El fracaso del intelectual según Rosario Castellanos: Una lectura a partir de su ensayística y dramaturgia

The Intellectual’s Failure According to Rosario Castellanos: An Analysis Based on her Essays and Dramaturgy

Sección: Dossier: escritoras de la generación de Medio Siglo
Sobre los autores:
  • Tarssis Dessavre 1
  • 1  Investigadora independiente.
Resumen

En el presente artículo se examina la poco explorada preocupación de Rosario Castellanos respecto a la misión y corrupción del intelectual. Para este propósito se pone en diálogo la pieza teatral Tablero de damas (1952) con una selección de ensayos publicados entre 1957 y 1972. Mediante el análisis de cada uno de los personajes del drama, quienes representan las diversas facetas del fracaso intelectual, se demuestra que dicha obra no sólo burla a un conjunto de poetisas, sino que critica a la sociedad intelectual, su relación con la comunidad mexicana, sus obligaciones y su decadencia. Con esta investigación se pretende colaborar con la reivindicación del lugar del teatro y ensayo en el corpus de obras de Castellanos mediante el estudio de textos poco reconocidos y difundidos, pero cuyas temáticas continúan vigentes.

  • Palabras clave:
  • Rosario Castellanos;
  • intelectual;
  • dramaturgia;
  • ensayística.
Abstract

This article considers the little-explored concern of Rosario Castellanos regarding the mission and corruption of the intellectual. For this purpose, the play Tablero de damas (1952) is studied considering a selection of essays published between 1957 and 1972. Through the analysis of each of the characters in the drama, who represent the various facets of intellectual failure, it is shown that this work not only mocks a group of poets; but also criticizes the intellectual society, its relationship with the Mexican community, its obligations and its decline. This research aims to collaborate with the vindication of the theater and essays in the work of Castellanos through the study of little-recognized texts, but which themes are still valid.

  • Keywords:
  • Rosario Castellanos;
  • intellectual;
  • dramaturgy;
  • essays.

  • Si volvemos la mirada a nuestro alrededor encontraremos por todas partes
  • ídolos falsos, equívocos funestos, sucios fraudes.
  • -Rosario Castellanos

El estudio de la obra narrativa y poética de Rosario Castellanos (1925-1974) se ha privilegiado por encima de su trabajo ensayístico y dramático. Para unos, este olvido es una cuestión política, reflejo de “un sistema machista y autoritario” (Fábregas 16). Para otros, esta omisión se debe a lo que se concibe como una sobrada intromisión del yo de la escritora, que en consecuencia debilita su argumentación (Bradu 86). Todos los estudiosos de su obra, incluidos los detractores, señalan que sus textos son especialmente autobiográficos. Recordemos que en esta faceta de su obra también existen dos escuelas frente a esta característica. Hay quienes aplauden el aprovechamiento de las propias vivencias y aquellos que lo consideran como una distracción. De cualquier modo, Maricruz Castro destaca que sus textos ensayísticos van más allá del “cliché” autobiográfico y temático -mujeres e indígenas- con el que tradicionalmente se le vincula (96). Este aspecto puede fácilmente evidenciarse gracias al trabajo de recuperación de Andrea Reyes. En su compilación Mujer de palabras, Reyes ordena los escritos ensayísticos de Castellanos en siete campos: “literatura, vida en México, Israel, anécdotas autobiográficas, mujer, mundo, maternidad y educación” (22). Este esfuerzo por catalogar manifiesta la amplia variedad de temas que interesaron a Castellanos de manera persistente a lo largo de su vida.

Por ello, uno de los objetivos del presente artículo es rastrear una preocupación constante y poco explorada del pensamiento de la escritora mexicana que trasciende los meros pasajes de su vida: la crisis del intelectual en México. Cabe mencionar que se trata de un intelectual que puede desenvolverse tanto en el ámbito artístico, como informativo, educacional, político, gubernamental, diplomático o investigativo.

Para el propósito del presente artículo, se pone en diálogo la pieza teatral Tablero de damas (1952) con una selección de ensayos publicados entre 1957 y 1972, pues como menciona Fábregas, estos confieren un contexto ético y político a su obra literaria (19). Mediante el análisis de cada uno de los personajes del drama, quienes representan las diversas facetas del fracaso intelectual, se demuestra que dicha obra no sólo se burla de un conjunto de poetisas, sino critica a la sociedad intelectual, su relación con la comunidad mexicana, sus obligaciones y su corrupción.

Al respecto, llama la atención el reciente trabajo de Claudia Maribel Domínguez en Rosario Castellanos, intelectual mexicana (2018) en donde explica, paradójicamente, por qué Castellanos solo logró ser consagrada como intelectual hasta la última etapa de su vida dentro de la élite cultural mexicana. Estos motivos que bien pudieran relacionarse con la misma crítica que hace Castellanos de la sociedad intelectual en Tablero de Damas, en donde el “ninguneo” entre escritoras es constante.

Este análisis se enmarca bajo las características que debiera tener el intelectual de acuerdo con Castellanos. En una entrevista para Excélsior -tras recibir el premio de Letras Carlos Trouyet-, la literata refirió que “el intelectual deber servir a esa sociedad dando un testimonio, lo más objetivo y veraz que las capacidades de cada uno le permitan, de una época y de sus circunstancias” (“Recibió ‘El Trouyet’ Rosario Castellanos”). Castellanos considera imprescindible que el intelectual enriquezca el lenguaje para que éste se convierta en un canal propicio para que el pueblo alcance sus metas históricas, persiga la justicia y ponga freno a la violencia, irracionalidad y orgullo en aras de la humanidad, felicidad y libertad. Ante todo, el intelectual para Castellanos debiera ser un consejero eficaz y portador de una conciencia colectiva y una mirada crítica; lejos del orgullo, banalidad y aislamiento (“Réquiem” 313). Estos distintivos del intelectual, a saber, se acercan y adelantan a lo que propone Edward Said en Representations of the Intellectual .

Debe considerarse, además, que estas reflexiones ocurrieron en una época en donde aún era incipiente el posicionamiento de las mujeres como intelectuales, al tiempo que se mantenía un debate sobre la función de los escritores como tales. Incluso, la misma Castellanos señaló que los escritores habrían de concebirse a sí mismos no como deidades, sino como personas con el uso de la razón y el don de la palabra (“El escritor y el poder: un delicado equilibrio” 214).

En consecuencia, con esta investigación se pretende colaborar con la reivindicación del lugar del teatro y ensayo en el corpus de obras de Castellanos mediante el análisis de textos poco reconocidos y difundidos, con la esperanza de dar cabida a nuevos estudios y llenar algunas de las lagunas existentes, sin olvidar la vigencia que mantienen las preocupaciones de Castellanos.

Consideraciones sobre la publicación de Tablero de damas y su obra ensayística

Tablero de damas fue publicada por primera vez en la revista América en junio de 1952. Sin embargo, fue silenciada por la incomodidad que causó a diversas poetas, quienes se sintieron aludidas y burladas. Según relata Castro a Guadarrama (62), una escritora buscó a Castellanos con pistola en mano para amenazarle. Tiempo después, a principios de los sesenta, Castellanos reintentó publicar esta crítica al intelectual en su novela Rito de iniciación. Lamentablemente, esta ni siquiera se publicó en vida tras los consejos de los conocidos de la autora, quienes le recomendaron omitirla por la severa crítica que realizaba; en esta ocasión también enjuiciaba a los intelectuales varones1. Estas circunstancias extra literarias precisamente evidencian y comprueban la crítica que hace la literata, pues revelan la complejidad de escribir con un enfoque crítico cuando los mismos pensadores y estudiosos promueven la censura. Dicho de otro modo, cuando los intelectuales buscan tener incidencia en la sociedad, las presiones a las que se enfrentan los limitan.

Dada la censura y poca difusión de Tablero, es indispensable realizar un breve resumen de la misma. Se trata de una pieza en tres actos cuya historia se desarrolla en tan sólo un día y medio dentro de un cuarto de hotel. La obra trata sobre un grupo de cuatro poetas -Aurora Ríos, Esperanza Guzmán, Teresa de Vázquez y Eunice Álamos- y una novelista -Patricia Mendoza-, quienes se reúnen en un hotel de Acapulco para visitar a la consagrada escritora Matilde Casanova, recién galardonada con el premio Nobel por su poesía2. Antes de su llegada, una periodista desea entrevistar a Matilde e intenta sobornar a la criada del hotel y a la secretaria de la Nobel, Victoria Benavides. Sin embargo, Victoria niega la petición a causa del delicado estado de salud de Matilde.

Idealizaciones, discusiones triviales y constantes presunciones son los temas de conversación que mantienen las visitantes mientras esperan reunirse con Matilde, quien se muestra distraída y débil. Pese a esto, el trato de su asistente es hostil e intolerante. Esta actitud, aunada al asombro de Matilde por la presencia de sus colegas, la extrañeza de su enfermedad, la falta de dinero en su cuenta bancaria y los somníferos descubiertos en su café, hacen que Esperanza sospeche y descubra las intenciones homicidas de Victoria. No obstante, tras una charla final entre víctima y victimario, se revela que el odio de la secretaria no brota de cuestiones materiales. El rencor de Victoria nace de la indiferencia de Matilde, el único pago que recibe después de renunciar a su vocación de poeta para cuidarle.

Esta pieza dramatúrgica califica como una farsa dado el uso de estereotipos y exageraciones para evidenciar los absurdos y necedades humanas. Adicionalmente, como es característico en la obra de Castellanos, Tablero goza de un enfoque irónico. Por su parte, pese a ser teatro, la estructura narrativa cumple con el esquema de una novela policiaca: presentación de un misterio, sospecha, confirmación y resolución. Dicha estructura tiene eco en la obra misma: implica una referencia metatextual sobre la novela que Patricia Mendoza escribe y que comparte el mismo título con la pieza teatral que la contiene. Lo anterior, a la par de la similitud de la obra con el género policial se antoja como un recurso que Castellanos emplea para burlarse del comportamiento de las escritoras: una muestra de la inautenticidad de los personajes y de la simulación del intelectual.

Otro aspecto particular de esta obra consiste en el rompimiento con el canon tradicional de la dramaturgia que exige acciones por encima de los diálogos. Castellanos emplea un agudo manejo del lenguaje para convertir los parlamentos en una contienda y “un juego bélico”, como argumenta Guadarrama (63). Encerrados en el cuarto de un hotel, los personajes no actúan ni mucho menos escriben, sólo discuten sobre banalidades; nuevamente una crítica al intelectual.

EUNICE. Yo pensaba: el mundo es grande e infinito el número de los tontos. Victoria se casará. ¿No te has casado?

VICTORIA. Tú tampoco.

EUNICE. Mi caso es distinto. Aunque el tuyo también se explica. Esta manera de no peinarte, esos anteojos de búho, esa ropa […] Vaya, por lo menos has continuado escribiendo. ( Tablero 285)

En este extracto observamos la primacía de críticas, chismes, burlas; es decir, la preeminencia de la conversación sobre el acto. Esta innovadora peculiaridad en el lenguaje teatral de Castellanos es para algunos estudiosos, como Bundgaard, una de las razones por las que su trabajo no aparece en los principales estudios sobre teatro latinoamericano:

A la mujer siempre le ha costado tener acceso a la producción de obras para teatro y Rosario Castellanos no fue excepción; no superó, como lo harían otras dramaturgas, la inseguridad de si lo que hacía era o no teatro, dadas las diferencias que había entre su propuesta dramatúrgica y la poética del teatro reconocido por la crítica mexicana. (339)

Si bien en Tablero es inevitable advertir una perspectiva de género, pues las poetas reproducen estereotipos, inequidad e injusticia, el propósito de este análisis es ir más allá de una mirada centrada exclusiva y principalmente en lo femenino. Se procura mostrar que el tema de género se encuentra, en algunas ocasiones, subyugado al juicio de los intelectuales y que, en otras, existen ciertas intersecciones al considerar que tal crítica se encuentra en una diversidad de textos de Castellanos. Por ejemplo, en Tablero, el comentario de la literata atañe a las mujeres, pero en Rito de iniciación y en sus textos periodísticos también alude a los varones compartiendo numerosas semejanzas en cuanto a la simulación y fracaso del intelectual, burlándose en general del funcionamiento del ecosistema de la creación artística.

En ello radica la importancia de hallar y enlazar esta preocupación con su obra ensayística, un espacio en donde buscó una difusión masiva y un “uso social” de la palabra (Fábregas 20). Castellanos dejó en claro que incluso los poetas, como ella, deben dejar de lado las exquisiteces, ya que la legítima aspiración del poeta -y de cualquier intelectual- es “establecer contacto con los demás, moverse fuera de ese círculo de colegas recelosos, de críticos pontificantes. Llegar a la otra orilla y reconocerse en los otros” (“No es tiempo de exquisiteces” 94).

En congruencia con su pensamiento, una estrategia que Castellanos empleó para escaparse de este limitante círculo fue su labor periodística. No hay que ignorar la importancia que Castellanos daba a sus ensayos, sobre todo si se considera que escribió para el Excélsior durante 27 años. Se aproximaba a un público diferente, uno que quizás desconocía su obra literaria.

Apenas en el 2004, en la antología Mujer de palabras, Andrea Reyes recuperó más de 500 ensayos escritos por Castellanos a partir de 1947 y hasta su muerte, publicados principalmente en el periódico Excélsior, así como en suplementos y revistas. Esta tardía compilación expone una discriminación intelectual al desatender sus denuncias directas y encasillarla como una escritora indigenista (Reyes, Recuerdo, recordemos 29). Se ignoró la agudeza mental mediante la que exploró una amplia gama de temas: “una crítica excelente en todos los campos de la vida propia y nacional, del devenir histórico, de la política, de situaciones sociales, económicas y literarias […] muchos de sus asertos, denuncias y aseveraciones siguen siendo vigentes hoy en día” (Prado 110).

Hay quienes defenderán que, en efecto, existen estudios sobre su obra ensayística, como aquel breve análisis realizado por O’Connell en su libro Prospero’s Daughter: The Prose of Rosario Castellanos . Sin embargo, y coincidiendo con la crítica de Reyes, se trata de un análisis que sólo se limita a un enfoque: “no he visto ningún estudio de los ensayos en reconocimiento del reclamo directo de Castellanos [...] ni del llamado a favor de que los escritores mexicanos lancen un nuevo grito de rebeldía. Al contrario esa postura fue pasada por alto” ( Recuerdo, recordemos 92).

En la torre de marfil

Para Castellanos todos los seres humanos suelen recaer en el encierro de la torre de marfil: vivir aislados de la compleja realidad. Son apáticos respecto a lo que ocurre fuera del área de interés y en consecuencia actúan de forma incoherente respecto a su contexto social (“De las cosas” 681). Sin embargo, cuando los intelectuales inciden en este apartamiento, la cuestión se torna mucho más perjudicial. Si los intelectuales se recluyen traicionan lo que debiese ser su ideal: “contribuir con sus hallazgos a la integración y a la claridad de la conciencia colectiva” (“Réquiem” 313). Su lucidez de espíritu debiese vigilar y guiar la consecución de la libertad y la paz, un par de condiciones que Castellanos considera necesarias para el progreso de la humanidad (“La misión” 26).

El personaje de Matilde Casanova encarna la degeneración del intelectual a la cual remite Castellanos. Es tan ignorante e ingenua respecto a su rededor que no cuestiona los motivos de su supuesta enfermedad y es incapaz de advertir los planes criminales de Victoria, incluso cuando la evidencia es irrebatible. De hecho, se muestra incrédula ante la mismísima confesión de la culpable. Ha perdido la curiosidad, una virtud cardinal que, de acuerdo con Castellanos, permite mantener ese indispensable contacto con el entorno (“Esplendor y miseria” 368). Pese al reconocimiento logrado, se ha convertido en “un ser indefenso, inerme pero no temeroso sino inconsciente de su debilidad. Su candor es como el de un viejo o un niño, de alguien que ha olvidado todo o que jamás ha conocido nada” (Castellanos, Tablero 291).

Casanova, como bien critica Victoria, es repetitiva y sólo se apega a una serie de ideas preconcebidas e inflexibles que delatan su incapacidad de advertir el cambio, lo fortuito y complejo de una sociedad.

VICTORIA. Es divertidísima y absolutamente tonta. Matilde opina que a cada persona le suceden sólo determinada clase de acontecimientos. Cada uno es, por decirlo así, un especialista en desdichas. A algunos les da por enfermedades, a otros por problemas económicos, a los demás por accidentes. Y ninguno de los que pertenecen a estos compartimientos estancos puede aspirar a que le sucedan eventos de los que les suceden a los de los otros compartimientos. Esta teoría es muy cómoda. ( Tablero309)

En esta descripción de Victoria revela que su menosprecio hacia Casanova va más allá del trato que ha recibido de la misma. La secretaria se burla de la incapacidad y/o desinterés de la consagrada poetiza en tener una teoría menos “cómoda” para entender el acontecer de las personas.

Ni siquiera la poesía de Matilde, de acuerdo con ella misma, logra aclarar su pensamiento: “no me explica nada de Dios, ni del mundo, ni de mí misma. Simplemente me muestra su belleza. Y yo la contemplo” (Castellanos, Tablero 312). He aquí otra falta del intelectual que Castellanos señala en su obra ensayística: el desequilibrio entre la forma y el contenido. Por un lado, la literata menciona que “aunque el idioma se pula como una joya, si no sirve para comunicar no sirve para nada” (“No es tiempo” 93). El lenguaje debiera aprovecharse como una herramienta para reconocerse en otros, ponerse al servicio de la sociedad y expresar las “inquietudes colectivas” (Castellanos, “La misión” 20). Sin embargo, Matilde parece interesarse únicamente por la hermosura de las palabras sin la finalidad de transmitir aquellas preocupaciones sociales que señala Castellanos debieran ser una prioridad del lenguaje.

Por otra parte, en repetidos textos para el Excélsior, Castellanos también enjuicia a los literatos mexicanos, quienes se escudan tras la nobleza de las causas que defienden para descuidar la forma de lo que expresan, repleta de subjetividades (“Alfabeto” 358). Propone entonces la búsqueda de un balance para que la expresión estética no pierda la conexión con la realidad.

Ahora bien, en Tablero, pese a este errado comportamiento y aislamiento de Casanova, las demás poetas la enaltecen. Ante esta ceguera, el sistema se retroalimenta y la decadencia continúa. En este sentido, Castellanos señala que el reconocimiento del intelectual se satisface tanto en la academia como en la vida privada: en la celebración de reuniones de vanagloria superflua (“Cultura y violencia” 325). Se trata de una superficialidad evidente en la reunión de las escritoras, pues ninguna habla sobre las características de la obra de Matilde, en todo caso, solo se hace hincapié en el máximo galardón que ha obtenido: “Matilde, Matilde. No se oye otro nombre en esta casa, todo el día todos. ¡Claro! Como es la poetisa, como acaban de darle el premio Nobel, como está invitada por el gobierno, como […]” (Castellanos, Tablero 283).

Entonces, aquello que se valora en Matilde no es ni su talento ni su arte, sino sus reconocimientos. Y es que el énfasis en estas condecoraciones, según Castellanos, radica en que son el único medio a través del cual es posible sustentar y fomentar la admiración y el prestigio de las personas quienes se dedican a labores que no suelen conducir al éxito por sí mismas (“Saber decir” 279). Dichos galardones fungen como un bálsamo ante el menosprecio de ese “absurdo dinosaurio” que es el escritor, quien sufre una doble frustración porque el producto literario carece tanto de ingresos como de destinatarios (Castellanos, “Crónica de Caracas” 516). El problema sobreviene cuando los premios solapan las aportaciones intelectuales. Una vez aclamados por la crítica, los escritores alcanzan una cúspide en la que ya no importa lo que hacen o si aportan algo nuevo: continuarán como figuras consagradas. En ello también observamos la crítica a una sociedad que se sustenta en valores hipócritas, superficiales y aduladores. Por tal motivo, Victoria es irónica respecto a la posición que ocupa Matilde pese su improductividad dada su enfermedad:

GABRIEL. ¿No le parece que duerme demasiado?

VICTORIA. La estás midiendo con los raseros humanos, comunes y corrientes. No olvides que Matilde es un genio. Tal vez dormir sea su manera de ser genial. ( Tablero 283)

Adicionalmente, se debe considerar que quienes eligen a los ganadores “no son forzosamente unos discernidores de espíritu. Tampoco se encuentran colocados más allá del bien y del mal como para que su juicio no se enturbie con esas pasioncillas […] como la envidia, como el despecho, como el odio” (“Saber decir” 280). Así, los premios se erigen como débiles metas y falsos ideales, ya que el mérito no es siempre el factor determinante en su consecución3.

Por si fuera poco, las premiaciones alimentan la vanidad. El premiado finge modestia, “aunque en privado piense que lo que se le concede se encuentra muy por debajo de lo que debía concedérsele […] porque no entienden nada de las sublimes tareas a las que él se dedica […] Y, desde luego, el premio no lo obliga, en lo más mínimo, a la gratitud” (Castellanos, “Saber decir” 280). Aun cuando el personaje de Matilde no se vanagloria respecto a su obra, en efecto es ingrato y egoísta; justamente esta peculiaridad de su carácter suscita el odio de Victoria.

VICTORIA. […] Me costó mucho trabajo convencerme. Pero en diez años tuve que acabar por admitirlo. Lo que está alrededor tuyo no existe: lo congelas con esa mirada ausente, lo borras con tu distracción, saqueas su vida y lo pones a arder en tus hornos. Te sirves de todo, de todos, como de instrumentos, de objetos. ( Tablero 311)

En esta conversación entre Matilde y Victoria, la segunda evidencia lo lejana que se encuentra Matilde de la misión social del intelectual que propone Castellanos al cosificar a las personas. A ello se suma que, posteriormente, Matilde se justifica respondiendo que ella actúa de esta forma porque “no es dueña de sí”, mostrando nuevamente un distanciamiento tanto de ella como del mundo que la rodea.

Cabe destacar, además, que es unos días después del otorgamiento del Nobel cuando su secretaria planea el asesinato. ¿Es esto una denuncia respecto a la corrupción y aislamiento que propician los premios al lanzar a los intelectuales al estrellato? Probablemente.

Victoria es una mujer delgada y seca, evidencias físicas de su abnegación al abandonar su propia obra por servirle a Matilde, quien ha absorbido su vitalidad y su creatividad poética. Un sacrificio que resultó inane, pues aquella venerada poeta perdió la capacidad de ofrecer algo a los demás: “Lo que das la primera vez, el primer día, eso es todo: tu rostro con su expresión cordial y distante” (Castellanos, Tablero 312); “Matilde eres tonta. ¿Qué puedo yo necesitar que tú puedas darme?” (Castellanos, Tablero 314).

Recordemos que para Castellanos el verdadero poeta goza de una conciencia clara y a través de su arte logra comprender el universo y situarse en él con la finalidad de servir a los demás (“Los jóvenes” 119). Además, fungir como un miembro activo de la sociedad es indispensable para evitar que el soliloquio, la duda y el confinamiento empujen a los poetas a la desesperación y ensimismamiento. No olvidemos aquella mirada vaga y el ausentismo constante de Matilde:

VICTORIA. Oh, Matilde. ¿Crees que se está fijando? ¡Qué inocente! Matilde no está aquí, está en la luna (Palmea y grita). ( Tablero 298)

Mientras, las demás poetas endiosan a Casanova -sobre todo la novata Aurora Ríos: “¿Cómo es posible que se acerquen así a Matilde? ¿Qué no se limpien la boca antes de hablar, que no dejen en la puerta sus vicios y sus locuras?” (Castellanos, Tablero 298)-, Victoria la humaniza tras el desengaño vivido a lo largo de tantos años a su lado: “Eres un ídolo a quien le he visto los pies” (314). La secretaria logra advertir las limitaciones y el “fraude” que es Matilde, pues es imposible que la Nobel se interese en quienes la rodean. Precisamente esta lejanía, que pone de manifiesto el fracaso intelectual, provoca que Victoria describa su crimen -el envenenamiento paulatino de Matilde- como “algo absolutamente necesario, ineludible” (289).

Pese a los esfuerzos de Victoria, como ya lo decíamos anteriormente, el sistema busca retroalimentarse. Aurora está por repetir el patrón al ofrecerse como su secretaria y cuidadora después del abandono de Victoria. Y aunque Matilde desalienta a la joven escritora tras explicarle lo ocurrido con su anterior asistente, el problema radica en que la Nobel no cambiará su forma de ser, su encierro, su indiferencia: continuará cegada a su entorno. Al final de la obra, Matilde decide resignadamente viajar a Brasil junto con Eunice. Sabe que ella no podrá odiarla, pues su único interés es la fama que la compañía de la poeta consagrada le brindará. Este anhelo por la celebridad es un interés que contrasta con el de Aurora y Victoria. El desengaño de Victoria consiste en que ella sacrificó la propia poesía al pensar que el arte de Matilde trascendería, pero descubre que está equivocada. Si bien hay que distinguir entre la poesía de Matilde y su persona, es imposible pensar que un ser aislado sea capaz de producir una obra socialmente relevante de acuerdo con el pensamiento de Castellanos.

Pero, si Matilde es un ser indiferente, ¿qué es lo que retuvo a Victoria tanto tiempo como su apéndice? Una probable respuesta sería el miedo a contraer la responsabilidad del intelectual, el temor a la libertad. Para Castellanos el escritor debe ser “una inteligencia cuyo sustentáculo es la libertad […] un juicio que pone en crisis todos los principios antes de aceptarlos como lícitos y como operantes” (“Significado” 434). En contraste con la labor de una secretaria, el arte exige trascender lo superficial y “estremecer al hombre” (Castellanos, “La corrupción” 206). Por ello, como veremos en el apartado siguiente, la corrupción del intelectual implica, además del temor y el encierro analizados, la distracción en la banalidad.

Rasguños en la vanidad

Detrás de la presunta serenidad en la vida de los intelectuales, de acuerdo con el imaginario colectivo, Castellanos advierte que durante sus reuniones o “fiestas rituales” se gestan ensañamientos y envidias que los alejan de su misión. Esto se debe a que no solo se valen de su ingenio para demostrar su grandiosidad o su supuesta superioridad respecto a sus colegas, también emplean diversas “armas secretas” cuyo resultado son “algunos rasguños molestos en la vanidad” (“Cultura y violencia” 325). Pero, ¿a qué tipo de armas se refiere Castellanos? Una sugerencia es que alude a discusiones pueriles y ofensas triviales; actos que caracterizan a Eunice Álamos y Teresa de Vázquez. Ellas buscan la vanagloria mediante métodos que denotan su corrupción.

Ninguna de las dos reconoce (o quizás fingen no recordar) a Victoria como una antigua compañera suya; incluso Eunice aparenta que no ha escuchado sobre la joven poeta Aurora. Sería inaceptable que alguien de su “nivel” y “categoría” volteara la mirada hacia una simple novata.

EUNICE. (Por Aurora y Patricia) ¿Y éstas, quiénes son?

VICTORIA. Colegas tuyas. Aurora Ríos y…

EUNICE. Aurora Ríos. Ese nombre me suena. Pero no tengo la menor idea de dónde lo he escuchado.

ESPERANZA. No disimules, Eunice. Bien la conoces y estás bastante celosa de lo que ella escribe.

EUNICE. ¿Ella escribe? Pues no, no lo sabía. ¿Y qué escribe? ¿Versitos?

PATRICIA. Poesía

EUNICE. Ah. ¿Y a quién de las que estamos aquí trata de imitar? No me digan que a Teresa, porque entonces su caso está perdido. El estilo de Teresa está pasado de moda, completamente. Lo cósmico, lo telúrico, lo esdrújulo ha dejado de usarse desde hace varias temporadas. En cuanto al de Esperanza, no está mal. Alta cocina pero su truco es fácil, sobre todo para quienes principian. ( Tablero 290)

Este pasaje muestra la primacía de la descalificación entre intelectuales para conseguir el brillo propio. Y si bien Castellanos propone que la polémica es el estado natural de los intelectuales, estipula ciertas reglas para que las discusiones sean fructíferas y no meras divagaciones estériles; sobre todo enfatiza la necesidad de deslindar lo emotivo de la objetividad. “La inteligencia es una aptitud para el conocimiento verdadero en la misma medida que es un rechazo de los prejuicios […] es la capacidad para recibir las verdades ajenas o para rechazarlas pero con razonamientos no con improperios, con lucidez, no con cólera (“Ética” 388).

Naturalmente, Eunice incumple tales lineamientos al carecer de argumentos válidos respecto a la obra de sus compañeras. “Pasado de moda” no es un juicio pertinente para la poesía; tal vez términos como trascendencia o vigencia serían mucho más apropiados. Además, ni siquiera se molesta en describir aquel “truco fácil” de Esperanza. Este egocentrismo, falta de modestia y el obviar los aportes de otros intelectuales también es compartido por Teresa, quien simplemente decide proclamarse como la mejor poeta: “¿Quién de ellas ha triunfado tan rotundamente como yo?” (Castellanos, Tablero 285).

Los personajes de Tablero inciden en insultos infantiles, conducta muy distanciada de aquella madurez necesaria para dar claridad a la conciencia colectiva. Casos hay muchos, pero basta con indicar que en una de tantas querellas Eunice le llama “menopaúsica” a Teresa (Castellanos, Tablero 294). Al tergiversar un término que refiere a una etapa natural en cualquier mujer, se reproduce una discriminación de género al emplearlo como una ofensa que se burla de un estado emocional. Precisamente en este ejemplo es posible identificar una intersección entre las cuestiones de género e intelectualidad.

Para Castellanos, la explicación de tan encarnecida rivalidad va más allá de un individualismo puro; en realidad se trata de un síntoma de la inoperancia de los intelectuales, es decir, su degeneración hasta convertirse en meras figuras decorativas. “Es curioso observar que a medida que el intelectual quedaba al margen de la historia, se vuelve contra los de su especie para establecer pugnas que le mantengan latente la ilusión de que actúa” (“Don Daniel” 509). Los escándalos “les permiten convencerse de que están vivos y obligan a los demás a admitir su presencia, aunque sea como un mal necesario” (“Cultura y violencia” 328).

Evidenciamos, entonces, el fenómeno de la simulación del intelectual, es decir, el empleo de cualquier método posible para aparentar que se es importante según la sociedad y los medios. Teresa, por ejemplo, persigue tal objetivo mediante la acumulación de premios, trofeos que carga en su equipaje para no perder ocasión de presumirlos. Por esta razón, Eunice dice que su poesía “se ha prostituido en todos los certámenes, en todos los concursos”, su obra es “un bodrio” (Castellanos, Tablero 297).

Eunice, por su parte, prostituye su obra “a los críticos independientes, a los periodistas de escándalo”, como menciona Teresa (Castellanos, Tablero 297). Ella simula una relevancia intelectual aferrándose a la fama y a la adulación popular. Sus acciones para conseguir tales alabanzas son un tanto desesperadas. Por ejemplo, intenta que Matilde firme el prólogo para su nuevo libro -un prólogo adulador que ella misma ha escrito-. Lejos de una verdadera crítica sobre la calidad de su obra, sólo le es valioso el grado de popularidad que el nombre de la Nobel puede cosechar. Además, pudiera temer de los verdaderos comentarios sobre sus poesías, ya que en determinado momento confiesa que las líneas que escribe “no dicen nada, que ocultan todo lo que yo he visto, que mienten” (300). Castellanos explica en alguno de sus ensayos que hay quienes piensan que la figura del intelectual se ha extinguido y que “los ejemplares sobrevivientes no son más que fósiles calcificados en un prestigio que no resiste el más ligero análisis, pero que se mantienen gracias a la inercia de unas masas que ni se duelen del rey muerto ni rinde pleitesía a príncipe coronado que es el técnico” (“Réquiem” 313).

Estas masas de no-lectores y malos lectores engendran y sustentan a tales pseudointelectuales, pues para Castellanos, fundamentada en el pensamiento de la filósofa Simone Weil, la inteligencia es un elemento sumamente delicado y susceptible que “se desajusta ante la más leve vibración de la amenaza del halago, del éxito o del terror” (“Esplendor” 369). Tal situación se ejemplifica por las acciones de la criada del hotel de Tablero, quien únicamente pide el autógrafo de Eunice para coleccionarlo en su cuadernillo a la par de las firmas de actrices rumberas y bailarinas exóticas. Sin embargo, esto no molesta a Eunice; le es halagador que su “publicidad esté bien dirigida” (Castellanos, Tablero 292). A final de cuentas, ella es la única admirada por la sirvienta y no las demás. Luego entonces, la sociedad es copartícipe de la decadencia del intelectual al no interesarse en sus contribuciones sino en sus intrigas o su comportamiento banal.

Castellanos explica que al carecer de una población lectora se limitan los ingresos de los intelectuales, quienes se ven obligados a dedicarse a labores ajenas a su misión para subsistir. Su destino es someterse a un “mecenazgo privado” que afecta su libre pensamiento (“Esplendor” 370). La incertidumbre se convierte en una característica de la vida del intelectual a quienes no les queda más remedio que “el circo, maroma y teatro” para sobrevivir (Castellanos, “Encuentro” 313). Aparecen entonces intelectuales en puestos burocráticos y publicitarios que se limitan a callar y obedecer. Sus perspectivas son contaminadas por ideales meramente económicos y/o políticos que transforman su obra en un anacronismo o en una verdad a medias. Castellanos señala que la carrera del intelectual es una cuestión riesgosa y debe elegirse no por poder, riqueza, éxito, influencia o fama; el libro mismo debe ser el único y propio ámbito del intelectual (“Encuentro” 313).

La circunstancia anterior se acentúa a causa de la ausencia de humildad por parte de los intelectuales, quienes no resisten vivir con sencillez: “la casa del escritor no puede darse el lujo de ser modesta” (“Encuentro” 313). En Tablero, esta actitud caracteriza a Eunice, quien se emberrincha por no poder salir a pasear en Acapulco cuando el joven protegido de Matilde, Gabriel Valle, es incapaz de conseguir dinero para su diversión.

GABRIEL. Nada. Tú misma lo has visto. Había conseguido el dinero, pero no quisieron pagármelo.

EUNICE. Eso significa que no saldremos esta noche.

GABRIEL. Podríamos salir a dar una vuelta por la playa.

EUNICE. ¡No me digas! ¿No se te ocurre ningún otro placer menos inocente? ( Tablero 299)

Al centrar su atención en estas banalidades, tanto Eunice como Teresa se convierten en los anti-modelos del intelectual, cuya vanidad también propicia el no reconocimiento de sus colegas.

Más allá de la corrupción de los poetas

Al inicio de la obra, la periodista que pretende sobornar a Victoria y a la criada para entrevistar a Matilde es otro ejemplo de la corrupción del intelectual; pues para Castellanos este término abarca, además de los artistas, al magisterio, a los medios y a los investigadores (“La corrupción” 198). Sin embargo, pese a que la escritora señala diferentes formas de desvirtuar la misión del intelectual según cada ámbito, todas esas corrupciones y degeneraciones derivan de las ya analizadas flaquezas del encierro -aquella torre de marfil-, la soberbia y el desinterés social.

PERIODISTA. Pues bien, sí. Necesito entrevistarla.

VICTORIA. ¿Tan importante es?

PERIODISTA. Tan importante. De mi éxito depende un aumento de sueldo o el cese. ( Tablero 281)

En este extracto de Tablero se advierte que la única preocupación de la periodista es su propio beneficio, jamás justifica su labor en términos del interés público respecto a la labor de los poetas. De hecho, prefiere inventar y asirse de suposiciones como un posible embarazo, la relación entre Matilde y su protegido Gabriel o “una intriga emocionante, un terremoto, un incendio, un perro rabioso” (Castellanos, Tablero 282). Bajo esta lógica, Castellanos señala la necesidad de recuperar un análisis objetivo, comentarios esclarecedores y la verificación de datos en los periódicos (“La corrupción” 206).

Así como la periodista carece de un interés genuino en sus lectores, algo similar ocurre con los profesores que traicionan la misión del intelectual al desatender a sus estudiantes. Castellanos señala que la deformación del magisterio radica en la mera repetición sin innovación, es decir, un conocimiento que no se adecúa y purga conforme a los intereses de cada época. Nuevamente evidenciamos un encierro, en esta ocasión se trata de un aislamiento alejado de las necesidades de los alumnos al emplear únicamente el “lenguaje del retórico: la ornamentación esconderá el vacío” (“La corrupción” 200).

Por su parte, la corrupción de los investigadores también reside en el egoísmo y en una torre de marfil. Según la escritora, en muchas ocasiones los investigadores sólo profundizan en aspectos que les benefician, es decir, traicionan a la verdad en nombre de la codicia. “La sirena más estentórea es, ay, la riqueza. Usa otros nombres: éxito, fama. Las tres gracias que se conceden, por un público de indoctos” (“La corrupción” 200).

Todo lo anterior atenta contra la libertad de pensamiento del intelectual al anteponer otros intereses por encima de un análisis profundo de la realidad social. Si se carece de un pensamiento libre que llegue hasta sus últimas consecuencias, no existe posibilidad de cambio o mejora. A la par de la crítica de Castellanos en su obra ensayística, la literata también exalta a algunos intelectuales que a su consideración cumplen con tal escrutinio social4. Como ejemplos podemos citar, entre muchos otros, a Mariano Azuela, quien logró advertir tempranamente los síntomas de la próxima Revolución (“¿Qué pasa?” 225) y a Héctor Azar, quien fue capaz de mostrar “la profunda morbosidad de los sentimientos que nimban la vida familiar y social mexicana” (“Réquiem” 315). Castellanos indica que el paso previo a la acción siempre debe ser un examen crítico del status quo (“La grandeza” 2: 159); situación inalcanzable con intelectuales al servicio de la política, la religión, la moral y la opulencia.

Un rayo de Esperanza

Ante este desolador panorama, Esperanza Guzmán sobresale como el personaje más cercano al ideal intelectual. Incluso su nombre nos obsequia un poco de optimismo. La periodista señala, a diferencia de Teresa y Eunice, la discreción de Esperanza así como su conducta alejada de la polémica; cualidades despreciadas por la reportera, pues por ello “nadie la conoce” ( Tablero 282). Esta indiferencia de la sociedad hacia Esperanza, dada su prudencia, es otro reflejo de la escasez de lectores y de su poco juicio. Sin embargo, pese a la frustración que esto provoca, Esperanza no recurre a las técnicas fútiles de sus colegas: premiaciones y espectacularización mediática. Paradójicamente, aquella serena pensadora a quien deberíamos escuchar es quien carece de voz al no contar con la popularidad y reconocimiento del que gozan sus colegas.

La lucidez y ecuanimidad de Esperanza le permiten conectarse con su entorno, en contraste con Matilde. Aún goza de las características fundamentales del intelectual que las demás han perdido: curiosidad y libertad, mismas que le posibilitan descubrir el plan criminal de Victoria. Bien menciona Castellanos la necesidad de “una penetración [del intelectual] que descubre la ley oculta en la arbitrariedad aparente, que desmonta el mecanismo de los fenómenos y que establece las relaciones necesarias entre los objetos; una imaginación que colma los vacíos de la realidad” (“Significado” 434). En vez de discutir sobre quién escribe mejor o peor, ella se convierte en la guía de sus compañeras, suya es la idea de jugar a buscar el misterio para desenmascarar a Victoria. No teme en perseguir la verdad, aun en contra de la opinión general y la incredulidad. Esperanza propone a sus colegas una dinámica para ver más allá de lo evidente, suponiendo que algo “misterioso” existe en el entorno, suposición que las lleva a revelar el misterio y, en consecuencia, a conectar con quienes las rodean.

ESPERANZA. Consiste en imaginar que en el sitio donde uno está sucede algo misterioso.

GABRIEL. Por ejemplo aquí.

PATRICIA. Aquí, no hay nada.

ESPERANZA. ¿Estás segura de que no hay nada raro? ( Tablero 302)

En este sentido, habrá que hacer una breve mención del papel que juega la novelista Patricia Mendoza. Así como Esperanza, también es capaz de ir contracorriente, capacidad que quizás se relaciona con su rol de escritora de novelas policiacas, factor que representa una división entre la prosa y la poesía de sus compañeras, lo concreto versus lo abstracto. Ella funge como contrapeso de la adulación excesiva hacia Matilde y se burla de su endiosamiento: “la colocas en un cielo inaccesible. ¡Qué decepción más grande sufrirás [Aurora] cuando te des cuenta de que Matilde es una mujer común y corriente, como nosotras o mejor dicho, como tú!” ( Tablero 287). Al final, su profecía se cumple.

Ahora bien, la sensibilidad de Esperanza, dada su conexión con los demás, le permite advertir las extrañezas de la situación en la que se encuentra Matilde, por ejemplo, aborda el problema del dinero y repara en los efectos de las bebidas preparadas por Victoria.

Así, cumple con las expectativas de Castellanos respecto al perfil del intelectual quien requiere una postura crítica y usa su inteligencia para “interpretar al mundo y no debe obedecer a caprichos esporádicos” (“La corrupción” 197). Después de todo, la palabra inteligencia proviene del latín inter: entre; y legere: elegir. Esto implica una buena toma de decisiones, fundamental para quienes son los responsables del destino de la humanidad y el “ejemplo vivo de conducta y consejo eficaz” (Castellanos, “La misión” 18). No es cuestión de ser un “acumulador de datos”, sino de construir conocimiento y subordinar las necesidades físicas frente a las superiores: las “conquistas del espíritu” (Castellanos, “La misión” 17).

Conclusiones

Cuando Castellanos escribe sobre el intelectual mexicano no pormenoriza en actividades concretas que debe realizar, pero sí establece una serie de características a las que debe apegarse o alejarse para evitar su corrupción. Su ideal consiste en un pensamiento liberado, una comprensión del entorno, una aprehensión de una conciencia colectiva y convertirse en el ejemplo y guía del resto de la humanidad. Parecería que se trata de una mera idealización, una utopía inalcanzable. Pero no pensemos en un camino que deba ser falto de equívocos, sino un trayecto de aprendizaje constante. Después de todo, Castellanos propone que el intelectual es aquél que goza de una aptitud purgativa, incluso respecto a su propia conducta:

el intelectual ha de poseer la aptitud crítica que le permita discernir entre la paja y el grano y asimismo adoptar una actitud en la que los “ídolos” -como Bacon llamaba a los diversos tipos de perjuicio a lo que se acoge el vulgo- sean despojados del título que los sacraliza y los vuelve intangibles y con el que tan gratuitamente se les ha coronado. Este despojo es el momento que precede al del severo examen a que los dogmas serán sometidos, tras el cual aquellos que conserven su vigencia o, en última instancia, demuestren su utilidad, se mantengan y los otros se califiquen y desprecien. (“La corrupción” 197)

La crítica de Castellanos respecto a la decadencia del intelectual se fundamenta en la triada aislamiento, banalidad y una sociedad hipócrita y desinteresada en las aportaciones de los pensadores. Este conjunto de circunstancias origina un pseudo-intelectual cuyo actuar sólo persigue la riqueza, el aplauso, el camino fácil o la soledad; individuos que se asemejaría entonces a Eunice, Teresa, Victoria o Matilde, respectivamente.

Esta preocupación de Castellanos ha sido poco estudiada pese a su persistencia en textos que van desde el ámbito ensayístico al teatral y abarcan, según lo analizado en este artículo, prácticamente toda su carrera y precisamente esta omisión nos remite a la crítica que realiza la literata. Incluso, considerando la investigación de Claudia Maribel Domínguez, la misma Castellanos fue víctima del fracaso del intelectual, puesto que en vida su obra fue “ninguneada” en no pocas ocasiones; aun cuando “su obra creativa y periodística se origina con la conciencia de un compromiso social que consiste en dar testimonio objetivo y veraz de su época y sus circunstancias” (78).

Sólo después de más de 50 años y gracias al trabajo de Domínguez, un nuevo análisis sobre la obra de Castellanos arroja nuevas aristas, reflexiones, perspectivas y lecturas que conducen a una revaloración de su labor (Álvarez 131). Incluso, Domínguez define a Castellanos como una intelectual-escritora y da una nueva lectura sobre su vida y obra dentro de los “juegos de poder en las esferas intelectuales y políticas en las que estuvo inmersa la autora” (Chávez 301).

Lo anterior indicaría cierta incomodidad por parte de los estudiosos y congéneres de Castellanos, quienes han obviado este pensamiento crítico sobre el intelectual, promoviendo así la censura que transgrede la tan necesaria libertad y autocrítica.

En este sentido, la recepción y poca difusión que obtuvo Tablero demuestra la pertinencia de las ideas de Castellanos en ese entonces y en la actualidad, cuando todavía se relegan las preocupaciones de la escritora fuera de su circunscripción como autora feminista, indigenista o autobiográfica. En consecuencia, siguiendo el modelo del intelectual-investigador de Castellanos, no se debe ser temeroso en estudiar sus textos olvidados, en realizar nuevas lecturas a sus propuestas y encontrar que éstas trascienden los lugares comunes que la rondan.

Obras citadas

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Notas al pie:
1

En 1964, Castellanos anunció la escritura de Rito de iniciación, sin embargo, cuatro años más tarde comentó que se trataba de una pieza malograda que no publicaría. Se pensó que la autora había destruido el manuscrito hasta que, en 1995, Eduardo Mejía encontró el texto al revisar materiales recuperados por Gabriel Guerra, hijo de la escritora, y decidiera publicarla.

2

De acuerdo con Laura Guadarrama, tras entrevistar a Dolores Castro, amiga cercana de Castellanos, Matilde Casanova representa a Gabriela Mistral, a quien Rosario conoció en un viaje a Europa y en ella percibió soledad y desamparo (68). En 2019, Alejandro Toledo ayudó a recuperar un ensayo de Castellanos en el que habla directamente de la obra de Mistral. Más allá de sus comentarios sobre la escritora, sobresalen sus señalamientos a cómo otros estudiosos se expresan de ella: “Mucho se ha escrito acerca de ella, pero casi todo en tesitura ditirámbica. La nube de incienso en que se envuelve su figura releva, a los manejadores del incensario, de la obligación de estudiarla, de comprenderla, de explicarla” (“Un ensayo recuperado”).

3

Tanto en México como en el resto de América Latina el control de los gremios sobre los premios ha sido y sigue siendo bien conocido. Situación que ha suscitado la crítica de escritores como Alberto Chimal, Jorge Volpi o Federico Andahazi. En una entrevista para Perfil.com, este último señala la necesidad de crear concursos literarios locales para que los autores no se vean obligados a buscar la consagración en los grandes centros bajo algún mecenazgo (“Premios ¿para qué?”).

4

Esta crítica ocurre, sobre todo, durante sus primeros años como columnista del Excélsior cuando dedicaba sus escritos, principalmente, al análisis literario.

Historial:
  • » Recibido: 07/06/2021
  • » Aceptado: 21/09/2021
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