La experiencia de lo sagrado en "La señal" de Inés Arredondo: resonancias bíblicas en el relato

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Luis López Santillán

Resumen

El propósito de este trabajo es analizar el cuento “La señal” (1959) de Inés Arredondo a partir de sus simbolismos bíblicos. Al inicio se brinda un contexto general de la autora y de su obra. Este ensayo enfatiza la experiencia de cruzar el umbral entre lo profano y lo sacro, según las ideas de Roger Caillois; y cómo el protagonista se convierte en el centro de un ritual inesperado, en el que es consagrado por una presencia enigmática, a partir de la escena central de la historia: el momento en que el protagonista penetra en la iglesia de un pueblo y un extraño le pide que le deje besar sus pies. Se analizan las referencias bíblicas al acto de lavar, ungir y besar los pies en la tradición hebrea y cómo Jesús y María Magdalena son un ejemplo de esta práctica.

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Cómo citar
López Santillán, L. (2021). La experiencia de lo sagrado en "La señal" de Inés Arredondo: resonancias bíblicas en el relato . Humanística. Revista De Estudios Críticos Y Literarios , 102-115. https://doi.org/10.46530/hrecl.vi.31
Sección
Dossier: escritoras de la generación de Medio Siglo

Citas

“lo humano, lo divino y aun lo demoniaco no son a veces fácilmente discernibles” (Arredondo, 2012).
“es debido a que somos humanos y a que vivimos en la sombría perspectiva de la muerte, [que conocemos] la violencia exasperada, la violencia desesperada del erotismo” (Bataille, 1997: 53).
“No siempre son reconocidas las señales, y también no siempre, aunque las reconozcamos, sabemos qué quieren decir. Pero una cosa está clara: hay hombres elegidos, marcados por la señal” (Batis, 2004: 276).
Hay […] cuentos que no son tan inventados, tan alambicados, majados, sino que vienen de historias verdaderas, ésos son los que me salen mejor porque como sé la historia, sólo tengo que buscar la señal para contarla. Sé muchas historias, lo que no tengo para ellas es la señal. Por eso escribo poco, porque yo tengo que recibir el tono del cuento, eso no lo puedo inventar. […] Como ya te dije que me soplan... […] entonces yo tengo que esperar la señal. (Quemain, 2011)

Toda concepción religiosa del mundo implica la distinción entre lo sagrado y lo profano y opone al mundo donde el fiel se consagra libremente a sus ocupaciones, ejerciendo una actividad sin consecuencia para su salvación, un dominio donde el terror y la esperanza le paralizan alternativamente y donde, como al borde de un abismo, el menor extravío en el menor gesto puede perderle de manera irremediable. (Caillois, 2004: 11)

—¿Me permite besarle los pies? […] Sus ojos podían obligar a cualquier cosa, pero sólo pedían. (Arredondo, 2011: 74)

Era demasiado. La sangre le zumbaba en los oídos, estaba fuera de sí, pero lúcido, tan lúcido que presentía el asco del contacto, la vergüenza de la desnudez, y después el remordimiento y el tormento múltiple y sin cabeza. Lo sabía, pero se descalzó. (Arredondo, 2011: 74)

Un escalofrío lo recorrió […] Pero los labios calientes lo tocaron, se pegaron a su piel… Era amor, un amor expresado de carne a carne, de hombre a hombre, pero que tal vez… […] los dos sentían asco, sólo que por encima de él estaba el amor. Había que decirlo, que atreverse a pensar una vez, tan sólo una vez, en la crucifixión. (Arredondo, 2011: 75)

Se daba la bienvenida […] en los calurosos países del Oriente Medio […] pues las personas solían llevar sandalias para viajar por aquellos caminos secos y polvorientos. En un hogar de término medio, el anfitrión ponía un recipiente con agua a disposición del visitante, y este se lavaba los pies (Jue 19:21). En cambio, si el anfitrión era una persona acomodada, tenía esclavos para hacer ese trabajo, pues se consideraba una tarea servil. Cuando David pidió a Abigail que fuese su esposa, ella manifestó su disposición al decir: “Aquí está tu esclava como sierva para lavar los pies de los siervos de mi señor” (1Sa 25:40-42). El que el propio anfitrión lavase los pies de la persona invitada constituía una especial demostración de humildad y afecto hacia él. (“Lavar los pies”, 2020)

Una mujer que había sido pecadora en la ciudad, cuando supo que Jesús estaba a la mesa en casa de aquel fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume, y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con los cabellos de su cabeza, y besaba sus pies y los ungía con el perfume. (Lucas 7: 37-38)

Se levantó de la cena y se quitó su manto y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. Entonces llegó a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora; pero lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Le respondió Jesús: Si no te lavo, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. (Juan 13: 4-8)

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