sus estudios doctorales en Estudios Feministas en la UAM-Xochimilco, en la Ciudad de México. Sus líneas de investigación son las prácticas culturales, la masculinidad, el feminismo descolonial y los movimientos de disidencia sexo-genérica.

7

Profesora-Investigadora del ICSYH “Alfonso Vélez Pliego”, BUAP. Fundadora y organizadora del Simposio Internacional Multidisciplinario de Estudios sobre la Memoria, SIMEM.

8

Candidata a Doctora en Antropología por la UNAM.

Copyright © 2021Humanística. Revista de estudios literarios